Edgar
J. González Gaudiano[1]
Toda pedagogía es política y toda política es
pedagógica. Al reconocer la validez de este enunciado uno inevitablemente se
pregunta cuál será el mensaje pedagógico que se está transmitiendo con la
actual forma de hacer política del gobierno federal.
¿Qué está aprendiendo la gente con la
desfachatez manifiesta por los gobernantes, considerando el viejo principio
pedagógico de que se aprende más por el ejemplo que por el precepto?
Al conjunto de episodios vergonzantes de los
meses recientes encabezados por la tragedia de Ayotzinapa, se suma en esta
semana la exoneración de Raúl Salinas de Gortari. Nadie puede creer que no
pudieran comprobarle a Raúl Salinas lo que han sido hechos ilícitos del dominio
público.
Esa noticia constituye un eslabón más de una cadena
de obscenidades que configura una narrativa más potente que el fallido silenciamiento
de la criminalidad en el país. Es la narrativa de que la delincuencia de los
poderosos conlleva la impunidad.
Cuando eso es lo que se transmite se dinamitan
los precarios diques que contienen la furia social.
Me parece que juegan con fuego si suponen que
las posadas y celebraciones de fin de año atemperarán las encendidas protestas
por la creciente descomposición del tejido social, por el escandaloso
descrédito de los conflictos de intereses y tráfico de influencias derivados de
la casa blanca presidencial y la vicepresidencial de Malinalco, así como por el
abyecto reparto entre particulares de los bienes nacionales, entre otros hechos
que dan cuenta de un estado de crispación social que los gobernantes no saben
cómo detener y al parecer no les tiene muy preocupados.
El análisis de esa narrativa conduce al papel
que desempeñan los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión,
en tal proceso. Todos los días se difunde una versión de la situación que no
corresponde con la realidad que la población percibe en sus propias vidas.
No sólo se falsean los hechos destacando
algunos aspectos subalternos de los problemas, como la violencia de unos pocos
en las marchas, sino que se fuerza la atención hacia ciertas declaraciones que transmiten
veladas amenazas y organizan los asuntos públicos con un orden de prioridad
distante de las demandas planteadas. Es el caso de establecer el código telefónico
911 para pedir auxilio en casos de urgencia, cuando sabemos que las policías no
atenderán o se encuentran implicadas.
La televisión contribuye sustantivamente a
prefigurar una agenda pública que intenta reducir la complejidad de los
problemas a una imagen que se puede resolver con medidas parciales, como el
anunciar una ley contra la infiltración del crimen organizado en las
autoridades municipales, soslayando que la infiltración afecta a todos los
órdenes de gobierno. ¿A quién quieren engañar?
Es decir, la televisión en tanto mediadora del
poder crea una visión acotada de los problemas que nos aquejan, distrae de los
temas principales, oscurece las definiciones importantes e induce valores que
colonizan nuestras vidas a modo de los poderosos y, sin embargo, la sociedad se
mueve.
Hay una proclama muy clara que no admite
confusiones: ¡Es la corrupción, estúpido!
[1]
Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad
Ambiental del Desarrollo”. http://edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx
Publicado en La Jornada Veracruz el 19 de diciembre de 2014.
http://www.jornadaveracruz.com.mx/Nota.aspx?ID=141219_091138_747
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