El
futuro que queremos, no nos alcanzó[1]
Edgar J. González
Gaudiano[2]
Ha
concluido la Cumbre de Rio + 20 con los decepcionantes resultados que se habían
anticipado. El documento final titulado “El futuro que queremos” es una
relación de recomendaciones insustanciadas y llamados vacíos sin compromisos
concretos, que deja la construcción del futuro para las siguientes rondas de
negociaciones y a las iniciativas voluntarias de los gobiernos.
El futuro que realmente queremos está lleno
de acciones y compromisos responsables con plazos perentorios de cumplimento y
no únicamente promesas que nadie respeta. El futuro que realmente queremos
implica sinergia y cooperación de todas las partes implicadas para construir un
cambio significativo en la “civilizatoria” trayectoria de colisión que llevamos; que haga patente la
legítima aspiración de un futuro con un cierto grado de seguridad para nuestros
hijos y nietos.
Como denuncia enfáticamente un importante
grupo de intelectuales latinoamericanos, nada de eso se encuentra en los 283
párrafos del documento oficial resultante de la conferencia. No contiene ni el
espíritu ni los avances y anhelos conquistados en los veinte años de lucha
desde la Cumbre de Río en 1992 y se atiene a una frágil y genérica agenda de
futuras negociaciones que tampoco asegura resultados concretos y firmes.
Se supone que la Conferencia de Rio + 20
fue convocada para dar impulso mundial a la economía verde en el contexto del
desarrollo sustentable y la erradicación de la pobreza, pero en el documento
resultante no hay ninguna crítica a la minería a cielo abierto, ni al
agotamiento de pesquerías, ni al consumismo, ni a respetar el principio
precautorio, entre otros muchos temas. ¿Qué puede tener de verde la minería a
cielo abierto, salvo el color de los dólares?
No
sé con qué cara puede la Organización de Naciones Unidas volver a convocar al
mundo para continuar con estas interminables reuniones que lo único que hacen
es postergar las decisiones que son cada vez más urgentes. No sé con qué cara
los gobiernos podrán decir a la población de sus países que han trabajado para
el bien común, cuando claramente se han plegado servilmente a los grupos de interés
corporativo que en forma ostensible han colonizado las organizaciones
multilaterales, cuando son los mismos que han provocado la crisis económica,
social y ambiental global. Esos intereses dominantes que cada vez más atentan
contra los derechos de los pueblos, la democracia y la naturaleza, secuestrando
los bienes comunes de la humanidad para rescatar a un sistema económico y financiero
que sólo vela por sus propios beneficios.
El
director ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente
(PNUMA), Achim Steiner, declara que la economía verde puede comenzar
sustituyendo un foco de luz incandescente por una lámpara ahorradora. ¿Ese es
el nivel de aspiración que tiene el PNUMA? ¿Dónde quedan los derechos de las
comunidades indígenas, de los dueños y usuarios de los ecosistemas, de quienes
como las mujeres campesinas a las que el Estado Vaticano les vetó sus derechos
reproductivos en Río de Janeiro, luchan a diario por alimentar a sus hijos? Es
una vergüenza. Río + 20 = Cero, critican acertadamente otros.
Por eso en un discurso contundente, Waek
Hamidan, vocero de las más de mil ONG’s que intervinieron como observadores de
la sociedad civil en las negociaciones de Río+20, leyó una carta a los jefes de
Estado exigiendo retirar del documento final la frase “con la participación
plena de la sociedad civil”, porque las organizaciones de la sociedad civil no
apoyan ese texto de manera alguna.
Frente a la rotunda decepción de la Cumbre
Oficial, la “Declaración final de la Cumbre de los Pueblos en Río + 20 por la
justicia social y ambiental en defensa de los bienes comunes, contra la
mercantilización de la vida”, renueva la inspiración. Ahí se dice, extrayendo
sólo algunos párrafos con traducción libre.
“Las corporaciones transnacionales
continúan cometiendo sus crímenes con la sistemática violación de los derechos
de los pueblos y de la naturaleza con total impunidad. De la misma forma, protegen
sus intereses a través de la militarización, de la criminalización de los modos
de vida de los pueblos y de los movimientos sociales promoviendo la
desterritorialización en el campo y la ciudad….
Las alternativas están en nuestros pueblos,
nuestra historia, nuestras costumbres, conocimientos, prácticas y sistemas
productivos, que debemos mantener, revalorizar y elevar como proyecto
contra-hegemónico y transformador.
La defensa de los espacios públicos en las
ciudades, con gestión democrática y participación popular, la economía cooperativa
y solidaria, la soberanía alimentaria, un nuevo paradigma de producción,
distribución y consumo, un cambio de matriz energética, son ejemplos de
alternativas reales frente al actual sistema agro-urbano-industrial.
La defensa de los bienes comunes implica
garantizar una serie de derechos humanos y de la naturaleza, la solidaridad y
respeto a las cosmovisiones y creencias de los diferentes pueblos como, por
ejemplo, la defensa del “Buen Vivir” como forma de existir en armonía con la
naturaleza. Ello presupone una transición justa a ser construida con los
trabajadores/as y pueblos. Una transición colectiva y políticas públicas que
garanticen formas de empleo decente…”
Como podemos ver, somos muchos frente a los
pocos que quieren asumirse como dueños del mundo y de nosotros. Y sabemos hacia
dónde avanzar.
Comparto tus puntos de vista y mencionas un eje conductor que Leonardo Boff esta articulando tambien en sus publicaciones, en http://servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=493
ResponderEliminarEs desesperanzador que aquellos que tienen la potestad de suscribir acuerdos internacionales para ir construyendo algo mejor, pospongan o no realicen las discusiones sustancialesy las exigencias verdaderamente urgentes. El reto es muy grande.
ResponderEliminarGracias por su artículo, es crítico y emocional al mismo tiempo, excelente; felicidades.
Astrid.