El
país de nunca jamás[1]
Édgar J. González Gaudiano[2]
¿Cuántos años
pasaron para que en México se comenzara a hablar de hambre, aunque ya se tenían
todas las evidencias del problema? ¿Cuántas veces se ha negado que seamos un Estado
fallido, pese a que no se tiene control en grandes porciones territoriales?
¿Cuántas veces se nos ha dicho que la economía está blindada, que la tortilla
no subirá y que se perseguirá a los responsables de corrupción, de negligencia
y de omisión con todo el peso de la ley y hasta las últimas consecuencias,
caiga quien caiga?
La élite política
trata a la población como niños por decir lo menos. Como niños que no crecen,
como en la película de Disney, porque nos aplican los mismos estribillos, el
mismo desgastado discurso del “todo está bien”;
que no hay problema con la influenza, aunque se reportan más de tres mil
casos comprobados y casi 350 muertos en lo que va de 2014; que las finanzas del
estado de Veracruz están en orden, a pesar de las cotidianas muestras de
protesta social porque no se pagan las becas, o las obras, o las pensiones y se
mantiene la vetusta red de complicidades, de opacidades y de silencios.
La metáfora del
país de nunca jamás nos sirve para develar un problema objetivo a nivel
nacional: La existencia de una ciudadanía inmadura que no crece porque todo ha
sido puesto en sintonía para impedirle crecer. Es un Síndrome de Peter Pan
impuesto.
Con el país que nos presentan los políticos sublimando sus
frustraciones por su incapacidad manifiesta, pretenden persuadirnos de que la
ficción es realidad, cuando lo que ocurre es que no saben cómo gobernar un país
tan complejo como el nuestro en el que se ha dejado que en ese río revuelto
cada quien haga lo que quiera o lo que pueda. Esa es la realidad que nos tiene
postrados. En el país de nunca jamás los que tienen hacen lo que quieren y los
que no tienen hacen lo que pueden.
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