martes, 13 de marzo de 2018


El año que vivimos en peligro[1]

Edgar J. González-Gaudiano[2]

Nadie puede negar la profunda crisis de partidos políticos que se vive en México. El descrédito y la insolvencia ideológica pululan en todo el espectro político. No es un fenómeno nuevo, pero ha adquirido mayores y nuevas dimensiones en el actual sexenio, ante las crecientes evidencias de descomunales fraudes a la hacienda pública y la urdimbre de complicidades que cada vez menos pueden ocultarse, sobre todo gracias a las auditorías oficiales y filtraciones que se difunden a través de redes sociales y medios no convencionales.
La campaña contra Ricardo Anaya, independiente de si tiene sustento o no, tiene la clara intención de desprestigiarlo ante la opinión pública a la luz de las próximas elecciones, empleando para ello a las instituciones de procuración de justicia. Pero lo que hace la PGR en este caso, resulta completamente irrelevante frente a lo que no hace, cuando se conocen numerosos asuntos en los  que presuntamente se han cometido faltas graves pero que se simulan investigar o de plano son ignorados.
Tales son los recientes casos de los gobernadores impunes y los que están en proceso pero sin que se ejecuten todas las órdenes de aprehensión, la estafa maestra y las nuevas acusaciones de desvíos contra Rosario Robles, el  socavón y el turbio desempeño de Ruiz Esparza, el extendido caso de Odebrech que tiene en prisión a funcionarios y políticos de otros países latinoamericanos pero aquí el expediente se encuentra congelado (se removió al fiscal de delitos electorales porque se atrevió a investigar a Odebrecht y los gobiernos de Veracruz, Chihuahua y Estado de México por su vinculación con el financiamiento de la campaña presidencial de 2012). Tenemos también las transas en PEMEX, el robo de combustible en los ductos, las aduanas, entre muchos etcéteras, sin contar con el espionaje a civiles, las desapariciones forzadas, los cotidianos feminicidios y los crímenes contra periodistas.
En este marco de inédito deterioro institucional, el sistema nacional anticorrupción surgido de un clamor social no termina de instalarse y de hacerlo nacerá discapacitado. Los candidatos a ocupar los cargos son exfuncionarios de las mismas instituciones a las que se investigará o políticos que en algún momento han estado implicados en denuncias. El asunto es que no se nombran los fiscales que investigarán no solo la corrupción, están pendientes las designaciones de magistrados y comisionados del INAI e incluso la PGR se encuentra sin titular. Una parálisis premeditada que da fe del desastre generalizado de corrupción con su siamesa la impunidad.
Como una de sus consecuencias, el índice de aprobación a nivel nacional de Peña Nieto es de apenas 20%, muy bajo para encarar favorablemente una campaña. También a nivel internacional hay un gran desgaste pues el Índice Global de Corrupción para 2017, México se encuentra en el sitio 135 de 180 países evaluados, con apenas 29 unidades; muy distante del promedio mundial que es de 43.
¿Cómo fue que llegamos hasta aquí? La respuesta es un campo fecundo de causas imbricadas en las que prácticamente nadie queda exento, incluyendo a gran parte de la ciudadanía que sufre por ello. Pero hay responsabilidades específicas mucho muy diferenciadas. Por más negativo que sea, no es igual de responsable el ciudadano que se presta a una mordida, que el funcionario que acepta un soborno para hacerse de la vista gorda en alguna cuestión que va en contra del bien común, o el diputado que legisla para complacer a grupos de interés, o el juez que  libera a delincuentes por razones en metálico (plata o plomo) o el empresario que vierte sus residuos tóxicos al drenaje.
¿Cuál ha sido la responsabilidad de los partidos políticos convencionales en este deterioro? Ha habido desde luego un punto de partida; un ente corruptor de origen que consideró que si convertía a todos en corruptos nadie podría imputarle nada a quien tuviera pruebas de su involucramiento. Ahí es donde aparecen los moches, las prebendas, los negocios sucios con autoridad omisa, los privilegios inmerecidos, las canonjías,  los sobresueldos, compensaciones, bonos, gratificaciones y demás formas de pervertir. Se premia y se castiga. De este modo, el PRI ha creado una maraña de complicidades en la que muchos están embarrados. Unos más que otros pero en la misma canasta. Así era sencillo sacar las reformas mediante pactos; así se hizo posible anunciar que ahora sí “vamos a mover a México” porque “nosotros sí sabemos gobernar”.
El PAN perdió su oportunidad histórica. No supo qué hacer con el poder. Fox por su ignorancia, su indolencia y su señora. Calderón por sus rencillas, alcoholismo y necedad. A ambos los hicieron desbarrancar. El corporativismo no había sido desmantelado y fue fácil para el PRI aliarse con poderes fácticos de todo tipo que hicieron lo de siempre: lucrar en su beneficio a costa de lo que sea y de quien sea, así como ocupar los vacíos que dejaba la falta de oficio. Los cárteles infiltraron como humedad el edificio de la nación. Ahora Anaya se dice víctima de una guerra en la que combatía hasta hace poco en la orilla opuesta. Margarita afirma que ella es la efectiva, que de llegar sí hará lo que no supo o no quiso hacer su conyugue, quien por calcular su propia conveniencia devolvió el poder al PRI.
El PRD o lo que queda de él, ha copiado ad nauseam las artimañas de sus adversarios; además de sus particulares procesos como las recurrentes batallas entre tribus y la traición a los principios de la izquierda. La Ciudad de México, su principal bastión, fue entregada a Mancera, un advenedizo policía que deslumbrado como Ícaro se acercó de más a la llama de Los Pinos y se quemó las alas. Al final se quedó solo y los Chuchos que lo encumbraron se han ido desvaneciendo en la ignominia de la historia. La fuga hacia adelante del PRD ha sido aliarse con la derecha, para intentar al menos mantener el registro como partido y postergar la agonía de su inevitable proceso de extinción.
Morena y su ínclito líder López Obrador es el enemigo a vencer por ese sistema corrupto y corruptor, que no ha podido comprobarle que también él está en la misma canasta. De ahí que lo  único que han podido achacarle es que es un “fantasma fiscal” por no utilizar instrumentos bancarios y que sus hijos se comportan como “mirreyes”. Será el representante de la izquierda en la boleta electoral. No habrá otro. Y si bien no está exento de contradicciones  y peculiaridades que no gustan a todo el sector de la izquierda, no puede regateársele que ha llegado a construir una base social envidiable contra viento y marea. Una base social constituida por los olvidados de la política, por marginados que han sido desdeñados por ese desarrollo desigual que ha beneficiado a los mismos de siempre.
Por si todo lo anterior no bastara, el deterioro en la relación con Estados Unidos no ayuda para nada a Peña Nieto que, como rehén de Videgaray, sigue atrapado en el tema del muro y la negociación del TLC. Meade su insulso candidato no entusiasma ni a los propios militantes. Incluso sus creaturas como el Verde y el Panal competirán en muchos estados por su cuenta o se asociarán con otros porque la alianza con el PRI les afecta negativamente. Una paradoja.
De modo que si no vuelve a tropezarse consigo mismo y además logra resolver el importante tema de la representación en las casillas, López Obrador será sin duda alguna el próximo presidente de México pese a que Peña Nieto y aquéllos que se sienten amenazados por su inminente arribo harán todo lo que esté a su alcance por evitarlo. Una vez iniciadas las campañas deberá tomar más precauciones que nunca en sus declaraciones y su seguridad física, sobre todo si no se ven resultados significativos de la guerra sucia que se librará con una fuerza inusitada en medios electrónicos y redes  sociales.



[1] Publicado en el periódico La Jornada Veracruz el 13 de marzo de 2018.
[2] Académico del  Instituto de Investigaciones Educativas de la Universidad Veracruzana.