lunes, 13 de noviembre de 2017


El cambio climático y la gente*


Por Edgar J. González Gaudiano**


Al reactivarse el interés público por la cobertura mediática de la Conferencia de las Partes (COP21) sobre cambio climático que se celebra en París, Francia, surgen de nuevo varias interrogantes sobre este fenómeno. Una que nos interesa especialmente en esta ocasión es la llamada dimensión social, que refiere a la perspectiva que las ciencias sociales y las humanidades deben aportar a una comprensión más completa de este complejo fenómeno.

La dimensión social ha cobrado fuerza durante los últimos años, al entenderse mejor el papel que desempeña como complemento del conocimiento que han venido construyendo las ciencias del clima. De ahí el mayor espacio que ocupa en el más reciente informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (2013-2014). En otras palabras, el conocimiento que aporta la meteorología o la química atmosférica, por ejemplo, se difumina si las políticas de respuesta no consideran también información acerca de cómo la población interpreta y valora el cambio climático, y especialmente las implicaciones de éste en sus vidas.

Numerosos estudios se han hecho en tal sentido para intentar identificar las claves de la percepción y la representación social del fenómeno del cambio climático, a fin de poder traducirlas en estrategias de comunicación y educación, así como en políticas públicas que puedan inducir valores acordes a las circunstancias que vivimos y respuestas sociales consensadas más efectivas.

Se sabe, por ejemplo, que la alfabetización científica sobre el cambio climático (en lo que se han centrado la mayoría de los programas en los medios y de los materiales educativos para las escuelas) es insuficiente para motivar un cambio en la actitud y el comportamiento individual y colectivo para enfrentar los riesgos y amenazas derivados. La ciencia del clima ha arrojado luz sobre el problema, pero no ha influido en las decisiones de la vida cotidiana de la gente con un estilo de vida centrado, cada vez más, en aspiraciones basadas en el uso intensivo de combustibles fósiles.

Se sabe también que una apropiada representación social del fenómeno, en tanto conocimiento de sentido común que da sentido a la realidad y orienta la acción de los individuos, es fundamental para desplegar políticas que tengan resonancia social e involucren a la población en su aplicación (P. Meira, Comunicar el cambio climático, 2009).

Las representaciones sociales son constructos cognitivos compartidos basados en sustratos culturales específicos, por lo que existen diferencias significativas en función de factores tales como de región, grupo de social, edad, género y experiencia de vida, entre otros. Factores que han de tomarse en cuenta para diseñar programas dirigidos a grupos de población particulares. Por ejemplo, han sido empleados de manera muy efectiva por la mercadotecnia para inducir preferencias en los patrones de consumo entre los distintos segmentos de población; o por asesores y estrategas políticos para formular campañas electorales que orienten los votos a favor o en contra de candidaturas y partidos. Poco se han usado, sin embargo, para hacer más efectivos los programas educativos.

Sólo si el cambio climático es reconocido como un factor real en la vida de las personas (J. L. Lezama, La construcción social y política del medio ambiente, 2004), podrá suscitar la adhesión a programas que se pongan en marcha sobre medidas de mitigación y de adaptación para aportar a la reducción de gases de efecto invernadero, así como para reducir la creciente vulnerabilidad social que conlleva el fenómeno.

Eso que parece tan simple es muy difícil de implementar. El resultado ha sido que la respuesta social al cambio climático sigue siendo muy voluble. Quizá porque las medidas a adoptar van en sentido contrario a los satisfactores que caracterizan actualmente nuestra época de hiperconsumo. Quizá porque, como dice Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio (2012), sobre el modelo racional de la toma de decisiones, las implicaciones del cambio climático no se perciben como riesgos inminentes con una carga emocional que nos obligue a actuar. Quizá porque hay muchas otras prioridades que ocupan nuestra atención en la inmediatez de nuestras vidas. Quizá por el tono apocalíptico que caracterizan muchos mensajes sobre el tema; tono al que ya estamos inmunizados. Quizá por el escaso peso que le concedemos a nuestras acciones individuales.


Lo cierto es que varios autores, como George Marshall en su libro Ni se te ocurra pensar en ello (2015), están planteando un cambio de narrativa que permita superar las barreras psicológicas que están bloqueando darle una mayor importancia al problema del cambio climático en nuestras vidas, debido a que lo pensamos como una amenaza abstracta, invisible y lejana. Otros como Naomi Klein, en su libro Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (2015) señalan que el cambio climático es la narrativa más poderosa contra el sistema económico y político actual.

Ciertamente, tenemos que imprimir un cambio en la manera de presentar y representar el problema. Personalmente creo que seguir hablando de los escenarios que ocurrirán en 2050 o finales del siglo de no hacer algo en este momento, no ayuda a crear un sentido de apremio. Por el contrario, constituye un aliciente para seguir postergando la adopción de medidas radicales hasta que, como señala Anthony Giddens (La política del cambio climático, 2011), sea demasiado tarde. De igual manera, seguir pensando los problemas desconectados unos de otros por importantes que sean, no ayuda a construir perspectivas enmarcadas en los sistemas complejos que permitirían diseñar mejores respuestas.

A pesar de las difíciles circunstancias que atravesamos en varias esferas de nuestras vidas, el cambio climático es hoy el desafío mayor al que nos enfrentamos; más nos valdría que comenzáramos a asumirlo de ese modo aunque no se ve que la acción política vaya en esa dirección, menos cuando suenan tambores de guerra.


*Artículo publicado en La Jornada el 13 de noviembre de 2017.


***Académico del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana.

lunes, 29 de mayo de 2017

Formación de Ciudadanía*

Edgar J. González Gaudiano**

Cada vez que aparecen nuevos retos sociales se piensa en la educación. De ese modo han surgido nuevas áreas pedagógicas dirigidas a educar a las personas de acuerdo con ciertas necesidades consideradas socialmente relevantes. Así, ahora tenemos a la educación ambiental, la educación intercultural, la educación en equidad de género, la educación para los derechos humanos y la educación para el ejercicio de la democracia, entre varias otras.

La crisis del sistema de partidos políticos y los numerosos casos de corrupción han hecho sentir la necesidad de impulsar procesos de formación de ciudadanía. Una ciudadanía calificada para participar, para vigilar y para exigir el cumplimiento del estado de derecho sin distingos y discrecionalidades. Una ciudadanía activa que nos permita funcionalmente gobernar nuestras vidas, a partir de criterios propios orientados a superar las profundas desigualdades en el ejercicio de nuestros derechos y en el cumplimiento de nuestras obligaciones ciudadanas.

Un problema en esta aspiración de cambio social es que la estrategia se plantea siempre como un proceso curricular. Es decir, un cambio inducido desde la escuela sin comprender que una transformación cultural de esta magnitud y complejidad requiere verse como un proceso social. Este proceso de cambio no obtendrá buenos resultados mientras los gobiernos, los jueces, los líderes empresariales y sindicales, no practiquen los valores que se desean promover. De ahí que un poderoso recurso de la pedagogía social sea demostrar con penalidades ejemplares que verdaderamente nadie está por encima de la ley, máxime cuando se trate de aquellos que deben velar por su cumplimiento.

Mientras la impunidad campee, como ocurre ahora, entre quienes ejercen diversas formas de poder institucional, no habrá programa político que vaya más allá de las declaraciones grandilocuentes. Decía Eduardo Galeano en su libro Patas arriba: la escuela del mundo al revés: "La impunidad premia el delito, induce a su repetición y le hace propaganda, estimula al delincuente y contagia su ejemplo".
Esta reveladora idea nos recuerda el añejo pero certero adagio pedagógico de que se educa (o deseduca) más por el ejemplo que por el precepto". La consigna característica de la política mexicana de que "un político pobre es un pobre político", y aquélla "el que no transa no avanza", han gestado representaciones convertidas en práctica social generalizada.

Dice Mercedes Oraisón que es en lo simbólico donde se dirimen las identificaciones y posicionamientos que abren o clausuran las posibilidades de acción ética, moral y política de los sujetos. Por ello es que la corrupción y la impunidad, al convertirse en moldes normativos que se enarbolan con desfachatez, han dotado de un sentido perverso al comportamiento social y se han incorporado a la dimensión simbólica que define la visión del mundo, sobre todo de muchos jóvenes.

Nada mejor que lo que sucede en el actual proceso electoral para confirmar que efectivamente necesitamos construir una ciudadanía que pueda construir las condiciones para combatir la anomia social resultante del quebranto de los valores éticos de la sociedad mexicana. Tres rasgos generales caracterizan el momento que vivimos: gastos ilegales y obscenos para comprar el voto (sobre todo en el estado de México) y subvertir el proceso, autoridades electorales complacientes y cómplices, y una sociedad indolente y apática incapaz de superar el fatalismo de que no se puede alterar el fondo de esta realidad que nos oprime y somete.

Parafraseando el epígrafe del libro de Galeano: Si el país está, como ahora, patas arriba, ¿no habría que darle vuelta, para que pueda pararse sobre sus pies?


Por eso mi voto estará con Morena y en el caso de Xalapa, con Hipólito Rodríguez. Les invito a votar en este mismo sentido si verdaderamente tenemos la intención de que se dejen de negociar nuestros derechos políticos y sociales como si fuesen mercancías ofrecidas al mejor postor.

*Artículo publicado en La Jornada Veracruz el 29 de mayo de 2017.
**Académico del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana.

Xalapa: ciudad educadora*

Edgar J. González Gaudiano**


Xalapa es una ciudad magnífica, pero severamente descuidada. Con un crecimiento anárquico y sujeto a la especulación inmobiliaria, graves problemas de tránsito, inseguridad, contaminación y deterioro ambiental y una carencia sensible de oportunidades de empleo y desarrollo social, entre otros problemas que se padecen, nuestra ciudad languidece ante la ineficiencia, la corrupción y las políticas clientelares características de los gobiernos locales de las tres últimas décadas.

Nos encontramos en pleno proceso para la renovación de los gobiernos municipales en todo el estado de Veracruz y hemos estado escuchando toda suerte de promesas, las más dirigidas como siempre a capturar el voto ciudadano, aunque constituyan una oferta política que suele incumplirse una vez que se ha ganado el poder. La ausencia precisamente de una ciudadanía empoderada capaz de exigir sus derechos, ha contribuido al cínico abuso que observamos y al deterioro institucional.

Se habla todo el tiempo de participación ciudadana como condición básica del desarrollo, pero se trata de un concepto manoseado y desgastado por los partidos políticos convencionales, por lo que nadie sabe a qué se alude cuando se habla de él. Saber participar implica poseer capacidades para la participación y éstas solo se adquieren mediante la educación. Es de aquí que surge la idea de ver a las ciudades no sólo como espacios donde ocurren acciones educativas, sino como agentes educadores. La Carta de las Ciudades Educadoras comienza diciendo que: "Hoy más que nunca la ciudad, grande o pequeña, dispone de incontables posibilidades educadoras, pero también pueden incidir en ella fuerzas e inercias deseducadoras". ¿No creen que estamos viviendo cada vez más bajo fuerzas e inercias deseducadoras?

Dice Alicia Cabezudo (2010) que desde una perspectiva de políticas públicas educativas, la ciudad puede entenderse a partir de tres dimensiones distintas aunque complementarias entre sí: Ver a la ciudad como objeto de conocimiento (aprender la ciudad); verla como trama social en la que se producen acontecimientos sociales (aprender en la ciudad) y verla como recurso de aprendizaje (aprender de la ciudad).

Esas tres dimensiones solo pueden cumplirse plenamente si de manera deliberada se fortalece el tejido social y su potencial educativo, a través de políticas públicas pedagógicas de los gobiernos locales que prioricen la inversión cultural y la formación permanente de la población. Todo esto orientado a impulsar una mejor convivencialidad que nos permita desarrollar las capacidades requeridas para una mejor gestión de la vida pública de acuerdo con nuestras necesidades y anhelos de cambio social.

Xalapa tiene todo el potencial para convertirse en una ciudad educadora, no sólo por la confluencia de circunstancias muy favorables como la de ser la principal sede de la Universidad Veracruzana y de otras instituciones de educación superior, sino por poseer una añeja tradición cultural que no ha sido bien aprovechada para aprender la ciudad, aprender en la ciudad y aprender de la ciudad. Sus dimensiones son todavía de una escala humana que hace propicia la interacción de calidad y el disfrute de la ciudad como espacio público.

El rasgo de ciudad educadora podría ser el mejor emblema para promover programas de turismo cultural y proporcionar con ello un aliento a su deprimida economía, para fortalecer la identidad xalapeña y el sentido de pertenencia, el valor social de su patrimonio histórico y cultural, así como para recuperar tradiciones y costumbres, formas de organización y prácticas cívicas que estamos viendo desvanecerse.

Xalapa puede entonces convertirse en un agente educador para impulsar la participación ciudadana en defensa de una vida urbana de calidad, que nos conduzca a cumplir con nuestras responsabilidades, pero también a saber cómo exigir que las autoridades cumplan con las suyas.

Por todo ello es importante asistir a la Presentación de la Agenda Ciudadana 2018-2022 para Xalapa, el próximo martes 23 de mayo a las 17 horas en el IMAC Xalapa.


Necesitamos volver a recuperar la ciudad para nosotros.

*Artículo publicado en La Jornada Veracruz el 19 de mayo de 2017.
**Académico del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana.

lunes, 23 de enero de 2017

Trump y su pulsión frenética*

Edgar J. González Gaudiano**

Tanto se ha dicho desde hace meses sobre Donald Trump que no es fácil encontrar ángulos analíticos que no hayan sido escudriñados de quien es evidente que sufre un severo trastorno de personalidad. Megalómano, narcisista y paranoico, lo describió E. Krauze. Creo que cabrían al menos un par más de calificativos, tal vez misógino y xenófobo, para caracterizar bien a alguien tan impredecible que con un único tweet es capaz no sólo de  añadir incertidumbre en los mercados globales con sus serias consecuencias en un entorno de por sí volátil, sino a llevarnos a pensar que muy pronto el mundo va a transitar por un sendero diferente del que había seguido en los últimos casi treinta años desde la caída del muro de Berlín.
De manera inevitable y guardando las debidas proporciones, me ha recordado al año 2000 en México, cuando llegó al poder V. Fox, con altas expectativas sociales pero con un discurso errático y huero que requería de ser restañado con una traducción cotidiana. Alguien con una verborrea incontenible que después de haber tomado posesión parecía seguir en campaña. Las semejanzas en este sentido son inevitables.
Ya conocemos el resultado de esa historia. Esa gran oportunidad perdida de cambio social efectivo que sentara nuevas bases en el país al haber “sacado al PRI de Los Pinos”, como consecuencia de haber llegado al poder alguien que no supo qué hacer con lo que el pueblo puso en sus manos. Desperdició los excedentes financieros derivados del alto precio del petróleo; dinamitó la respetada tradición diplomática del país con efectos que aún perviven en América Latina y sobre todo con Cuba; alimentó al clientelismo y corporativismo sindical de antaño pensando ilusamente que podía utilizarlo en su propio beneficio. Una administración cuyo lema fue “el gobierno del cambio” cobijado por una presunta eficacia empresarial que sólo prolongó la agonía de la democracia mexicana al fortalecer un proyecto de nación neoliberal que ahora se expresa ad nauseam, con el regreso del PRI, como un gobierno ineficiente, desnacionalizado y mafioso que ha gestado una cleptocracia que ve al Estado como botín (E. Buscaglia).
El discurso populista y efectista que Trump pronunció al juramentar su cargo fue una pieza simple, lineal, sin elipsis retóricas ni circunloquios, socialmente divisiva, propagandística al estar colmada de exaltaciones patrioteras y estar destinada a satisfacer a una audiencia ávida de que Estados Unidos sea grande de nuevo, lo que eso signifique. Para cumplir su programa de America First! construirá muros, cerrará fronteras, establecerá políticas proteccionistas, cancelará acuerdos internacionales, reactivará el negacionismo del cambio climático al que califica literalmente de cuento chino y revertirá conquistas sociales en salud de una masa de población que no entra dentro de su propia agenda, aunque se trate de veinte millones de personas sin seguro médico. Sus instrumentos han sido y seguirán siendo las amenazas e intimidaciones (por ejemplo, barreras arancelarias elevadas contra empresas automotrices, deportaciones masivas), la imposición autocrática (por ejemplo, renegociar el TLC, suprimir el Obamacare), las mentiras y falsedades (por ejemplo, señaló en reiteradas ocasiones que Obama no era estadounidense) y el insulto (contra las mujeres, inmigrantes, mexicanos, musulmanes, adversarios, periodistas, etc.), por citar algunas.
Alguien así no va a cambiar, menos si le funciona perfectamente en estos tiempos de posverdad, de inmediatez y de espectáculo. Lo más que podrá hacer el propio sistema político estadounidense, a cuyas élites también acusa de enriquecerse y protegerse sin ocuparse de las personas, será tratar de contener esa pulsión frenética por atraer reflectores como si estuviera en un reality show con declaraciones sensacionalistas, las que más pronto que tarde empezarán a generar problemas económicos y políticos con altos costos. Por las marchas multitudinarias del fin de semana podemos anticipar que la resistencia será grande.
Me pregunto por ejemplo qué pasará con las numerosas poblaciones fronterizas cuyo nivel de vida depende del intenso intercambio comercial, laboral, cultural, etc. Para Texas, Arizona, Nuevo México y California esos intercambios principalmente con sus estados vecinos de este lado de la línea, constituyen el destino de la mayor parte de sus exportaciones y de ellas dependen millones de empleos en Estados Unidos. La frontera de Estados Unidos con México es por sí misma la cuarta economía del mundo y por ella transitan de manera legal más de un millón de personas a diario. Canadá, China y México son sus tres principales socios comerciales y contra los dos últimos Trump ha lanzado groseros desafíos.
Es verdad que somos más dependientes de los estadounidenses que ellos de nosotros, pero lo que aportamos a esa economía no debe ser desdeñado, sobre todo ante el inicio de renegociaciones comerciales y económicas (el amago de gravar remesas para pagar el muro es crítico). Lamentablemente no veo un equipo con la camiseta de nuestros colores nacionales. Presumo que el equipo mexicano encabezado por los secretarios de relaciones exteriores y de economía (Videgaray y Guajardo) intentará sortear el vendaval con el menor costo posible para el gobierno y la casta partidista que nos avasalla, pero no para el país en su conjunto y menos para aquellos que son políticamente prescindibles.
El TLC debe ser renegociado, por supuesto. Ha sido una demanda de hace décadas, pero este es un momento de gran vulnerabilidad porque podríamos convertirnos con facilidad en víctimas propiciatorias del arranque de una gestión gubernamental que, de no plantarle cara comenzando por exigir una disculpa por el insulto de que los mexicanos somos una partida de criminales y violadores, le serviremos dócilmente para que pueda alardear conquistas y victorias. Sería la tormenta perfecta.
La hostilidad externa debe fungir como detonante para reconstituir nuestra identidad nacional y aprovechar ese impulso para inducir una insurgencia incremental que nos lleve al cambio real en México. Por eso es que debemos poner bajo escrutinio permanente los pasos que en este sentido dé este gobierno tetrapléjico y autista, a fin de que el equipo negociador se integre con quienes sean capaces de defender el interés nacional, y si así no lo hiciere que la nación se los demande.




*Artículo publicado en La Jornada Veracruz el 23 de enero de 2017.
**Académico del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana.  edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx