Edgar J. González Gaudiano**
La enorme cantidad de casos de gente ejecutada,
desaparecida, extorsionada, secuestrada y amenazada que ocurre todos los días
en el país está produciendo fenómenos que no nos habíamos siquiera imaginado.
Esa geografía del crimen que no nos abandonará en mucho tiempo: Ayotzinapa,
Tlatlaya, Apatzingán, Tanhuato, San Fernando, Allende y Ostula por citar sólo
unos cuantos ejemplos, dan cuenta de una situación terrible que en otros
lugares del mundo no entienden cómo podemos permitir.
Tal exceso de víctimas en México ha adquirido un
inconcebible estatus de normalidad que cada vez nos impacta menos. Sólo
cambiamos de canal.
Ese fenómeno psicológico ha sido definido como fatiga de
compasión o desgaste por empatía. Refiere a la condición de estrés que deriva
de una constante exposición a casos de sufrimiento y que se caracteriza por un
agotamiento físico, emocional y mental a causa de estar involucrado en
situaciones emocionalmente demandantes durante un tiempo prolongado. Según el
semanario Zeta, en el sexenio de Felipe Calderón se documentaron 83 mil 191
ejecuciones, mientras que en lo que va del gobierno de Enrique Peña Nieto se
cuentan 57 mil 410; una tendencia que de mantenerse alcanzará a lo largo de
esta administración cerca de 130 mil homicidios. Más muertos en el país que en
las guerras de Irak y Afganistán juntas entre 2007 y 2015.
Sin embargo, por esa fatiga de compasión, mientras más
información de ese horror recibimos de los medios, a pesar del dizque cambio de
narrativa impuesto en esta administración, más impotentes e inermes nos
sentimos, menos capaces de producir un cambio, menos resilientes a superar las
situaciones adversas.
Ese estado de parálisis que nos produce indiferencia y falta
de solidaridad es la combinación perfecta para el sistema, pues a pesar de que
nuestra calidad de vida disminuye a pasos agigantados, mientras más atropellos
e infamias recibimos todos los días del grupo en el poder, más lejana se ve la
rebelión y la protesta, justo cuando más se necesitan.
No podemos simplemente entretenernos y aislarnos en nuestras
vidas, en nuestras ocupaciones, frente a la debacle que se cierne sobre
nosotros. Tenemos que encontrar nuevas energías para encarar con decisión este
desafío, para indignarnos, para reclamar justicia, para exigir rendición de
cuentas, solidarizándonos con los que sufren, con los hambrientos, con los
afligidos, con aquellos que andan excavando fosas para encontrar los restos de
sus seres queridos que súbitamente desaparecieron; crímenes de los que
cínicamente nadie se hace cargo.
Las próximas elecciones son un buen momento para comenzar a
inducir ese cambio, pero no basta, hay que ir por más.
*Publicado en La Jornada Veracruz el viernes 29 de abril de
2016.
**Académico del Instituto de Investigaciones en Educación de
la Universidad Veracruzana.
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