¿La
gestión del conflicto o el borrón y cuenta nueva?[1]
Edgar
J. González Gaudiano[2]
Después del
intenso proceso electoral que recién vivimos, quedé vaciado. Me encuentro sin
tema, el síndrome de la hoja en blanco. Sólo se me ocurre escribir sobre el
resultado de la elección, comentarlo, pero no quiero. No sólo por el resultado,
sino porque no sé qué pensar.
Por un lado, veo
que la misma prensa escrita y electrónica que promovió la candidatura de Peña
Nieto nos dice que ya todo está terminado, que hay que dar vuelta a la página y unirnos en torno a un nuevo
periodo gubernamental por el bien del país. No es tan fácil. Hay muchos
agravios a la ciudadanía. Olvidar la grotesca inducción de una preferencia
electoral como hicieron los medios es equivalente a dejar de respirar para que
no te dé gripa. ¿Cómo soslayar el enorme dispendio durante la campaña en un
país con tantas carencias? ¿Cómo hacer a un lado la ostensible compra del voto
aprovechándose de las necesidades de la gente? ¿Cómo dejar de ver el autismo de
un IFE que ahora nos pide democráticamente comulgar con ruedas de molino?
Por otro lado,
vemos a una izquierda desconcertada que sólo quiere esperar al recuento total.
Estupefacta ante los hechos. No sé si pecó de exceso de optimismo o de
ingenuidad, o de ambas cosas, pero su silencio es una elocuente perplejidad. No
sé si hubo fraude o no. Si lo hubo me gustaría mucho que se destapara con pruebas,
no con meras sospechas. Ya no estamos para lanzarnos a una lucha sin sentido apelando sólo a
lealtades. No se pudo revertir el fraude que estoy seguro se cometió hace seis
años; si esta vez hubo otro estuvo muy bien pensado y será muchísimo más complicado.
Entrar en un conflicto poselectoral sin bases suficientemente sólidas tendría
un costo muy alto para la izquierda y para el país en su conjunto. Eso lo
sabemos y quizá es lo que nos tiene deprimidos.
No obstante,
estoy de acuerdo con impugnar la elección. Al menos para no dejarnos avasallar
con la impunidad de un proceso que incurrió en numerosas ilegalidades que ni
siquiera se ocultaron. Dejar de impugnar es aceptar tácitamente lo ocurrido y
significaría extender una patente de corso para repetirnos la dosis. Estoy
ofendido. Me siento ofendido por la autoridad electoral. Por la grosera
manipulación de los medios de comunicación exhibidos por The Guardian. Por el
PRI y su fauna de acompañamiento. Por el PAN y su guerra sucia. Porque se
mantiene el registro del Panal y lo que eso implica para la educación del país.
Por las casas encuestadoras que vendieron su prestigio al convertir visiblemente
su trabajo en propaganda. Ofendido también por la falta de unidad de la
izquierda, por sus mezquinas diferencias. No veo entonces cómo puedo
simplemente pasar la hoja.
Pero quiero ver
hacia adelante, más allá de los próximos días. Habrá problemas si no se intenta
hacer un balance honesto de lo ocurrido por parte de todos. Los quince millones
y medio de votos que hasta ahora le han sido reconocidos a la izquierda, no
pueden querer ser acallados con otro “haiga sido como haiga sido”, porque es un
gran contingente de población politizada. Son los estudiantes del “soyel132” y
los académicos de las universidades públicas y muchas privadas que se
pronunciaron abiertamente por un cambio; son muchos empleados y amas de casa de
la sufrida clase media que estaba apostando por una situación distinta. Son
millones de campesinos abandonados a su suerte por una política neoliberal que
prefiere comprar alimentos caros en el extranjero que ayudarlos a salir
adelante. Son muchos como yo que no sabemos qué pensar ahora, pero lo sabremos
pronto cuando se empiecen a dar las primeras decisiones.
Hay que hacer
una buena gestión del conflicto. No es recomendable para quienes ganaron,
pensar que es posible un borrón y cuenta nueva. No es recomendable designar en
el gabinete a quienes han sido públicamente exhibidos. Habría peligrosos problemas
y no se los merece este país.
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