La comunicación de riesgos[1]
Edgar J. González Gaudiano[2]
Hace un par de semanas comenzó en
Xalapa, bajo los auspicios de varios programas y dependencias de la Universidad
Veracruzana, un seminario sobre comunicación de riesgos. Se realiza durante
todo el mes de mayo en las instalaciones del Centro de Estudios de la Cultura y
la Comunicación y es impartido por el Dr. Jan Luis Gonzalo, de la Universidad Rovira
i Virgili, sita en Tarragona, España.
El tema ha sido
poco trabajado en México, pese a su importancia para explicar numerosos
procesos y prácticas en el país, así como por su enorme potencial para
fortalecer la participación ciudadana en asuntos que afectan su calidad de vida
presente y futura.
Desde mediados
de los años ochenta, diversos teóricos comenzando con Ulrich Beck comenzaron a
desarrollar la idea de que estábamos viviendo una serie de cambios que no
estaban siendo advertidos por las ciencias sociales, aunque afectaban fuertemente
a la población. El desastre de la central nuclear de Chernóbil fue el detonante
de un proceso creciente de conciencia mundial sobre los riesgos porque, de
algún modo, constituía un límite simbólico a la arrogante modernidad y al
optimismo ciego de las posibilidades de la ciencia y la tecnología. El
‘accidente’ de la planta de Fukushima el 11 de marzo de 2011, vino a contribuir
a esta idea, en un momento en que nuevamente la energía nuclear estaba
volviendo a ser considerada como una opción frente al declive de los
hidrocarburos y la necesidad de reducir las huellas de carbono.
Pero la
sociedad del riesgo no se refiere solamente a los problemas ambientales e
industriales, es un concepto mucho más amplio que incluye fenómenos
relacionados con la economía, la sociedad y la cultura. Es decir, la sociedad
del riesgo está también asociada al problema de pauperización de grandes
contingentes de población, a la precariedad del trabajo, a la pérdida de
conquistas laborales y sociales, al abandono del Estado a la defensa del bien
común (de las mayorías), a la aparición de poderes fácticos que desinforman y
encubren un uso faccioso de los recursos de las naciones para satisfacer su
codicioso apetito, entre muchos otros.
Por lo mismo,
en un país como México en que en sólo cuatro años (según datos del INEGI a
2010) 12.2 millones de personas se han sumado a la pobreza y 48 millones se
encuentran en pobreza alimentaria (INEGI, 2012), que han habido sesenta mil
muertos según cifras oficiales en lo que va del sexenio a causa del crimen
organizado, que el duopolio televisivo maquilla y oculta cifras e información
en beneficio de un partido político y de sus propios intereses, que se
desmantelan las industrias paraestatales, que se beneficia a una líder sindical
a costa de la educación de millones de niños, que en cada temporada de lluvia
se inundan cientos de comunidades mientras otras regiones padecen sequías de
más de diez años, que se pretende instalar una mina a cielo abierto a tres
kilómetros de distancia de la nucleoeléctrica de Laguna Verde, etc., etc.,
tenemos que decir que nos encontramos inmersos hasta la coronilla en la
sociedad del riesgo.
La comunicación
de riesgos es entonces un campo estratégico para fortalecer la gobernanza, ese
nuevo concepto que implica que la ciudadanía ha de participar en la gestión de
los asuntos que afectan sus vidas, para mejorar la eficacia, calidad y buena
orientación de la intervención del Estado y para construir nuevas relaciones de poder. No podemos seguir dejando
solas a las autoridades, como antes, para que decidan qué hacen con nuestras
vidas, porque existen grandes y serios riesgos que no debemos correr. Algunos
ya los estamos padeciendo.
La comunicación
del riesgo nos permite informarnos y adquirir conocimiento sobre un determinado
tema (huracanes, terremotos, accidentes industriales, violencia social,
adicciones, etc.); promover el manejo transparente y con rendición de cuentas
de aquellas decisiones relacionadas con el tema en cuestión; prepararnos para
saber manejar el riesgo correspondiente; participar y tomar medidas en las áreas
y niveles que nos competen; saber cómo contribuir para que las autoridades
hagan su parte y supervisar lo que hagan, entre otras.
La comunicación
de riesgos es un asunto complejo por el hecho a comunicar y por las
dificultades propias del proceso de comunicación en sí. El hecho a comunicar
además de ser algo abstracto y distante, suele verse por mucha gente como
improbable. Es el caso del cambio climático. Es más, hay quienes prefieren no
enterarse de los riesgos que corren y ya enterados asumen ingenuamente que es
algo que nunca va a ocurrirles a ellos. Es el caso de muchos fumadores. También
están los que dejan en manos de dios lo que pueda ocurrirles, pero supongo que
es mucho pedir.
En Xalapa
teníamos agua en abundancia y se pensaba que nunca nos faltaría; permitimos que
se desforestara la zona y se construyera donde no se debía, la desperdiciamos, la
contaminamos y demás, incrementando con todo ello los riesgos y ahora sufrimos
por la falta de agua. Nos sentamos con una mano sobre la otra esperando con
devoción un milagro, o que alguien haga algo, o que el próximo gobierno sí
funcione, etc. mientras los riesgos aumentan y nuestra calidad de vida
disminuye. ¿Hasta cuándo? Así o más claro.
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