viernes, 4 de diciembre de 2015

El cambio climático y la gente*

Edgar J. González Gaudiano**

Al reactivarse el interés público por la cobertura mediática de la Conferencia de las Partes (COP21) a sobre el Cambio Climático que se celebra en París, Francia, surgen de nuevo varias interrogantes a propósito de este fenómeno. Una que nos interesa especialmente en esta ocación es la llamada dimensión social, que se refiere a la perspectiva que las ciencias sociales y las humanidades deben aportar para lograr una comprensión más completa de este fenómeno.
La dimensión social ha cobrado fuerza durante los últimos años, al entenderse mejor el papel que desempeña como complemento del conocimiento que han venido construyendo las ciencias del clima. De ahí, el mayor espacio que ocupa en el más reciente informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (2013-2014). En otras palabras, el conocimiento que aporta la meteorología o la química atmosférica, por ejemplo, se difumina si las políticas de respuesta no consideran también la información acerca de cómo la población interpreta y valora el cambio climático, y especialmente las implicaciones de éste en sus vidas.
Numerosos estudios se han realizado para intentar identificar las claves de la percepción y la representación social del fenómeno del cambio climático, a fin de poder traducirlas en estrategias de comunicación y educación, así como en políticas públicas que puedan inducir valores acordes a las circunstancias que vivimos, y respuestas sociales consensadas más efectivas.
Se sabe, por ejemplo, que la alfabetización científica sobre el cambio climático (en lo que se han centrado la mayoría de los programas en los medios y de los materiales educativos para las escuelas) es insuficiente para motivar transformaciones en la actitud y el comportamiento individual y colectivo, tampoco para enfrentar los riesgos y amenazas derivados. La ciencia del clima ha arrojado luz sobre el problema, pero no ha influido en las decisiones de la vida cotidiana de las personas, sobre todo, en aquellas con un estilo de vida centrado, cada vez más, en el uso intensivo de combustibles fósiles.
Se sabe también que una apropiada representación social del fenómeno, en tanto conocimiento de sentido común que da sentido a la realidad, y orienta la acción de los individuos, es fundamental para desplegar políticas que tengan resonancia social e involucren a la población en su aplicación (P. Meira, Comunicar el cambio climático, 2009).
Las representaciones sociales son constructos cognitivos compartidos, que se han basado en sustratos culturales específicos, por lo que existen diferencias significativas en la función de factores tales como región, grupo social, edad, género y experiencia de vida, entre otros. Factores que han de tomarse en cuenta para diseñar programas dirigidos a grupos de población particulares.
Por ejemplo, han sido empleados de manera muy efectiva en la mercadotecnia para inducir preferencias en los patrones de consumo, entre los distintos segmentos de población; o por asesores y estrategas políticos para formular campañas electorales que orienten los votos a favor o en contra de candidaturas y partidos. Poco se han usado, sin embargo, para hacer más efectivos los programas educativos.
Sólo si el cambio climático es reconocido como un factor real en la vida de las personas, podrá suscitar la adhesión a programas que se pongan en marcha sobre medidas de mitigación y de adaptación para aportar a la reducción de gases de efecto invernadero, así como para reducir la creciente vulnerabilidad social que conlleva el fenómeno (J. L. Lezama, La construcción social y política del medio ambiente, 2004).
Eso que parece tan simple es muy difícil de implementar.
El resultado ha sido que la respuesta social al cambio climático sigue siendo muy voluble. Quizá porque las medidas a adoptar van en sentido contrario a los satisfactores que caracterizan actualmente nuestra época de hiperconsumo. Quizá porque, como dice Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio (2012), sobre el modelo racional de la toma de decisiones, las implicaciones del cambio climático no se perciben como riesgos inminentes con una carga emocional que nos obligue a actuar. Quizá porque hay muchas otras prioridades que ocupan nuestra atención en la inmediatez de nuestras vidas. Quizá por el tono apocalíptico que caracterizan a muchos de estos mensajes sobre el tema; tono al que ya estamos inmunizados. Quizá por el escaso peso que le concedemos a nuestras acciones individuales.
Lo cierto es que varios autores, como George Marshall en su libro Ni se te ocurra pensar en ello (2015), están planteando un cambio de narrativa que permita superar las barreras psicológicas que no permiten darle una mayor importancia al problema del cambio climático en nuestras vidas, debido a que lo pensamos como una amenaza abstracta, invisible y lejana. Otros como Naomi Klein, en el libro Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (2015) señalan que el cambio climático es la narrativa más poderosa contra el sistema económico y político actual.
Ciertamente, tenemos que imprimir un cambio en la manera de presentar y representar el problema.
Personalmente creo que seguir hablando de los escenarios que ocurrirán en 2050 o finales de siglo, por no hacer algo en este momento, no ayuda a crear un sentido de apremio. Por el contrario, constituye un aliciente para seguir postergando la adopción de medidas radicales hasta que, como señala Anthony Giddens en su estudio, La política del cambio climático (2011), sea demasiado tarde. De igual manera, seguir pensando los problemas desconectados unos de otros por importantes que sean, no ayuda a construir perspectivas enmarcadas en los sistemas complejos que permitirían diseñar mejores respuestas.

A pesar de las difíciles circunstancias que atravesamos en varias esferas de nuestras vidas, el cambio climático es hoy el desafío mayor al que nos enfrentamos. Más nos valdría que comenzáramos a asumirlo de ese modo aunque no se advierta que la acción política vaya en esa dirección, menos cuando suenan tambores de guerra.

*Publicado en La Jornada Veracruz, el 4 de diciembre de 2015 
http://www.jornadaveracruz.com.mx/el-cambio-climatico-y-la-gente/
**Coordinador de la Cátedra UNESCO - Universidad Veracruzana “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”.


jueves, 3 de diciembre de 2015

El cambio climático y la desigualdad social*

Edgar J. González Gaudiano**

Por un período muy efímero, en estos días de la Conferencia de las Partes (COP) número 21 de la Convención Marco de Cambio Climático que se realiza en París, los temas ambientales en general y el cambio climático en particular vuelven a ser noticia. La verdad es que es un asunto que merece nuestra mayor atención, si bien pareciera que hay otros mucho más urgentes e importantes.
Dada su actualidad mundial por la reunión de mandatarios con declaraciones espectaculares e imágenes mediáticas de las cuáles seguramente emanarán pocas decisiones verdaderamente trascendentes para combatir el fenómeno, quiero vincular este tema con una nota aparecida en este mismo diario el 1 de diciembre acerca del reconocimiento que hizo el Sr. Tomás Ruiz, secretario de Infraestructura y Obra Pública del gobierno del estado de Veracruz, durante su comparecencia ante el congreso local, de que los recursos federales de 2007 y 2008 (sin aclarar la cantidad) proveniente del Fondo de Desastres “Naturales” (Fonden) para paliar las consecuencias de los fenómenos climáticos no se aplicaron y por lo tanto se perdieron, así como que otros $500 millones correspondientes a los años  2009 y 2010 (este último el año del huracán Karl y la tormenta tropical Matthew) tampoco se aplicaron.
La noticia implica que ese dinero que el gobierno del estado recibe como consecuencia de las declaratorias de emergencia para atender con urgencia las necesidades de la población damnificada, no se aplica en lo que debiese. No llega a la gente necesitada. No se usa para reparar infraestructura dañada, para solventar aunque sea provisionalmente la pérdida de la actividad productiva mediante la creación de empleos temporales para limpiar, atender, socorrer, trasladar, etc. Por lo visto, las emergencias climáticas le han servido al gobierno del estado para allegarse de recursos adicionales, pero que no usan para lo que se solicitan. De ese modo, el cambio climático contribuye al rezago social.
Es terrible. Se trata de una omisión grave que no debiese pasar inadvertida. Lo que esta cada vez mas frecuente situación implica es que los recursos fueron desviados hacia otros asuntos que el gobierno del estado consideró prioritarios. ¿Cómo puede haber algo más prioritario que una declaración de emergencia?
Somos un estado cuyo desarrollo se encuentra estancado desde hace demasiados años; una entidad que cuenta con las condiciones materiales y geográficas para estar bien pero que se encuentra colocada en los últimos lugares de prácticamente todos los indicadores de bienestar; con servicios públicos de la peor calidad e infraestructura deficiente e insuficiente; con una deuda rampante que nos ha convertido en rehenes de los acreedores por muchos años, donde hasta los impuestos de los años venideros que aún no se cobran, ya se deben; con instituciones inanes y población dejada a su suerte; con gobiernos irresponsables, cínicos, omisos, ineptos y corruptos; con representantes rapaces con problemas de columna de tantas genuflexiones ante el poder.
La noticia del Sr. Tomás Ruiz sólo viene lastimosamente a demostrar cómo ahora la vulnerabilidad social creciente derivada de los embates del cambio climático viene a agudizar la ya de por sí crítica situación del pueblo veracruzano.
Ciertamente, el cambio climático ha llegado para quedarse y no sólo constituye por si mismo nuevas condiciones de riesgo y amenaza, sino que incrementa explosivamente otros problemas como los alimentarios, de suministro de agua, de violencia y de migración, de desigualdad social pues, por citar sólo algunos. La situación es  grave porque no se ve que exista decisión política para al menos frenarlo, a fin de tener la oportunidad de ir atendiendo los efectos más inmediatos, para impulsar políticas de adaptación social, para reducir la vulnerabilidad, para fortalecer la resiliencia social, para evitar los próximos desastres. Los gobiernos declaran que tomarán medidas que siempre son postergadas. Como vemos, incluso los recursos que llegan para paliar emergencias se desvían. El cambio climático es empleado como coartada de ineficiencias cuando se presentan contingencias ambientales. Culpar a la naturaleza de los desastres se ha convertido en la excusa favorita.
Pero tampoco la población le concede importancia al fenómeno. Lo seguimos viendo como un problema distante en el tiempo y en el espacio. Un problema de los osos polares. A esto me referiré en otra entrega.
Nuestro gobierno federal es paladín de declaraciones sobre el cambio climático, pero sólo para el consumo externo. Calderón Hinojosa recibió varios premios internacionales por eso, mientras le abría la puerta a la minería a cielo abierto. Ahora mismo el presidente Peña Nieto asiste a la COP21 en París, y a pesar de la aprobación por el senado de la ley de transición energética hacia tecnologías limpia se siguen abriendo más pozos de fracking. Esto es, las presuntas medidas gubernamentales sobre el cambio climático no se corresponden con las decisiones de política que se están tomando en todas las áreas de la administración pública, sobre todo económicas. Es pura simulación.
En el sexenio actual con el PRI nuevamente en el poder el asunto es todavía, si cabe, más complicado. El haber entregado la conducción de la política ambiental a sus aliados del Partido Verde ha contribuido a poner al país en un estado de coma inducido. Se ignoran leyes; se han desmantelado equipos técnicos calificados; los puestos han sido ocupados por amigos y colaboradores incapaces en todos los niveles de mando desde el secretario hasta los jefes de departamento. Las buenas noticias ambientales de este país de los meses recientes, como la suspensión provisional del maíz transgénico en respuesta a una acción colectiva, fue resultado de la intervención de un magistrado a pesar de un centenar de impugnaciones del gobierno federal y de las empresas transnacionales, así como de 22 amparos en los que ha intervenido hasta la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Arturo Escobar está imputado de delitos electorales, pero no de su actuación en temas ambientales. Ello porque en los hechos para el gobierno la política ambiental es lo de menos.
¿Así cómo?



*Publicado en La Jornada Veracruz, el 3 de diciembre de 2015 
http://www.jornadaveracruz.com.mx/el-cambio-climatico-y-la-desigualdad-social/
**Coordinador de la Cátedra UNESCO - Universidad Veracruzana “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”.