La
metástasis criminal[1]
Edgar
J. González Gaudiano[2]
Los
execrables acontecimientos de Ayotzinapa y Tlatlaya sólo han venido a confirmar
lo que sabíamos que estaba sucediendo en vastas regiones del país: la
delincuencia organizada ha poseído a las instituciones del Estado mexicano. Después
de la efervescencia de los últimos días, pareciera que ya está todo dicho. Que
lo que se requiere es actuar. Pero no.
En
realidad apenas estamos viendo la punta de una madeja con metástasis de gran calado
que aún no han sido reveladas, aunque podemos intuirlas. La intrincada red de
complicidades existente lo impide. No hay iniciativas para actuar en correspondencia
con los abominables hechos, porque muchos a todos los niveles tienen sucias colas
muy largas que pisar. El control de daños se restringirá a algunos militares de
bajo rango en el caso de Tlatlaya y en el de Ayotzinapa a sustituir al
gobernador Aguirre, con cárcel al alcalde de Iguala y su esposa cuando los
atrapen, así como a los policías municipales involucrados. Eso será todo. En
cuanto a otras autoridades municipales, estatales y federales no se habla mucho
aunque formen parte de este entramado criminal, porque son del PRI o están bien
posicionados; sólo se culparán a los peces flacos de siempre. La barbarie se
administra políticamente. Que los costos electorales los paguen otros. A eso llegará
la cantaleta de siempre: iremos hasta las últimas consecuencias caiga quien
caiga. Hasta parece jaculatoria.
La ingente
impunidad es el cáncer que corroe las entrañas de nuestro querido México. Es
una pesada losa que sepulta el avance democrático. No se actúa contra unos,
porque se destaparía una cloaca cuya inmundicia tendría costos aún mayores para
un sistema político que está en estado terminal. Esa es la percepción social
dominante y en política la percepción es la única realidad.
Tal
percepción se ha querido cambiar con extensas campañas de propaganda oficial,
con el silenciamiento de muchos hechos violentos, con la alteración de las
cifras, con la amenaza y la intimidación, con el encubrimiento de la corrupción,
con la mentira y distorsión flagrante y circo, mucho circo, pero no pan. En
todo esto tienen gran responsabilidad muchos medios, especialmente, las
televisoras. Hay muchos intereses en juego y no quieren perder el favor del
Príncipe; no pueden hacerlo porque se les cae el rentable negocio.
El
momento mexicano que se prometía con las buscadas reformas estructurales se ha
derrumbado estrepitosamente. Hay un gran descrédito internacional que será
difícil cambiar. Hay un desencanto nacional con el regreso del PRI al poder y
no hay opciones hacia dónde mirar. Se precisa una cirugía mayor, pero ¿quiénes
serán los cirujanos? Los partidos
políticos desde luego que no. Guardando las diferencias, que no son tantas,
están todos implicados en el negocio económico en que se ha convertido el
ejercicio de la política. Conocidos personajes enquistados en los partidos con
grandes fortunas ilícitas, con el tráfico de influencias como modus
operandi y conflictos de intereses
comprobados, que no rinden cuentas a nadie. Políticos y empresarios riquísimos
en un país que se halla sumido en la miseria, el miedo y la desesperanza. Para
que los partidos políticos pudieran impulsar el cambio necesitarían estar
integrados por hombres y mujeres de Estado, dedicados a proteger el bien común
de la sociedad y sólo vemos gente ocupada en defender intereses particulares y
de grupo.
Deseo
fervientemente que la turbulencia social que se ha desencadenado con motivo de
los inocultables acontecimientos del momento, pueda generar procesos de cambio a
los que no se aplique la acostumbrada medida ecológica: echarle tierra al
asunto. Lacerante metáfora que duele más cuando se asocia a la gran fosa
clandestina en que se convirtió al estado de Guerrero por omisión y por comisión.
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