lunes, 22 de agosto de 2011

Educación y participación en contextos de violencia


Educación y participación en contextos de violencia[1]



Edgar González Gaudiano[2]



¾por los comentarios de la gente a mi alrededor¾ que comienza a haber un proceso de saturación informativa sobre la guerra contra el narcotráfico y otros tipos de delincuencia organizada. Cuando todos los días se repite la misma historia de violencia y crimen en muchos lugares de la república, el tema comienza a dejar de ser noticia, a pesar de que cada vez ocurre más cerca de cada uno de nosotros. Pero lo cierto es que la impotencia y la indignación que siento sobre esta guerra, sobre todo ante el cinismo y obstinación con que se ha aducido sobre sus aparentes causas y fallidas estrategias, hacen difícil ver hacia otro lado.

En mi caso, ¿cómo podría estar hablando de educación ambiental, es decir, del necesario y distinto comportamiento individual y social que tenemos que manifestar hacia el deterioro de nuestro entorno y de la calidad de vida en su conjunto, con la vista puesta en un presente más justo y en un futuro promisorio, cuando las imágenes que invaden nuestros sentidos son las de una absurda destrucción y sufrimiento generado por el deseo de poder y codicia?

La educación ambiental como toda educación contiene un fuerte componente político y social. Es verdad que existen orientaciones de esta relativamente nueva corriente pedagógica que pretende neutralizar la asunción de compromisos personales y colectivos, al enfocarla hacia la enseñanza de las ciencias, o con un conservacionismo socialmente desinteresado, con los enfoques lúdicos e incluso asociada a doctrinas místicas y religiosas.

Pero aun desde cualquiera de esas posiciones no podemos cerrar los ojos y quedarnos callados frente a la irracional destrucción de vidas humanas sobre todo de los jóvenes, del tejido social y de las ilusiones por un futuro social y en paz.

Me llama mucho la atención que en vísperas de una campaña por el cambio en el gobierno federal, los partidos políticos no hayan externado su posicionamiento frente a esta situación. Un país con más de 40 mil muertos, el ejército en las calles, retenes en las carreteras y como telón de fondo un aumento creciente en los índices de pobreza en la gran mayoría de la población, y con onerosos partidos políticos haciéndose de la vista gorda en este tema y muchos otros.

 Es quizá un buen momento para hablar de educación, de valores humanos, de ética, de esperanza y en el marco de este triste y vergonzante episodio de nuestras vidas, es preciso  hacer estallar un vigoroso movimiento social similar a lo que está ocurriendo en otras regiones del mundo. En esos lugares, el hartazgo de sus propias condiciones ha creado un conjunto de movimientos amorfos y espontáneos, sin cabezas visibles, lo mismo en Túnez y el norte de África que en Chile, España, Grecia, Alemania e Inglaterra, entre otros. Movimientos con los que simpatizamos mucha gente,  al margen de filiaciones políticas, nacionalidad, edad, ocupación. Movimientos que subsumen las protestas contra la globalización, la discriminación, el desempleo, la cancelación del futuro, la subordinación y el vasallaje y dominio que pretenden imponernos a toda costa los dueños del poder y del dinero.

Ni México ni el mundo quedarán igual después de estas convulsiones. Se acelerarán las profundas transformaciones que hemos atestiguado en el transcurso de apenas dos generaciones. Necesitaremos repensar nuestros proyectos educativos y culturales a la luz de estas nuevas e indeseadas condiciones y la mejor materia prima que tenemos para ello es aprovechar el gigantesco potencial, nunca antes visto, que representa esta preocupación mundial y nacional por intervenir en los procesos que afectan y afectarán aun más nuestras propias vidas.

El deterioro de la clase política es totalmente visible e irreversible. Un caso representativo es el affaire Elba Esther Gordillo-Miguel Ángel Yunes sobre la corrupción en el ISSTE, el que no podía haberse promovido sin la anuencia del presidente Calderón, para que al día siguiente observemos incrédulos la alianza PAN-Panal en Michoacán para respaldar la candidatura de Cocoa al gobierno del estado. ¡Que cinismo!  El otro es el del presidente del PRI, Humberto Moreira negando el desproporcionado incremento de la deuda pública del estado que gobernó y que ahora gobierna el hermano, al parecer sin contar con las debidas autorizaciones. Y todavía se atreve en su campaña de medios a pedirnos que creamos en el nuevo PRI.

Ante la fatiga de las usuales prácticas de los partidos pese a la respiración artificial que les han dado los medios, están empezando a germinar nuevas expresiones de la política, tanto a través de las redes sociales como de movimientos al margen de los partidos. El poeta Sicilia y la UNAM están haciendo sus aportaciones, pero es preciso comenzar a dar señales más amplias y firmes que impidan que los partidos políticos ─todos ellos─ continúen haciendo caso omiso de la catástrofe social que está devorando a nuestras instituciones y nuestro provenir. Necesitamos ejercer la presión social necesaria para obligarlos a establecer un nuevo pacto político que siente otras reglas del juego entre ellos y con nosotros y si no, como les dijeron en Argentina, ¡Que se vayan todos!  

Necesitamos un nuevo pacto que ponga de relieve la noción de responsabilidad pública, el imperativo de la rendición de cuentas, el rechazo unánime a la corrupción y la impunidad,  la recomposición del tejido social y sus valores comunitarios a través del fortalecimiento de la autoridad local y la democracia directa, la justicia expedita, imparcial, eficaz y gratuita, la moderación republicana en el ejercicio de la función pública con su correspondiente control ciudadano,  la ampliación de los derechos civiles mediante el combate a toda forma de discriminación por razones de género, de generación, de raza, etnia, ideología política, credo, condición social y orientación sexual, para poner el bien común por delante de los inconfesables intereses que nos gobiernan.

¿No contiene esta situación un potencial educativo invaluable? ¿Cómo lo emplearemos para no empezar otro ciclo sexenal de renovada esperanza y reiterada decepción?

A pesar del temor y la inseguridad que todos sentimos, es preciso no continuar con el silencio y la indiferencia esperando que todo esto pase, porque de ese modo no pasará. Ningún derecho ha sido graciosa concesión de los gobernantes, todos los derechos y cambios se conquistan.



[1] Publicado en La Jornada Veracruz el lunes 22 de agosto de 2011, pág. 6.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones Educativas de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogsopot.com.

martes, 16 de agosto de 2011

Una escuela con ambiente completo

UNA ESCUELA CON AMBIENTE COMPLETO[1]

Edgar González-Gaudiano[2]

            Desde su aparición en el escenario internacional, la educación ambiental recibió el mandato de incorporarse a los sistemas educativos escolares. Se insistió en que esta incorporación no se diera adicionando una asignatura más en el currículo, quizá porque se anticipaba que esa sería la forma en la que ocurrirían las cosas. Y así fue, al menos al principio.
            Casi cuarenta años han transcurrido desde la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo, Suecia (1972), donde el Principio 19 de la Declaración Política de esa significativa reunión, recomendó impulsar procesos educativos sobre el medio ambiente, escolares y no escolares y dirigidos a todos los sectores y grupos de población para fomentar una toma de conciencia crítica sobre los problemas del medio y actuar en consecuencia. Muchas otras reuniones cumbre han tenido lugar desde entonces, y uno se sigue preguntando por qué la educación ambiental continúa siendo tan poco importante dentro de las instituciones, tanto de aquellas encargadas de la gestión ambiental como de las que atienden los procesos educativos.
            Si bien habrá quien diga que la situación ha cambiado sustantivamente de 1972 a la fecha y eso es absolutamente cierto. También lo es el que la  educación ambiental se encuentra bastante subordinada, al menos frente al conjunto de los instrumentos técnicos de la gestión ambiental (estudios de impacto, riesgo, etc.). En los procesos escolares ha sido asumida como parte de los contenidos de las ciencias naturales, cercenándoles su profunda dimensión social, es decir, cívica, de formación de ciudadanía, de participación en los acontecimientos que nos afectan todos los días.
            La educación ambiental nos ofrece un enorme potencial que no ha sido bien entendido y, por ello, es poco aprovechado. Sus características intrínsecamente interdisciplinarias —toda vez que es punto de encuentro de saberes y prácticas provenientes de las más diversas áreas de conocimiento— favorecen la articulación de los contenidos curriculares que suelen estar fragmentados entre sí. En otras palabras, la educación ambiental es un puente natural para construir asociaciones conceptuales y, por ende, dar un nuevo sentido al material aprendido.
            Pero en años más recientes, la educación ambiental también ha manifestado un gran potencial para favorecer el vínculo entre la escuela y la sociedad. No sólo por tratarse de un tema de creciente importancia en la vida contemporánea, sino por su capacidad para favorecer desde su perspectiva interdisciplinar una comprensión de las complejas interacciones entre la sociedad y el ambiente, así como para promover compromisos para participar en el cambio social, mediante el desarrollo de competencias para la acción responsable, empezando por el nivel local, pero con la posibilidad de insertarse en esa dimensión global cada vez más cercana a nuestras vidas.
            Es preciso que la escuela nos ayude a repensar nuestros hábitos y costumbres cotidianos, tanto en lo individual como en lo colectivo, para remodelar nuestras actitudes y comportamientos en tanto sujetos individuales como organizacionales e institucionales. Y eso sólo puede lograrse en la medida que la escuela esté mejor enlazada con los procesos de la comunidad, diseñando un currículo flexible, readecuando los espacios escolares y rearticulándose con el entorno aledaño.
            Los niños aprenden lo que viven y eso exige un mínimo de congruencia entre lo que la escuela prescribe en sus contenidos educativos y la forma como ella funciona en el marco de su gestión escolar. Esto, desde luego, es válido no sólo para la educación ambiental. Ya están operando en otros países muy variadas estrategias pedagógicas que afectan positivamente la calidad del proceso educativo en su conjunto, pero en el nuestro nos seguimos resistiendo a darle el creciente peso específico que sí ha adquirido en otras partes y a lo más continuamos promoviendo algunas acciones de separación de residuos y otras acciones puntuales y eventuales, que suelen ser ajenas a los objetivos programáticos.
            Necesitamos replantearnos esta situación en otros términos muy distintos. Trascender, en primer lugar, el pesado lastre que representa reducir el ambiente a la naturaleza, porque eso nos seguirá circunscribiendo a las ciencias naturales. Los problemas ambientales son ciertamente ecológicos, pero vistos en su dimensión social, cultural, económica, histórica, política, tecnológica, jurídica. Una nueva concepción del ambiente nos conduce necesariamente a pensar la educación ambiental, como educación cívica para la formación de ciudadanía; una educación que implique sí buscar una mejor relación con el ambiente, pero en el marco de una mejor relación de convivencialidad entre y con nosotros mismos.
            En segundo lugar, es necesario también diseñar una escuela cada vez más comprometida con su tiempo y con su lugar. Una escuela que dé cabida al análisis de los asuntos y problemas que atraviesan nuestras vidas; cuyos contenidos nos permitan construir mejores interpretaciones para replantear nuestros desafíos individuales y sociales y nuestros horizontes de posibilidad. Me dirán, que eso no corresponde sólo a la educación ambiental sino a la educación toda. Y yo coincidiré con ustedes porque, finalmente, el hecho de que ahora tengamos que hablar de educación ambiental, o de educación para los derechos humanos, o de educación con enfoque de género, entre muchos otros campos emergentes, es porque los procesos educativos en su devenir histórico fueron relegando aspectos que ahora es preciso recuperar, redimensionar y relocalizar dentro de los sistemas escolares. Cuando eso haya ocurrido, no se necesitará hablar de educación ambiental porque se entenderá que la educación o es formadora de valores y competencias para una sana relación con el ambiente o no es educación.
            En Brasil, el Proyecto 2000 de Educación Ambiental recupera las siguientes lecciones aprendidas para la escuela:
  • Un proyecto de educación ambiental debe estar plenamente integrado a la rutina de la escuela, sin que ello implique un sacrificio adicional para el profesor.
  • Es fundamental trabajar con los directores y el cuerpo técnico de la escuela, desde su propia concepción, pues eso viabiliza y facilita poner en marcha las actividades de un proyecto. Se requiere también un horizonte temporal mínimo de tres años lectivos, para que haya una mayor convivencia e intimidad con la nueva rutina adoptada, toda vez que la finalidad es cambiar hábitos  e introducir una nueva cultura de trabajo.
  • La capacitación de funcionarios y profesores para la gestión ambiental del espacio escolar es un elemento prioritario en la formulación de propuestas de acción en educación ambiental. La escuela debe ser un ejemplo para los alumnos y la comunidad que atiende.
  • La planeación anual y bimestral son momentos privilegiados en el enriquecimiento de los programas de las asignaturas, para asegurarnos de que la temática ambiental no se reduzca a la celbración de fechas conmemorativas (Día del Árbol, Día Mundial del Medio Ambiente, Día del Agua, etc.).
  • Continúa siendo un desafío capacitar a los profesores que encuentran dificultad para relacionar al medio ambiente con los contenidos del área que imparten. Dar contenidos al aula y llevarlos al alumno todavía es encarado por muchos como una ‘receta’.
  • Es importante involucrar a todos los turnos de la escuela. Si eso no ocurre, se contrarrestan los logros de un turno a otro.
El reconocido pedagogo costarricense Francisco Gutiérrez dice que ‘Educarse es impregnar de sentido las prácticas de la vida cotidiana’, ¿cuándo comenzamos con lo ambiental?




[1] Articulo publicado en La Jornada Veracruz, el martes 16 de agost de 2011, p.6.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com

lunes, 8 de agosto de 2011

Participación social y ciudadanía

Participación social y ciudadanía[1]
Edgar González Gaudiano[2]
 El concepto de participación social forma parte del discurso político e institucional desde hace mucho. Sin embargo, es notable la escasa participación de la población no sólo en el ejercicio de la democracia real, sino en asuntos que le conciernen directamente  a cada individuo. El tema se presta a simulaciones en partidos políticos, sindicatos, asociaciones vecinales e incluso en la mayoría de los llamados consejos consultivos. La gente cree cada vez menos en la participación auténtica y desconfía cada vez más de los procesos democráticos; de ahí por qué se tiene que gastar  tanto en la promoción del voto.
La participación ciudadana exige una educación e información adecuadas, procedimientos claros, un conjunto de principios básicos de respeto a las diferencias de opinión y la no discriminación y, también, recursos financieros.
Una política educativa para la participación no consiste en convocar a asambleas interminables con un uso abusivo de la palabra, para que al final las decisiones se tomen por cansancio de la mayoría y por la minoría más interesada, sino en distribuir con equidad los recursos sociales que favorecen la acción colectiva en la deliberación y toma de decisiones en los asuntos que conciernen a todos. Como no es así, los ciudadanos, sobre todo los jóvenes, no se involucran en las formas actuales de participación política e institucional. No se sienten interpelados. Se requieren estrategias creativas que convoquen a hacer acto de presencia, a opinar, a gestionar, a intervenir, a tomar decisiones.
En cambio, es sorprendente la respuesta espontánea a convocatorias formuladas mediante las redes sociales para informar, por ejemplo, sobre balaceras o propuestas novedosas. Véase si no el caso de la velocidad de difusión de la campaña de anulación del voto. Por eso ahora los políticos de medio pelo para arriba tienen cuentas en facebook y en twitter, aunque no han cambiado su discurso, mucho menos su conducta, sino sólo el vehículo, que pronto volverán chatarra como suelen hacer con los autos oficiales.
Por otra parte, en las campañas mediáticas es frecuente la aparición de personas jóvenes en la promoción de algo o de alguien. Se trata de aparentar la aprobación de un sector que está creciendo progresivamente y que resultará fundamental para las decisiones. Pero consiste en una participación poco auténtica, falseada impropia e inaceptable, en la cual los jóvenes son utilizados sólo como elementos escenográficos, de la misma forma en la que el Partido Verde ha usado a la población indígena; sólo son intentos con frecuencia exitosos de engañar empleando voces infantiles para la transmisión de mensajes y el uso meramente decorativo de las personas; recurso empleado tanto por la izquierda como por la derecha que empieza ya a desgastarse.
La verdadera participación es un derecho de los ciudadanos. A nivel escolar es un indicador de la calidad del proceso educativo y el medio por el cual se construyen las actitudes democráticas, al proporcionar los espacios y los procedimientos para la deliberación de intereses divergentes y para combatir la desigualdad.
Construir una participación efectiva debiese ser un propósito primordial del sistema educativo, aunque con el control que el Sindicato ejerce sobre las personas y las instituciones es muy difícil que por el momento la educación básica contribuya a ello. Sólo las universidades, sobre todo las públicas, quizás puedan aportar en esa dirección.
Al participar auténticamente se visibilizan los verdaderos intereses y aspiraciones sociales de los diversos sectores y grupos de la población. Simular la participación es una forma efectiva de invisibilizar y silenciar las voces de quienes menos peso político tienen en la sociedad y, por lo mismo, es una estrategia para mantener la desigualdad imperante.


[1] Artículo publicado en La Jornada Veracruz el 8 de agosto de 2011, p.6.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com

lunes, 1 de agosto de 2011

Rio + 20 ¿A quién le importa?

Rio + 20 ¿A quién le importa?[1]
Edgar González Gaudiano[2]
 Hace casi 20 años, del 3 al 14 de junio de 1992, se celebró en Río de Janeiro, Brasil, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, conocida también como Cumbre de Río o Cumbre de la Tierra. Participaron 172 países representados por 108 jefes de estado y de gobierno. Los debates abordaron el deterioro del medio ambiente, los efectos de la contaminación industrial en la salud y los problemas derivados de la escasez del agua, entre otros muchos. Fue un momento culminante de la política ambiental internacional y se aprobaron documentos fundamentales para ordenar y regular dichos problemas: la Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo, la Agenda 21, la Convención sobre la Diversidad Biológica, la Declaración sobre los Bosques, la Convención para Combatir la Desertificación y la Convención Marco sobre el Cambio Climático. En forma paralela a la reunión oficial, se celebró el Foro de la Sociedad Civil en el que participaron alrededor de 2,400 representantes de organizaciones ambientalistas y que generó 39 tratados que establecían el punto de vista no oficial sobre los temas ambientales.
A los diez años de distancia, del 26 de agosto al 4 de septiembre de 2002, en Johannesburgo, Sudáfrica, se llevó a cabo la Cumbre de Naciones Unidas para el Desarrollo Sustentable. Fue el reverso de la moneda. Frente al entusiasmo y esperanza de Río, aquí prevaleció el desánimo y el desencanto. Los países desarrollados no querían negociar nada. No se había avanzado prácticamente en ninguno de los acuerdos de Río e incluso la mayoría de los asuntos se habían agravado. Los temas nuevamente fueron la crisis del agua, biodiversidad, energía, pesquerías y gobernanza global, entre otros. Hubo oposición a que se incluyera en el texto de la declaración política al Principio Precautorio y al Protocolo sobre Bioseguridad que trata sobre los organismos genéticamente modificados y no se aprobaron metas sobre el uso de un porcentaje mínimo de energía de fuentes renovables.
La negociación se empantanó mucho porque un año antes, mientras se realizaban las reuniones preparatorias que es donde verdaderamente se toman los acuerdos, ocurrió el ataque del 11 de septiembre a las torres gemelas de Nueva York. Eso cambió todo el orden de prioridades mundiales. Incluso la fecha de la cumbre tuvo que ser adelantada una semana, porque coincidiría con el primer aniversario del atentado terrorista. Johannesburgo fue un anticlímax, tanto en el sentido metafórico como literal. El crecimiento de la desigualdad mundial y de la degradación ambiental durante esa década como consecuencia de la globalización, hicieron que el financiamiento de por sí insuficiente, fuera cada vez más precario para atender compromisos que son recurrentemente postergados, llenos de ambigüedades y sin plazos concretos para su cumplimiento.
Estamos a menos de un año de celebrar la segunda Cumbre sobre Desarrollo Sustentable, que tendrá lugar nuevamente en Río de Janeiro del 28 de mayo al 6 de junio en 2012. Nos encontramos incluso en peores condiciones que en el proceso de Johannesburgo. Los problemas ambientales no sólo se han agravado: crisis del agua y energética, inseguridad alimentaria, cambio climático, etcétera, en medio de problemas financieros mundiales, sino que además se observa una creciente incapacidad del sistema de Naciones Unidas de ejercer presión para llegar a acuerdos trascendentes y vigilar su cumplimento. 
El tema principal a discutirse será ahora el marco institucional del desarrollo sustentable y la economía verde para erradicar la pobreza, una propuesta que ya ha empezado a recibir muchas críticas por considerarse sólo un disfraz de oveja para que los lobos de las corporaciones multinacionales continúen con sus negocios de siempre. Erradicar la pobreza, discurso tramposo recurrente que oculta el imperativo de combatir la opulencia y la desigualdad. Los organismos de Naciones Unidas piden ver esto como un proceso de largo aliento, en el que desde Río 92 se encuentran establecidos los ejes fundamentales de la negociación. Piden que seamos ambiciosos en el proyecto global y modestos en las expectativas. El problema es que todas las evaluaciones del estado del medio ambiente señalan que estamos llegando a peligrosos puntos sin retorno, toda vez que el medio ambiente ha sido la principal fuente de financiamiento para que en estos veinte años el comercio haya crecido tres veces y el producto mundial bruto casi dos: tan sólo las emisiones de CO2 se incrementaron un cincuenta por ciento.
Pero a nivel nacional el tema tiene dimensiones dramáticas. La política ambiental es poco menos que inexistente con una levedad insoportable frente a otros sectores, pese a que el tema del cambio climático y la reforestación le ha redituado buenos dividendos externos al Presidente Calderón. No se había visto tal desmovilización y falta de interés de la sociedad civil de cara a una cumbre tan significativa y próxima. Ni siquiera en la academia estamos debatiendo. Los partidos políticos de oposición, principalmente el PRI, parecen apostarle a esa vieja máxima de la ultraizquierda de los años setentas que rezaba “Mientras peor, mejor”, a fin de agudizar las contradicciones, por lo que no mueven un ápice de sus voluntades para que se resuelvan los problemas que nos aquejan. Al fin y al cabo, estiman que el costo político lo pagará el gobierno federal. Mientras tanto los tres partidos mayoritarios y el Verde como adherencia intestinal, impulsan la energía nuclear a contracorriente de lo que está ocurriendo en el mundo. Es lamentable ver cómo en este país es rehén de los procesos electorales, mientras la población sufre carencias y desastres recurrentes al nivel de tragedia humanitaria.
Frente a la ingente violencia, el desempleo, la migración, la crisis política y del sistema judicial, el derrumbe institucional, las campañas del 2012, el caso Hank Rohn, Elba Esther Gordillo versus Miguel Ángel Yunes, la Estela de Luz, OHL, la corrupción rampante, la impunidad, el torneo de apertura 2011 y los que se acumulen esta semana, ¿a quién le importa Río + 20?





[1] Publicado en La Jornada Veracruz el 22 de julio de 2011.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana.

¿Combatir la pobreza o la desigualdad social?

¿Combatir la pobreza o la desigualdad social?[1]
Edgar González Gaudiano[2]

Hace casi veinte años, en 1992, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) convulsionó  a la sociedad mundial con la publicación de su informe sobre el desarrollo humano. Con el informe se presentaba la propuesta del Índice de Desarrollo Humano (IDH), con el cual se quería dar una mejor idea del avance en el desarrollo de la que había venido aportando el Producto Nacional Bruto. El IDH integra los aspectos económicos y sociales ponderando el crecimiento económico, la alfabetización de adultos y la esperanza de vida. A partir de entonces, al IDH se le han hecho múltiples ajustes incorporando la desigualdad por género, las diferencias regionales, etcétera, aunque continúa siendo deficitario en la dimensión ambiental.  
Pero lo que más impactó ese año de 1992, fue que la portada del informe se ilustró con la ahora ya famosa gráfica llamada “la copa de champagne” (figura). Esa gráfica muestra meridianamente que el problema no es la generación de la riqueza en el mundo, sino su obscena distribución. 20% de la población mundial (el quintil más rico) equivalente entonces a unos 1,100 millones de personas, concentraba 82.7% de los ingresos (y de la energía, los alimentos, las inversiones, etc.). La misma cantidad de personas, pero del quintil más pobre recibía apenas el 1.4% de ese total, lo que le permitía la mera sobrevivencia.
Aunque parezca increíble, esa súper desigual e inmoral brecha en la distribución mundial se ha hecho mayor. El PNUD en 1998, apenas seis años después de la publicación de la copa de champagne, reveló que el quintil más rico de la población había incrementado la concentración de ingresos a 86%, mientras que el quintil más pobre redujo su percepción a 1.3% del total de los mismos. Lo anterior pese a que en ese mismo periodo la economía mundial había crecido  18.64%. Esto es, no hay tal derrama, ni distribución de la renta una vez que está puesto el pastel. La sicalíptica codicia de los poderosos domina las decisiones.
Al través de los años y hasta el momento actual esa brecha se ha venido ampliando sin cesar, y como al último quintil ya no hay prácticamente nada que quitarle, sino la propia vida, la creciente concentración del ingreso de los más ricos se ha venido haciendo a costa de los quintiles intermedios 2, 3 y 4; es decir, las clases medias que han venido progresivamente depauperizándose.
El tema no debe verse solamente en una perspectiva global. Nuestro país con  112 millones de habitantes ocupa el décimo cuarto lugar mundial por el tamaño de su economía, pero en el mundo es uno de los que tiene más alta desigualdad. Es decir, es uno de los países en los que la brecha entre pobres y ricos es mayor. Según la reciente Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, publicada por el INEGI, en números redondos, 10 millones de personas viven solamente de lo que les da el gobierno a través de distintos programas y de otras fuentes de las que reciben apoyos y 40 millones sobreviven con dos salarios mínimos; esto es, con apenas 3,500 pesos al mes o menos, mientras sólo 5 millones de personas ganan por encima de los seis salarios mínimos.
De acuerdo con esta Encuesta, la población más rica rebasaba en 2006 en 14 veces el ingreso de la población más pobre. Esa brecha en cuatro años se amplió a 18 veces. Es decir, mientras alguien del estrato más pobre recibe seis mil pesos por trimestre, uno del estrato más rico recibe 118 mil.  Entre 2006 y 2008 los pobres pasaron de ser 45 millones a ser 51 millones. Seis millones más de pobres en sólo dos años. Todo un record. Eso sin contar la emigración. El ingreso promedio de los mexicanos se desplomó en 12% entre 2008 y 2010. En fin, lo que las cifras nos dicen es que del 2006 a la fecha, en el gobierno panista del presidente Calderón y de gobernadores de todos los signos, las clases media y baja de este país son más pobres y las clases altas más ricas. Así de sencillo.
Por lo mismo, el asunto ese de los programas de combate a la pobreza es puro atole con el dedo y no habrá manera de combatirla mientras no se combata también la enorme concentración del ingreso en los ricos, la opulencia; es decir, lo que se necesita combatir es la desigualdad social. No hay de otra, lo demás son cuentos chinos. Los datos así lo confirman, aunque nos sigan diciendo que los 25 años que hay entre Solidaridad y Oportunidades han sido exitosos.  



[1] Publicado en La Jornada Veracruz el lunes 1 de agosto de 2011, p. 7.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones Educativas de la Universidad Veracruzana.