martes, 4 de octubre de 2011

El partido verde; está verde pero no es verde

Edgar J. González Gaudiano

Hace pocos días, se informó de la sustitución de los dirigentes del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), entre ellos Jorge Emilio González Martínez, quien duró diez años en el cargo heredado de su padre, Jorge González Torres, fundador del PVEM, quien también lo presidió durante una década. El cambio no ha sido voluntario, sino porque entró en vigor una reforma estatutaria por mandato del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
El PVEM es un organismo singular de la política mexicana, que no constituye realmente un partido. Se trata de un grupo de interés mayoritariamente formado por amigos y parientes, nucleado en torno de la familia González, que responde a un pragmatismo que le ha permitido conservar e incrementar sus prerrogativas. En el año 2000 se alió con el PAN para apoyar la candidatura de Vicente Fox y cuando éste no le concedió la SEMARNAT a Jorge González Torres, se volteó hacia el PRI con quien participa en todas las elecciones desde 2003.
Gracias a ese pragmatismo, el PVEM ocupa el cuarto lugar como fuerza política del país. Cuando digo que no es verde, es porque si bien su plataforma partidista lo ubica en la defensa del medio ambiente y los recursos naturales, durante su última campaña política (2009-2012) sus dos principales propuestas fueron: la pena de muerte y los bonos para los ciudadanos en caso de que el gobierno no cubriera la demanda de medicamentos. Esta última propuesta asociada al hecho de que Víctor González Torres, el famoso Doctor Simi, es hermano de Jorge.
La propuesta de la pena de muerte le valió al PVEM que el Partido Verde Europeo le retirara el reconocimiento como partido verde y fuera expulsado de Global Verde, la red internacional de partidos verdes. Ningún ambientalista serio en el país forma parte del PVEM, porque está lejos de representar una opción ambientalista. Pero ha sabido capitalizar bien la preocupación nacional por el deterioro del medio ambiente, lo que le ha valido construir una fuerza electoral propia independientemente de sus alianzas. Sus proclamas han fluctuado del rechazo a las corridas de toros a la pena de muerte a asesinos y secuestradores –como ya se dijo-, pasando por la defensa de los indígenas a los que un tiempo usó como escenografía de sus spots televisivos. También ha usado en su propaganda a artistas, como Raúl Araiza, quien ni es del verde ni es ambientalista, pero puso la cara sólo porque le pagaron para impulsar lemas como “Si el gobierno no te da medicinas que te las pague” o “No votes por un político, vota por un ecologista” (este fue el lema de 1997).
El “niño verde”, ahora flamante ex presidente, seguirá formando parte del Consejo Político Nacional, junto con otros 27 militantes distinguidos y su padre, pero seguirá también ocupando algún cargo político, ya que en los últimos 15 años ha sido asambleísta, diputado federal, senador y de nuevo diputado federal.
¿Qué es lo que podemos esperar del PVEM para las próximas elecciones?
Para nadie es una sorpresa que siga aliado con el PRI, y que ya se haya manifestado el respaldo a la candidatura de Peña Nieto. En un país donde las elecciones se esperan reñidas, el aporte aunque sea de un pequeño porcentaje de votos puede ser la diferencia, por lo que pese a la ventaja que se presume tiene el PRI es seguro que refrendarán su alianza con el Verde.
Pero a nivel de plataforma política se verá cómo oportunistamente levantarán como bandera alguna de las demandas más sentidas de la población como la seguridad o el empleo, aunque no hagan nada al respecto y sea una nueva simulación, sólo porque es lo que la gente quiere escuchar. Y para amarrar espacios en los medios, seguramente postularán a representantes de los intereses de Televisa y TV Azteca, como ya han estado haciendo.
Todo ello demuestra fehacientemente que el PVEM no es realmente un partido político, entendido como una asociación con una ideología y principios propios que representa los intereses y valores de un sector de una sociedad, sino un burdo negocio familiar que lucra con las prerrogativas que le otorga el Estado mexicano y con el tráfico de influencias. A principios de 2004 se trasmitió un video donde aparece Jorge Emilio González negociando un soborno por dos millones de pesos para favorecer a empresarios turísticos en Cancún, pero no pisó la cárcel ni se inició una averiguación previa.
No podemos creer nada de lo que ofrezca ese dizque Partido. Si lo analizamos desde la dimensión estatal, aquí el Verde no pinta ni siquiera verde claro, no sólo porque no tiene el registro en el estado, sino porque sus preclaros representantes no han apoyado, ni apoyan, ninguna de las muchas luchas que se están dando en defensa del medio ambiente y de los recursos naturales veracruzanos. ¿Acaso les han oído pronunciarse por los problemas de la mina Caballo Blanco, las represas en curso, la Tembladera o el Sistema Arrecifal Veracruzano? ¿Verdad que no?

Artículo publicado en La Jornada Veracruz, 3 de septiembre de 2011

lunes, 26 de septiembre de 2011

La Carta de la Tierra

La Carta de la Tierra[1]
Edgar González Gaudiano[2]
La Carta de la Tierra es un documento de gran relevancia por ser una síntesis de valores, principios éticos y aspiraciones de un gran número de hombres y mujeres de todas las regiones del mundo. El texto surgió de una extensa consulta internacional conducida a lo largo de varios años. Los principios están sustentados en aspectos científicos de actualidad, leyes internacionales y reflexiones filosóficas y religiosas.
            La Carta de la Tierra es una valiosa herramienta educativa para ayudar a asumir elecciones críticas y para reflexionar sobre las actitudes y valores que moldean nuestros comportamientos. Puede fungir como un catalizador para impulsar el diálogo multisectorial entre diferentes credos y culturas. Es un llamado a la acción y un conjunto de lineamientos para transitar hacia una forma de vida sustentable. También es un marco de valores par formular políticas y planes de desarrollo y una base ética para el desarrollo progresivo de normas jurídicas para el desarrollo sustentable. 
Su elaboración inició en 1987 cuando la Comisión Mundial sobre Ambiente y Desarrollo (CMAD), encabezada por la Sra. Gro Harlem Brundtland, convocó a construir un documento a partir de los cuatro principios fundamentales del desarrollo sustentable, propuestos por la CMAD en el Informe Nuestro Futuro Común. Este documento se denominó Carta de la Tierra y su construcción implicó un gran esfuerzo participativo de gobiernos y organizaciones no gubernamentales para conseguir el más amplio respaldo posible, toda vez que se pretendía que fuera el marco ético para la Agenda 21,  suscrita en la Cumbre de Río en 1992.
            Lamentablemente, la aprobación de La Carta de la Tierra fue uno de los asuntos pendientes en la Cumbre de la Tierra en Brasil. Pero en 1994 Maurice Strong, Secretario General de la Cumbre de Río junto con Mikhail Gorbachev, Presidente de la Cruz Verde Internacional lanzaron una nueva iniciativa para reactivar el proceso. En 1997, se crea una Comisión que se establece en Costa Rica, con el propósito de supervisar el proyecto. La versión final se presentó en marzo de 2000 con la idea de establecer los fundamentos éticos para una sociedad global emergente que contribuya a construir un mundo sustentable basado en los derechos humanos universales, el respeto a la naturaleza, la justicia económica y social y promover una cultura de paz.
        A la fecha, La Carta de la Tierra ha sido avalada por más de 5000 organizaciones a nivel mundial que cuentan con una membresía de millones de personas. Un número creciente de ciudades e instituciones de diferentes regiones de mundo está empleando La Carta de la Tierra como base para sus planes y políticas como el Consejo Internacional de Iniciativas Ambientales Locales y la Universidad Veracruzana. De igual forma, los gobiernos que la respaldan están incorporando el texto de La Carta de la Tierra en los programas de estudio de los diversos niveles educativos. 
            Durante la Cumbre sobre Desarrollo Sustentable de Johannesburgo, en 2002, además de hacerse un llamado a avanzar hacia las Metas del Milenio sobre el agua, la energía, la salud y la sanidad, la agricultura y la biodiversidad, se ofreció un nuevo proceso de implementación estratégica llamado Alianza Tipo II. Estas alianzas se aprobaron como un mecanismo clave para la realización exitosa del desarrollo sustentable y se reconoció a La Carta de la Tierra como una herramienta educativa importante para promover la clase de valores y principios necesarios para el progreso a largo plazo. La Alianza Tipo II de La Carta de la Tierra, llamada “Educando para un Estilo de Vida Sustentable con la Carta de la Tierra” está formada por los gobiernos de Costa Rica, Honduras, México y Nigeria, la UNESCO y dieciocho ONG’s dedicadas al desarrollo sustentable.
            Por lo mismo y respetando las metas y objetivos de la Alianza, habría que proveer educación y capacitación a líderes locales y comunidades en relación a los principios fundamentales del desarrollo sustentable y sobre cómo incorporar  estos principios en los procesos de toma de decisiones.
La Carta de la Tierra es un conjunto de 16 enunciados organizados alrededor de cuatro principios fundamentales, que son: 1. Respeto y cuidado de la comunidad de vida; 2. Integridad ecológica; 3. Justicia social y económica y, 4. Democracia, no violencia y paz. Cada enunciado contiene a su vez varios incisos. Por ejemplo, el principio básico 4: Democracia, no violencia y paz se integra por los principios generales que apelan a:
ü  Fortalecer las instituciones democráticas en todos los niveles y brindar transparencia y rendición de cuentas en la gobernabilidad, participación inclusiva en la toma de decisiones y acceso a la justicia.
ü  Integrar en la educación formal y en el aprendizaje a lo largo de toda la vida, las habilidades, el conocimiento y los valores necesarios para un modo de vida sustentable.
ü  Tratar a todos los seres vivos con respeto y consideración
ü  Promover una cultura de tolerancia, no violencia y paz.

Nunca como hoy hemos necesitado de un código como La carta de la Tierra que guie nuestros comportamientos personales y sociales.




[1] Publicado en La Jornada Veracruz, el lunes 26 de Septiembre de 2011. Pág. 6.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com

lunes, 19 de septiembre de 2011

La educación ambiental en la UPAV

La educación ambiental en la UPAV[1]

Edgar J. González Gaudiano[2]

El 1 de agosto de 2011 se publicó en la Gaceta Oficial del Gobierno del Estado de Veracruz el decreto de ley que crea la Universidad Popular Autónoma de Veracruz. Una de las atribuciones consignadas en dicha ley señala que esta nueva institución podrá “organizar cursos, foros, programas y talleres de educación ambiental, con la finalidad de concientizar a la población estudiantil, y crear en ella habilidades y actitudes necesarias, tendentes a comprender y apreciar la relación mutua entre el hombre, su cultura y el medio biofísico circundante”. 

La forma en cómo está redactada la cláusula produce la impresión de que serán actividades de tipo extracurricular. Esperamos que no sea así, sino que la educación ambiental sea un rasgo constitutivo del perfil de los egresados de las distintas carreras y posgrados que ahí se ofrezcan. Para ello, será necesaria la concientización y la formación de habilidades y actitudes como bien se señala, pero en estrecha articulación con las competencias profesionales a desarrollar.

Por su naturaleza intrínsecamente interdisciplinaria y su evidente inserción en el ámbito de valores y de la educación cívica, la educación ambiental es una modalidad educativa compleja. Más aún cuando sus fines navegan a contracorriente con los estilos de consumo en boga y con aspiraciones de cambio social distorsionados por un modelo de desarrollo dominante que preconiza el tener antes que el ser. Somos más convocados como consumidores que como ciudadanos: el consumo se ha convertido en una mediación económica, social y cultural que construye identidad y sentido de pertenencia, y el consumismo en un rasgo de distinción social.

De ahí que la educación ambiental no puede ser un parche mal puesto en la formación profesional; ni un catálogo de buenas intenciones para las que no se crean las condiciones institucionales a fin de que realmente se produzcan. Las instituciones mexicanas, a todos los niveles, se han convertido en especialistas en incorporar elementos de modernización de discursos, pero sin base alguna y sin impulsar los cambios correspondientes. Es lo que sucede ahora con el concepto de sustentabilidad que aparece en todo tipo de proclamas, sin comprenderlo a cabalidad. Es lo que ocurrió también con la ecología en los años ochenta y  noventa, cuando se incorporó como política pública. De ahí surgieron los ecotaxis sólo porque usaban gasolina sin plomo y los hoteles ecológicos porque habían instalado unas fotoceldas para la iluminación de sus jardines. Son versiones al día de la vieja estrategia gatopardesca de cambiar para que nada cambie.

 Si la UPAV va a educar ambientalmente a sus egresados, tendrá que dar pasos en serio en esa dirección, porque no sólo es una buena oportunidad ya que se encuentra decretada, sino sobre todo porque es una gran necesidad para un estado como Veracruz que pierde recursos naturales aceleradamente, que son la base material de cualquier proceso de desarrollo y con ello las posibilidades de un futuro para sus hijos. Es necesario también porque estamos extraviando nuestros valores de convivencia entre nosotros y ya hemos casi perdido los que nos relacionan con los otros seres vivos, a los que sólo vemos como alimento.   Es la lucha en la que la cultura ambiental está siendo vencida por la virtualidad real.





[1] Publicado en La Jornada Veracruz el lunes 19 de septiembre de 2011, pág.6.
[2] Académico del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com

lunes, 12 de septiembre de 2011

La insistencia educativa sobre la basura

La insistencia educativa sobre la basura[1]



Edgar J. González Gaudiano[2]



Desde que la educación ambiental existe, el tema más socorrido ha sido el de los residuos sólidos. Numerosas organizaciones han orientado sus esfuerzos a promover diversas actividades educativas que van desde la separación de los distintos tipos de residuos sólidos que pueden reciclarse industrialmente (papel y cartón, vidrio, aluminio, etc.) y la producción de composta empleando los desechos orgánicos biodegradables, hasta la reutilización de algunos materiales para elaborar artículos diversos (juguetes, artesanías y cosas para la casa)

            Varios son los problemas que gravitan alrededor de tal situación. El más conocido y que genera reiteradas protestas, es el de que no sirve de nada tomarse la molestia de separar los residuos en la casa, si el camión recogedor los revuelve nuevamente, aprovechando durante la recolección sólo algunos de ellos. Esto es cierto, para aquellos que no llevan sus residuos clasificados a algún centro de acopio, es decir, para la mayoría.

            Otro problema es el de mucha gente que no cuenta con espacio en sus domicilios para poder destinarlo a la separación y, mucho menos, para la producción de composta. Dada la composición socioeconómica de nuestro país, una gran parte de las personas que habitan en las ciudades lo hacen en pequeños apartamentos en los que apenas cabe la familia. Muy pocos tienen su propio jardín o patio para ‘compostear’.   

            Por otra parte, las experiencias promovidas entre los niños para concentrar en la escuela (papel, aluminio y vidrio, principalmente) suelen generar muchos problemas al tener que ocuparse espacios destinados para otras actividades (canchas deportivas sobre todo) en tanto el material es recogido.

            Quienes hemos estado trabajando en proyectos de educación ambiental hemos visto que el tema de la basura produce una situación ambivalente. Por un lado, genera frustración entre mucha gente bien intencionada que quiere colaborar y que al cabo de un tiempo ve difuminarse sus esfuerzos sin obtener resultados tangibles. Por otro lado, genera entre algunos otros una situación de autocomplacencia: al separar la basura se está ‘poniendo el granito de arena’ y con ello ya se quedan tan tranquilos.

            Aclaro que no estoy en contra de las actividades relacionadas con el tema de los residuos. Es una vergüenza para el país ver cómo no sólo nuestras ciudades sino algunos de nuestros espacios naturales, playas turísticas e incluso sitios arqueológicos se encuentran llenos de basura. Pero la actividad debe estar pedagógicamente bien orientada dentro de un programa de mayor alcance. La basura es un buen tema para emprender acciones iniciales, ya que se trata de un problema socialmente sensible por su omnipresente visibilidad. Pero estas acciones deben moverse tanto hacia otros temas incluso más importantes ambientalmente hablando, como a un análisis de las prácticas dominantes de producción, distribución y consumo, donde un problema como el de los residuos puede encontrar mayor significatividad y por ende, un mayor potencial pedagógico.

            Es el caso, por ejemplo, de lo que ocurre alrededor de los programas que se impulsan en las escuelas de educación básica. Estos programas están usualmente inmersos en contrasentidos de distinto tipo. Primero, están enfocados en la forma de una competencia entre los grupos escolares por ver cuál de ellos reúne más material. Esto se ha llevado a veces hasta extremos perversos en los que los padres compran los materiales residuales en los propios centros de acopio, o se propicia un sobreconsumo de algunos productos,  para que sus hijos puedan cumplir con las exigencias institucionales. Segundo, más importante aun es que el programa casi nunca pone la finalidad educativa en el centro de la actividad, sino que lo que suele ocurrir es que se trata de una forma de allegarse de recursos financieros para una fiesta o cualquier otra cosa. De ahí que los alumnos no asocian el asunto del reciclaje de residuos con la conservación de recursos naturales o con el ahorro de energía, ni con nada que se le parezca.

            Un ángulo de crítica en todo este asunto, señala que todas estas acciones de corte individual que se han puesto en boga, sobre todo a partir de estas publicaciones ‘populares’ como: “50 acciones que un ama de casa puede hacer para salvar el mundo”, manejan un discurso pernicioso para el ambiente en general y la educación ambiental en particular:

            Primero, porque es un discurso que se sostiene sobre el supuesto de que si el problema está ocasionado por todos, de todos es la solución. Este planteamiento que pudiera parecer inocuo, oculta que las responsabilidades frente al problema ambiental son diferenciadas, por lo que no es lo mismo lo que un ama de casa puede y debe hacer, frente a lo que puede y debe hacer un empresario de la industria química, por ejemplo. De aquí el principio de ‘la responsabilidad compartida, pero diferenciada’ que ha aportado tanta luz al debate internacional.

            Segundo, porque la ‘solución individual’ a ultranza que responde bien a la metáfora del ‘granito de arena’, socava la acción colectiva y de organización política y, por tanto, las posibilidades de poner en marcha medidas más radicales. Las ‘buenas prácticas’ de la acción individual aislada en realidad no tienden a resolver el problema, sino a postergar su solución e incluso la verdadera toma de conciencia sobre el mismo, así como desvía la atención de responsabilidades sociales por parte del Estado, del sector privado, etc. que no han sido satisfactoriamente atendidas. Pero la contribución individual funciona bien para tranquilizar conciencias y, sobre todo, para ‘pintar de verde’ los comportamientos consumistas que encuentran de este modo atenuantes aceptados por las organizaciones ambientalistas.

            Tercero, este individualismo que para el tema de los residuos dio origen a la propuesta de las tres R’s (reclica, reusa y reduce), profundamente antropocéntrico según el código aplicado por los ‘ecologistas profundos’, coexiste sin contradicciones con las propuestas de la educación para la conservación más radicales (biocéntricas), lo que da cuenta de que el campo discursivo del ambientalismo es de un eclecticismo rampante que hace mucho más complicado formular propuestas pedagógicas consistentes.

            ¿Cómo canalizar entonces la inquietud de la gente que quiere participar, pero no sabe cómo? Informarse y organizarse podrían ser buenas respuestas, porque disponiendo de información oportuna y de calidad estaremos menos expuestos a la manipulación política de quienes se han aprovechado de la preocupación  social sobre el medio ambiente, para lucrar con el tema. Por su parte, la organización evita precisamente que nuestras decisiones personales de todos los días se desvanezcan en una actividad sin sentido. Esto ha quedado demostrado en los boicots que se han emprendido contra algunas empresas o productos, como ocurrió por ejemplo en 1989 cuando los ocho mayores fabricantes de aerosoles (Beecham, Carter-Wallace, Colgate-Palmolive, Cussons, Elida Gibbs, Gillette, L’Oreal y Reckitt-Coolman) se vieron obligados a sustituir los CFC’s empleados como propelente. Pero eso… es otra historia.  

            En fin, me parece que este asunto debe debatirse entre los educadores ambientales para intentar encontrar una mejor postura del gremio frente al problema de la basura, puesto que este tema domina aun el escenario de las tesis de licenciatura y de los proyectos de educación ambiental en áreas urbanas, neutralizando posibilidades de contribución de la educación y la comunicación al campo de la gestión ambiental y a la formación de una ciudadanía más informada y con mejores competencias frente a la desafiante complejidad de lo ambiental.





[1] Publicado en La Jornada Veracruz el 12 de septiembre de 2011, pág.6.
[2] Investigador titular en el Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

EL DECENIO DE NACIONES UNIDAS DE LA EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO SUSTENTABLE 2005-2014

EL DECENIO DE NACIONES UNIDAS DE LA EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO SUSTENTABLE 2005-2014[1]

Edgar González Gaudiano[2]

Una de las recomendaciones de la Cumbre de Desarrollo Sustentable (2002) de Johannesburgo, Sudáfrica y que en diciembre de ese año aceptó la Asamblea General de la ONU, fue el declarar los diez años comprendidos entre 2005 y 2014 como el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sustentable. Un esfuerzo por posicionar mejor a los procesos educativos en las políticas públicas vinculadas con la conservación del ambiente, la equidad social y el crecimiento económico mesurado y con justicia distributiva.

Ese propósito ya se había intentado conseguir con la Agenda 21 surgida de la Cumbre de Río en 1992 donde, como es sabido, el Capítulo 36 está dedicado a los temas de educación, capacitación y concientización pública, y la unesco fue designada por Naciones Unidas como la agencia responsable de su instrumentación. Sin embargo, desde los primeros años post-Río comenzó a observarse, en los hechos, una declinación del interés de la educación como un proceso necesario para contribuir al tránsito hacia la sustentabilidad, al grado de que la uicn en su Congreso Mundial para la Conservación, celebrado en Montreal en octubre de 1996, emitió la consigna de que “La educación era la prioridad olvidada de Río de Janeiro”. En este marco, la unesco había desarrollado una estrategia dirigida a reactivar el proceso de discusión, pero sustituyendo el concepto de educación ambiental (que ya no aparece en el texto del Capítulo 36 de la Agenda 21) por el de educación para un futuro sustentable. Propósito que suscitó reacciones de diverso tipo, a favor y en contra.

Así se llegó al II Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental (Tlaquepaque, Jal., junio 1997) y a la Conferencia de Tesalónica en diciembre de ese año, convocada por la unesco y el Gobierno Griego. En ambos eventos se produjo un amplio debate, que estuvo a punto de provocar un cisma entre los educadores. La unesco no respetó al acuerdo adoptado en Tesalónica de designar el campo como “educación ambiental para la sustentabilidad” y presentó ante la Comisión de Desarrollo Sustentable (cds) un Programa de Trabajo para la Instrumentación del Capítulo 36, aprobado por la cds en su octava sesión de 2000, que omite esta noción y que contiene el germen fundante de lo que finalmente se aprobó en Johannesburgo, Sudáfrica.

Asimismo, tuvieron lugar otras reuniones informales promovidas por el caucus de educación, como el foro sobre educación, ciencia y tecnología. De estos eventos paralelos surgieron varias declaraciones, suscritas por numerosos participantes, concernientes a buscar mayores apoyos para la educación, por ejemplo, del Fondo Mundial Ambiental (gef) o endosando la Carta de la Tierra.

La idea de declarar el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sustentable se relaciona también con el apoyo a las metas de la Declaración del Milenio y con el Plan de Acción de Dakar (Senegal) de Educación para Todos (2000), en cuanto a eliminar disparidades de género en la educación básica, ampliar las oportunidades de acceso, apoyar a la universidad pública, incrementar los apoyos financieros, encarar los efectos del vih/Sida desde la escuela, erradicar el analfabetismo, promover asociaciones, fortalecer la infraestructura escolar, fomentar el uso de tecnologías de la información, etc.

Un problema al que ya me he referido de todas estas declaraciones de Naciones Unidas es que sus alcances involucran en mayor medida a los países en desarrollo, como si ellos fueran los responsables de la crisis que se vive y como si sólo los pobres necesitaran educarse para la sustentabilidad.

Esto lo afirmo, porque tanto en la declaración del Decenio como en su Plan de Instrumentación promovido por la UNESCO no hay casi referencias a la necesidad de que los países desarrollados sean también reeducados en este mismo sentido, como si no lo requirieran urgentemente. Sólo en el inciso ‘d’ del párrafo 14 del Plan de Instrumentación relacionado con el cambio de patrones de producción y consumo se dice: “Elaborar programas de concienciación sobre la importancia de las modalidades sostenibles de producción y consumo, en particular entre los jóvenes y los sectores pertinentes en todos los países, especialmente en los países desarrollados mediante, entre otras cosas, la educación, la información pública y de los consumidores, la publicidad y otros conductos, teniendo en cuenta los valores culturales locales, nacionales y regionales.”

Como quiera, no creo que debamos esperar mucho de estos Decenios de Naciones Unidas, ni de las reuniones ‘Cumbre’, ahora que se aproxima la Cumbre Río + 20, la cual se propone conmemorar los veinte años de haberse realizado la Cumbre de Medio Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro, Brasil, en 1992. En mi opinión, es mucho más importante continuar dándole cauce a los programas emprendidos, fortaleciendo los procesos a cargo de nuestras instituciones y organizaciones, a la luz de nuestras necesidades educativas nacionales y regionales muy particulares. Después de veinte años de esfuerzos, la educación ambiental ha adquirido ya una amplia aceptación en nuestro país; lo que no significa que ya estén dadas todas las condiciones para su consolidación. Tener la oportunidad de educarse ambientalmente es un derecho de la población. Como bien lo señala, la Carta de Porto Alegre: “El Foro Mundial de Educación se presenta como realidad y posibilidad en la construcción de redes que incorporan personas, organizaciones y movimientos sociales y culturales locales, regionales, nacionales y mundiales que confirmen la educación pública para todos como derecho social inalienable, garantizada y financiada por el Estado, nunca reducida a la condición de mercancía y servicio, en la perspectiva de una sociedad solidaria, radicalmente democrática, equitativa y justa.”

Es por esto por lo que debemos luchar, con Decenio o sin él, porque la educación ambiental se inscriba como realidad y como posibilidad para contribuir en la construcción de esa sociedad solidaria, radicalmente democrática, equitativa y justa y si además es sustentable, mejor ¿no creen?













[1] Publicado en La Jornada Veracruz el lunes 6 de septiembre de 2011,  pág.6.
[2] Investigador Titular C del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com.

lunes, 22 de agosto de 2011

Educación y participación en contextos de violencia


Educación y participación en contextos de violencia[1]



Edgar González Gaudiano[2]



¾por los comentarios de la gente a mi alrededor¾ que comienza a haber un proceso de saturación informativa sobre la guerra contra el narcotráfico y otros tipos de delincuencia organizada. Cuando todos los días se repite la misma historia de violencia y crimen en muchos lugares de la república, el tema comienza a dejar de ser noticia, a pesar de que cada vez ocurre más cerca de cada uno de nosotros. Pero lo cierto es que la impotencia y la indignación que siento sobre esta guerra, sobre todo ante el cinismo y obstinación con que se ha aducido sobre sus aparentes causas y fallidas estrategias, hacen difícil ver hacia otro lado.

En mi caso, ¿cómo podría estar hablando de educación ambiental, es decir, del necesario y distinto comportamiento individual y social que tenemos que manifestar hacia el deterioro de nuestro entorno y de la calidad de vida en su conjunto, con la vista puesta en un presente más justo y en un futuro promisorio, cuando las imágenes que invaden nuestros sentidos son las de una absurda destrucción y sufrimiento generado por el deseo de poder y codicia?

La educación ambiental como toda educación contiene un fuerte componente político y social. Es verdad que existen orientaciones de esta relativamente nueva corriente pedagógica que pretende neutralizar la asunción de compromisos personales y colectivos, al enfocarla hacia la enseñanza de las ciencias, o con un conservacionismo socialmente desinteresado, con los enfoques lúdicos e incluso asociada a doctrinas místicas y religiosas.

Pero aun desde cualquiera de esas posiciones no podemos cerrar los ojos y quedarnos callados frente a la irracional destrucción de vidas humanas sobre todo de los jóvenes, del tejido social y de las ilusiones por un futuro social y en paz.

Me llama mucho la atención que en vísperas de una campaña por el cambio en el gobierno federal, los partidos políticos no hayan externado su posicionamiento frente a esta situación. Un país con más de 40 mil muertos, el ejército en las calles, retenes en las carreteras y como telón de fondo un aumento creciente en los índices de pobreza en la gran mayoría de la población, y con onerosos partidos políticos haciéndose de la vista gorda en este tema y muchos otros.

 Es quizá un buen momento para hablar de educación, de valores humanos, de ética, de esperanza y en el marco de este triste y vergonzante episodio de nuestras vidas, es preciso  hacer estallar un vigoroso movimiento social similar a lo que está ocurriendo en otras regiones del mundo. En esos lugares, el hartazgo de sus propias condiciones ha creado un conjunto de movimientos amorfos y espontáneos, sin cabezas visibles, lo mismo en Túnez y el norte de África que en Chile, España, Grecia, Alemania e Inglaterra, entre otros. Movimientos con los que simpatizamos mucha gente,  al margen de filiaciones políticas, nacionalidad, edad, ocupación. Movimientos que subsumen las protestas contra la globalización, la discriminación, el desempleo, la cancelación del futuro, la subordinación y el vasallaje y dominio que pretenden imponernos a toda costa los dueños del poder y del dinero.

Ni México ni el mundo quedarán igual después de estas convulsiones. Se acelerarán las profundas transformaciones que hemos atestiguado en el transcurso de apenas dos generaciones. Necesitaremos repensar nuestros proyectos educativos y culturales a la luz de estas nuevas e indeseadas condiciones y la mejor materia prima que tenemos para ello es aprovechar el gigantesco potencial, nunca antes visto, que representa esta preocupación mundial y nacional por intervenir en los procesos que afectan y afectarán aun más nuestras propias vidas.

El deterioro de la clase política es totalmente visible e irreversible. Un caso representativo es el affaire Elba Esther Gordillo-Miguel Ángel Yunes sobre la corrupción en el ISSTE, el que no podía haberse promovido sin la anuencia del presidente Calderón, para que al día siguiente observemos incrédulos la alianza PAN-Panal en Michoacán para respaldar la candidatura de Cocoa al gobierno del estado. ¡Que cinismo!  El otro es el del presidente del PRI, Humberto Moreira negando el desproporcionado incremento de la deuda pública del estado que gobernó y que ahora gobierna el hermano, al parecer sin contar con las debidas autorizaciones. Y todavía se atreve en su campaña de medios a pedirnos que creamos en el nuevo PRI.

Ante la fatiga de las usuales prácticas de los partidos pese a la respiración artificial que les han dado los medios, están empezando a germinar nuevas expresiones de la política, tanto a través de las redes sociales como de movimientos al margen de los partidos. El poeta Sicilia y la UNAM están haciendo sus aportaciones, pero es preciso comenzar a dar señales más amplias y firmes que impidan que los partidos políticos ─todos ellos─ continúen haciendo caso omiso de la catástrofe social que está devorando a nuestras instituciones y nuestro provenir. Necesitamos ejercer la presión social necesaria para obligarlos a establecer un nuevo pacto político que siente otras reglas del juego entre ellos y con nosotros y si no, como les dijeron en Argentina, ¡Que se vayan todos!  

Necesitamos un nuevo pacto que ponga de relieve la noción de responsabilidad pública, el imperativo de la rendición de cuentas, el rechazo unánime a la corrupción y la impunidad,  la recomposición del tejido social y sus valores comunitarios a través del fortalecimiento de la autoridad local y la democracia directa, la justicia expedita, imparcial, eficaz y gratuita, la moderación republicana en el ejercicio de la función pública con su correspondiente control ciudadano,  la ampliación de los derechos civiles mediante el combate a toda forma de discriminación por razones de género, de generación, de raza, etnia, ideología política, credo, condición social y orientación sexual, para poner el bien común por delante de los inconfesables intereses que nos gobiernan.

¿No contiene esta situación un potencial educativo invaluable? ¿Cómo lo emplearemos para no empezar otro ciclo sexenal de renovada esperanza y reiterada decepción?

A pesar del temor y la inseguridad que todos sentimos, es preciso no continuar con el silencio y la indiferencia esperando que todo esto pase, porque de ese modo no pasará. Ningún derecho ha sido graciosa concesión de los gobernantes, todos los derechos y cambios se conquistan.



[1] Publicado en La Jornada Veracruz el lunes 22 de agosto de 2011, pág. 6.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones Educativas de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogsopot.com.

martes, 16 de agosto de 2011

Una escuela con ambiente completo

UNA ESCUELA CON AMBIENTE COMPLETO[1]

Edgar González-Gaudiano[2]

            Desde su aparición en el escenario internacional, la educación ambiental recibió el mandato de incorporarse a los sistemas educativos escolares. Se insistió en que esta incorporación no se diera adicionando una asignatura más en el currículo, quizá porque se anticipaba que esa sería la forma en la que ocurrirían las cosas. Y así fue, al menos al principio.
            Casi cuarenta años han transcurrido desde la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo, Suecia (1972), donde el Principio 19 de la Declaración Política de esa significativa reunión, recomendó impulsar procesos educativos sobre el medio ambiente, escolares y no escolares y dirigidos a todos los sectores y grupos de población para fomentar una toma de conciencia crítica sobre los problemas del medio y actuar en consecuencia. Muchas otras reuniones cumbre han tenido lugar desde entonces, y uno se sigue preguntando por qué la educación ambiental continúa siendo tan poco importante dentro de las instituciones, tanto de aquellas encargadas de la gestión ambiental como de las que atienden los procesos educativos.
            Si bien habrá quien diga que la situación ha cambiado sustantivamente de 1972 a la fecha y eso es absolutamente cierto. También lo es el que la  educación ambiental se encuentra bastante subordinada, al menos frente al conjunto de los instrumentos técnicos de la gestión ambiental (estudios de impacto, riesgo, etc.). En los procesos escolares ha sido asumida como parte de los contenidos de las ciencias naturales, cercenándoles su profunda dimensión social, es decir, cívica, de formación de ciudadanía, de participación en los acontecimientos que nos afectan todos los días.
            La educación ambiental nos ofrece un enorme potencial que no ha sido bien entendido y, por ello, es poco aprovechado. Sus características intrínsecamente interdisciplinarias —toda vez que es punto de encuentro de saberes y prácticas provenientes de las más diversas áreas de conocimiento— favorecen la articulación de los contenidos curriculares que suelen estar fragmentados entre sí. En otras palabras, la educación ambiental es un puente natural para construir asociaciones conceptuales y, por ende, dar un nuevo sentido al material aprendido.
            Pero en años más recientes, la educación ambiental también ha manifestado un gran potencial para favorecer el vínculo entre la escuela y la sociedad. No sólo por tratarse de un tema de creciente importancia en la vida contemporánea, sino por su capacidad para favorecer desde su perspectiva interdisciplinar una comprensión de las complejas interacciones entre la sociedad y el ambiente, así como para promover compromisos para participar en el cambio social, mediante el desarrollo de competencias para la acción responsable, empezando por el nivel local, pero con la posibilidad de insertarse en esa dimensión global cada vez más cercana a nuestras vidas.
            Es preciso que la escuela nos ayude a repensar nuestros hábitos y costumbres cotidianos, tanto en lo individual como en lo colectivo, para remodelar nuestras actitudes y comportamientos en tanto sujetos individuales como organizacionales e institucionales. Y eso sólo puede lograrse en la medida que la escuela esté mejor enlazada con los procesos de la comunidad, diseñando un currículo flexible, readecuando los espacios escolares y rearticulándose con el entorno aledaño.
            Los niños aprenden lo que viven y eso exige un mínimo de congruencia entre lo que la escuela prescribe en sus contenidos educativos y la forma como ella funciona en el marco de su gestión escolar. Esto, desde luego, es válido no sólo para la educación ambiental. Ya están operando en otros países muy variadas estrategias pedagógicas que afectan positivamente la calidad del proceso educativo en su conjunto, pero en el nuestro nos seguimos resistiendo a darle el creciente peso específico que sí ha adquirido en otras partes y a lo más continuamos promoviendo algunas acciones de separación de residuos y otras acciones puntuales y eventuales, que suelen ser ajenas a los objetivos programáticos.
            Necesitamos replantearnos esta situación en otros términos muy distintos. Trascender, en primer lugar, el pesado lastre que representa reducir el ambiente a la naturaleza, porque eso nos seguirá circunscribiendo a las ciencias naturales. Los problemas ambientales son ciertamente ecológicos, pero vistos en su dimensión social, cultural, económica, histórica, política, tecnológica, jurídica. Una nueva concepción del ambiente nos conduce necesariamente a pensar la educación ambiental, como educación cívica para la formación de ciudadanía; una educación que implique sí buscar una mejor relación con el ambiente, pero en el marco de una mejor relación de convivencialidad entre y con nosotros mismos.
            En segundo lugar, es necesario también diseñar una escuela cada vez más comprometida con su tiempo y con su lugar. Una escuela que dé cabida al análisis de los asuntos y problemas que atraviesan nuestras vidas; cuyos contenidos nos permitan construir mejores interpretaciones para replantear nuestros desafíos individuales y sociales y nuestros horizontes de posibilidad. Me dirán, que eso no corresponde sólo a la educación ambiental sino a la educación toda. Y yo coincidiré con ustedes porque, finalmente, el hecho de que ahora tengamos que hablar de educación ambiental, o de educación para los derechos humanos, o de educación con enfoque de género, entre muchos otros campos emergentes, es porque los procesos educativos en su devenir histórico fueron relegando aspectos que ahora es preciso recuperar, redimensionar y relocalizar dentro de los sistemas escolares. Cuando eso haya ocurrido, no se necesitará hablar de educación ambiental porque se entenderá que la educación o es formadora de valores y competencias para una sana relación con el ambiente o no es educación.
            En Brasil, el Proyecto 2000 de Educación Ambiental recupera las siguientes lecciones aprendidas para la escuela:
  • Un proyecto de educación ambiental debe estar plenamente integrado a la rutina de la escuela, sin que ello implique un sacrificio adicional para el profesor.
  • Es fundamental trabajar con los directores y el cuerpo técnico de la escuela, desde su propia concepción, pues eso viabiliza y facilita poner en marcha las actividades de un proyecto. Se requiere también un horizonte temporal mínimo de tres años lectivos, para que haya una mayor convivencia e intimidad con la nueva rutina adoptada, toda vez que la finalidad es cambiar hábitos  e introducir una nueva cultura de trabajo.
  • La capacitación de funcionarios y profesores para la gestión ambiental del espacio escolar es un elemento prioritario en la formulación de propuestas de acción en educación ambiental. La escuela debe ser un ejemplo para los alumnos y la comunidad que atiende.
  • La planeación anual y bimestral son momentos privilegiados en el enriquecimiento de los programas de las asignaturas, para asegurarnos de que la temática ambiental no se reduzca a la celbración de fechas conmemorativas (Día del Árbol, Día Mundial del Medio Ambiente, Día del Agua, etc.).
  • Continúa siendo un desafío capacitar a los profesores que encuentran dificultad para relacionar al medio ambiente con los contenidos del área que imparten. Dar contenidos al aula y llevarlos al alumno todavía es encarado por muchos como una ‘receta’.
  • Es importante involucrar a todos los turnos de la escuela. Si eso no ocurre, se contrarrestan los logros de un turno a otro.
El reconocido pedagogo costarricense Francisco Gutiérrez dice que ‘Educarse es impregnar de sentido las prácticas de la vida cotidiana’, ¿cuándo comenzamos con lo ambiental?




[1] Articulo publicado en La Jornada Veracruz, el martes 16 de agost de 2011, p.6.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com

lunes, 8 de agosto de 2011

Participación social y ciudadanía

Participación social y ciudadanía[1]
Edgar González Gaudiano[2]
 El concepto de participación social forma parte del discurso político e institucional desde hace mucho. Sin embargo, es notable la escasa participación de la población no sólo en el ejercicio de la democracia real, sino en asuntos que le conciernen directamente  a cada individuo. El tema se presta a simulaciones en partidos políticos, sindicatos, asociaciones vecinales e incluso en la mayoría de los llamados consejos consultivos. La gente cree cada vez menos en la participación auténtica y desconfía cada vez más de los procesos democráticos; de ahí por qué se tiene que gastar  tanto en la promoción del voto.
La participación ciudadana exige una educación e información adecuadas, procedimientos claros, un conjunto de principios básicos de respeto a las diferencias de opinión y la no discriminación y, también, recursos financieros.
Una política educativa para la participación no consiste en convocar a asambleas interminables con un uso abusivo de la palabra, para que al final las decisiones se tomen por cansancio de la mayoría y por la minoría más interesada, sino en distribuir con equidad los recursos sociales que favorecen la acción colectiva en la deliberación y toma de decisiones en los asuntos que conciernen a todos. Como no es así, los ciudadanos, sobre todo los jóvenes, no se involucran en las formas actuales de participación política e institucional. No se sienten interpelados. Se requieren estrategias creativas que convoquen a hacer acto de presencia, a opinar, a gestionar, a intervenir, a tomar decisiones.
En cambio, es sorprendente la respuesta espontánea a convocatorias formuladas mediante las redes sociales para informar, por ejemplo, sobre balaceras o propuestas novedosas. Véase si no el caso de la velocidad de difusión de la campaña de anulación del voto. Por eso ahora los políticos de medio pelo para arriba tienen cuentas en facebook y en twitter, aunque no han cambiado su discurso, mucho menos su conducta, sino sólo el vehículo, que pronto volverán chatarra como suelen hacer con los autos oficiales.
Por otra parte, en las campañas mediáticas es frecuente la aparición de personas jóvenes en la promoción de algo o de alguien. Se trata de aparentar la aprobación de un sector que está creciendo progresivamente y que resultará fundamental para las decisiones. Pero consiste en una participación poco auténtica, falseada impropia e inaceptable, en la cual los jóvenes son utilizados sólo como elementos escenográficos, de la misma forma en la que el Partido Verde ha usado a la población indígena; sólo son intentos con frecuencia exitosos de engañar empleando voces infantiles para la transmisión de mensajes y el uso meramente decorativo de las personas; recurso empleado tanto por la izquierda como por la derecha que empieza ya a desgastarse.
La verdadera participación es un derecho de los ciudadanos. A nivel escolar es un indicador de la calidad del proceso educativo y el medio por el cual se construyen las actitudes democráticas, al proporcionar los espacios y los procedimientos para la deliberación de intereses divergentes y para combatir la desigualdad.
Construir una participación efectiva debiese ser un propósito primordial del sistema educativo, aunque con el control que el Sindicato ejerce sobre las personas y las instituciones es muy difícil que por el momento la educación básica contribuya a ello. Sólo las universidades, sobre todo las públicas, quizás puedan aportar en esa dirección.
Al participar auténticamente se visibilizan los verdaderos intereses y aspiraciones sociales de los diversos sectores y grupos de la población. Simular la participación es una forma efectiva de invisibilizar y silenciar las voces de quienes menos peso político tienen en la sociedad y, por lo mismo, es una estrategia para mantener la desigualdad imperante.


[1] Artículo publicado en La Jornada Veracruz el 8 de agosto de 2011, p.6.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com

lunes, 1 de agosto de 2011

Rio + 20 ¿A quién le importa?

Rio + 20 ¿A quién le importa?[1]
Edgar González Gaudiano[2]
 Hace casi 20 años, del 3 al 14 de junio de 1992, se celebró en Río de Janeiro, Brasil, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, conocida también como Cumbre de Río o Cumbre de la Tierra. Participaron 172 países representados por 108 jefes de estado y de gobierno. Los debates abordaron el deterioro del medio ambiente, los efectos de la contaminación industrial en la salud y los problemas derivados de la escasez del agua, entre otros muchos. Fue un momento culminante de la política ambiental internacional y se aprobaron documentos fundamentales para ordenar y regular dichos problemas: la Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo, la Agenda 21, la Convención sobre la Diversidad Biológica, la Declaración sobre los Bosques, la Convención para Combatir la Desertificación y la Convención Marco sobre el Cambio Climático. En forma paralela a la reunión oficial, se celebró el Foro de la Sociedad Civil en el que participaron alrededor de 2,400 representantes de organizaciones ambientalistas y que generó 39 tratados que establecían el punto de vista no oficial sobre los temas ambientales.
A los diez años de distancia, del 26 de agosto al 4 de septiembre de 2002, en Johannesburgo, Sudáfrica, se llevó a cabo la Cumbre de Naciones Unidas para el Desarrollo Sustentable. Fue el reverso de la moneda. Frente al entusiasmo y esperanza de Río, aquí prevaleció el desánimo y el desencanto. Los países desarrollados no querían negociar nada. No se había avanzado prácticamente en ninguno de los acuerdos de Río e incluso la mayoría de los asuntos se habían agravado. Los temas nuevamente fueron la crisis del agua, biodiversidad, energía, pesquerías y gobernanza global, entre otros. Hubo oposición a que se incluyera en el texto de la declaración política al Principio Precautorio y al Protocolo sobre Bioseguridad que trata sobre los organismos genéticamente modificados y no se aprobaron metas sobre el uso de un porcentaje mínimo de energía de fuentes renovables.
La negociación se empantanó mucho porque un año antes, mientras se realizaban las reuniones preparatorias que es donde verdaderamente se toman los acuerdos, ocurrió el ataque del 11 de septiembre a las torres gemelas de Nueva York. Eso cambió todo el orden de prioridades mundiales. Incluso la fecha de la cumbre tuvo que ser adelantada una semana, porque coincidiría con el primer aniversario del atentado terrorista. Johannesburgo fue un anticlímax, tanto en el sentido metafórico como literal. El crecimiento de la desigualdad mundial y de la degradación ambiental durante esa década como consecuencia de la globalización, hicieron que el financiamiento de por sí insuficiente, fuera cada vez más precario para atender compromisos que son recurrentemente postergados, llenos de ambigüedades y sin plazos concretos para su cumplimiento.
Estamos a menos de un año de celebrar la segunda Cumbre sobre Desarrollo Sustentable, que tendrá lugar nuevamente en Río de Janeiro del 28 de mayo al 6 de junio en 2012. Nos encontramos incluso en peores condiciones que en el proceso de Johannesburgo. Los problemas ambientales no sólo se han agravado: crisis del agua y energética, inseguridad alimentaria, cambio climático, etcétera, en medio de problemas financieros mundiales, sino que además se observa una creciente incapacidad del sistema de Naciones Unidas de ejercer presión para llegar a acuerdos trascendentes y vigilar su cumplimento. 
El tema principal a discutirse será ahora el marco institucional del desarrollo sustentable y la economía verde para erradicar la pobreza, una propuesta que ya ha empezado a recibir muchas críticas por considerarse sólo un disfraz de oveja para que los lobos de las corporaciones multinacionales continúen con sus negocios de siempre. Erradicar la pobreza, discurso tramposo recurrente que oculta el imperativo de combatir la opulencia y la desigualdad. Los organismos de Naciones Unidas piden ver esto como un proceso de largo aliento, en el que desde Río 92 se encuentran establecidos los ejes fundamentales de la negociación. Piden que seamos ambiciosos en el proyecto global y modestos en las expectativas. El problema es que todas las evaluaciones del estado del medio ambiente señalan que estamos llegando a peligrosos puntos sin retorno, toda vez que el medio ambiente ha sido la principal fuente de financiamiento para que en estos veinte años el comercio haya crecido tres veces y el producto mundial bruto casi dos: tan sólo las emisiones de CO2 se incrementaron un cincuenta por ciento.
Pero a nivel nacional el tema tiene dimensiones dramáticas. La política ambiental es poco menos que inexistente con una levedad insoportable frente a otros sectores, pese a que el tema del cambio climático y la reforestación le ha redituado buenos dividendos externos al Presidente Calderón. No se había visto tal desmovilización y falta de interés de la sociedad civil de cara a una cumbre tan significativa y próxima. Ni siquiera en la academia estamos debatiendo. Los partidos políticos de oposición, principalmente el PRI, parecen apostarle a esa vieja máxima de la ultraizquierda de los años setentas que rezaba “Mientras peor, mejor”, a fin de agudizar las contradicciones, por lo que no mueven un ápice de sus voluntades para que se resuelvan los problemas que nos aquejan. Al fin y al cabo, estiman que el costo político lo pagará el gobierno federal. Mientras tanto los tres partidos mayoritarios y el Verde como adherencia intestinal, impulsan la energía nuclear a contracorriente de lo que está ocurriendo en el mundo. Es lamentable ver cómo en este país es rehén de los procesos electorales, mientras la población sufre carencias y desastres recurrentes al nivel de tragedia humanitaria.
Frente a la ingente violencia, el desempleo, la migración, la crisis política y del sistema judicial, el derrumbe institucional, las campañas del 2012, el caso Hank Rohn, Elba Esther Gordillo versus Miguel Ángel Yunes, la Estela de Luz, OHL, la corrupción rampante, la impunidad, el torneo de apertura 2011 y los que se acumulen esta semana, ¿a quién le importa Río + 20?





[1] Publicado en La Jornada Veracruz el 22 de julio de 2011.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana.