viernes, 19 de diciembre de 2014

¡Es la corrupción, estúpido!




Edgar J. González Gaudiano[1]

Toda pedagogía es política y toda política es pedagógica. Al reconocer la validez de este enunciado uno inevitablemente se pregunta cuál será el mensaje pedagógico que se está transmitiendo con la actual forma de hacer política del gobierno federal.
¿Qué está aprendiendo la gente con la desfachatez manifiesta por los gobernantes, considerando el viejo principio pedagógico de que se aprende más por el ejemplo que por el precepto?
Al conjunto de episodios vergonzantes de los meses recientes encabezados por la tragedia de Ayotzinapa, se suma en esta semana la exoneración de Raúl Salinas de Gortari. Nadie puede creer que no pudieran comprobarle a Raúl Salinas lo que han sido hechos ilícitos del dominio público. 
Esa noticia constituye un eslabón más de una cadena de obscenidades que configura una narrativa más potente que el fallido silenciamiento de la criminalidad en el país. Es la narrativa de que la delincuencia de los poderosos conlleva la impunidad.
Cuando eso es lo que se transmite se dinamitan los precarios diques que contienen la furia social.
Me parece que juegan con fuego si suponen que las posadas y celebraciones de fin de año atemperarán las encendidas protestas por la creciente descomposición del tejido social, por el escandaloso descrédito de los conflictos de intereses y tráfico de influencias derivados de la casa blanca presidencial y la vicepresidencial de Malinalco, así como por el abyecto reparto entre particulares de los bienes nacionales, entre otros hechos que dan cuenta de un estado de crispación social que los gobernantes no saben cómo detener y al parecer no les tiene muy preocupados.
El análisis de esa narrativa conduce al papel que desempeñan los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, en tal proceso. Todos los días se difunde una versión de la situación que no corresponde con la realidad que la población percibe en sus propias vidas.
No sólo se falsean los hechos destacando algunos aspectos subalternos de los problemas, como la violencia de unos pocos en las marchas, sino que se fuerza la atención hacia ciertas declaraciones que transmiten veladas amenazas y organizan los asuntos públicos con un orden de prioridad distante de las demandas planteadas. Es el caso de establecer el código telefónico 911 para pedir auxilio en casos de urgencia, cuando sabemos que las policías no atenderán o se encuentran implicadas.
La televisión contribuye sustantivamente a prefigurar una agenda pública que intenta reducir la complejidad de los problemas a una imagen que se puede resolver con medidas parciales, como el anunciar una ley contra la infiltración del crimen organizado en las autoridades municipales, soslayando que la infiltración afecta a todos los órdenes de gobierno. ¿A quién quieren engañar?
Es decir, la televisión en tanto mediadora del poder crea una visión acotada de los problemas que nos aquejan, distrae de los temas principales, oscurece las definiciones importantes e induce valores que colonizan nuestras vidas a modo de los poderosos y, sin embargo, la sociedad se mueve.  
Hay una proclama muy clara que no admite confusiones: ¡Es la corrupción, estúpido!



[1] Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”. http://edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx
Publicado en La Jornada Veracruz el 19 de diciembre de 2014.
http://www.jornadaveracruz.com.mx/Nota.aspx?ID=141219_091138_747

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