¿Es
la tecnociencia una solución a los problemas humanos?[1]
Edgar J. González
Gaudiano[2]
El
desarrollo científico y tecnológico de los últimos cincuenta años es
portentoso. A las generaciones que hemos vivido en ese periodo nos ha tocado
vivir vertiginosos cambios que ni se soñaban unas cuantas décadas atrás. Por
ejemplo, las telecomunicaciones y el internet han transformado de manera
radical nuestros estilos de vida y para mucha gente vivir sin teléfono celular
ahora se convierte en algo impensable, si bien los celulares no existían cuando
nuestros padres eran jóvenes.
Sin embargo, este espectacular desarrollo
ha contribuido a alimentar el mito de que todos los problemas contemporáneos
pueden resolverse con más desarrollo tecnocientífico y la verdad es que eso ha
sido más parte del problema que de la solución. El deterioro del medio
ambiente, el incremento demográfico, el consumismo, la carrera armamentista y
la pérdida de sentido de las vidas individuales de los seres humanos, por citar
algunos, son problemas que han corrido en paralelo con este desarrollo
tecnocientífico e incluso han sido también consecuencias de éste.
En su libro “El principio de
responsabilidad”, Hans Jonas advierte del peligro de tener expectativas de
milagros inspiradas por una fe supersticiosa en la omnipotencia de la ciencia y
la tecnología. Por ejemplo, si bien no podemos descartar que se descubran
nuevas fuentes de energía o formas totalmente nuevas a las ya conocidas frente
a la inminente declinación de las reservas de hidrocarburos, que al mismo
tiempo que sostienen nuestros cómodos estilos de vida están produciendo
problemas tan serios como el del cambio climático. Pero sería irresponsable,
dice Jonas, fincar nuestro futuro sobre tales expectativas.
Esperar
que los complejos problemas del mundo sean resueltos con más desarrollos
tecnológicos es una tremenda ingenuidad. Pero eso es lo que está ocurriendo. Se
piensa que con cambiar los focos de luz incandescente por focos ahorradores o con
adquirir equipos electrodomésticos más eficientes, estamos haciendo nuestra
parte respecto a la emisión de gases de efecto invernadero.
Al ser cada vez más dependientes de la
tecnología, estamos no sólo perdiendo libertad sino volviéndonos más pasivos,
dejando que nuestras vidas sean manejadas por otros protagonistas. Mientras
sigamos ilusamente creyendo que la tecnología lo puede todo, continuaremos
esperando soluciones técnicas para los problemas humanos. Nunca mejor que hoy
cabe recordar las palabras de Albert Camus:
“El
siglo XVII fue el siglo de las matemáticas,
el XVIII de las ciencias físicas y
el XIX el de la biología.
Nuestro siglo XX es el siglo del miedo.
Se me dirá
que éste no es una ciencia.
Pero (…) no hay duda de
que sin
embargo es una técnica”.
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