Los desastres por
fenómenos naturales: fatalidad o negligencia[1]
Edgar J. González
Gaudiano[2]
Cada temporada de huracanes en el país observamos la misma historia. Numerosas
comunidades son devastadas por lluvias torrenciales, derrumbes y crecientes
súbitas de ríos, con destrucción de bienes y pérdida de vidas. Ello da inicio a
una frenética actividad de las autoridades de los tres órdenes de gobierno para
dar la imagen de preocupación, solidaridad con los afectados y compromiso
nacional. Se hacen visitas a las regiones más afectadas y se promueven colectas
apelando a la generosidad de los mexicanos. Los medios masivos de comunicación,
especialmente la televisión, acompañan esa narrativa mostrando al presidente
consolando ancianos, gobernadores con las botas entre el lodo y a los
organismos del Estado rescatando sobrevivientes y repartiendo despensas.
El discurso auto
exculpatorio es incriminar a la naturaleza, frente a la cual nada se puede
hacer. Es un fatalismo frente al desastre que funciona muy bien para eximir de
responsabilidad a la autoridad por la omisión, ineficiencia e incluso
corrupción de sus actos. Es como querer culpar a Dios de nuestras desgracias,
con lo cual el lavado de manos de los distintos agentes involucrados es
generalizado eludiendo de ese modo las obras defectuosas y mal planeadas, las carreteras
con materiales de baja calidad, la autorización de unidades habitacionales en
zonas de alto riesgo, el relleno de lagunas de regulación, la deforestación de
cuencas altas y áreas de manglar, la destrucción de dunas y arrecifes, el
azolvamiento de ríos y el desfogue a destiempo de embalses, etc. etc. Y pese a que
muchos de estos factores causales conciernen a la autoridad ambiental, la
Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales brilla por su ausencia. El
secretario respectivo ni siquiera es invitado a las giras porque no se
considera ámbito de su competencia. Tampoco hay declaraciones de su parte.
Calladito se ve más bonito nadando de a muertito.
Pasado el momento
de emergencia y abandonados a su suerte los afectados por los fenómenos (hay
comunidades afectadas por el huracán Karl y la tormenta tropical Matthew de
2010 que aún esperan la ayuda prometida), sin la cobertura histérica de los
medios y la presión política para actuar, la autoridad continúa con su mismo modus operandi exacerbando las causas
que ocasionarán la tragedia del próximo año. No hay responsables. Nadie es
castigado. Nadie renuncia por su incumplimiento, ineficiencia o
irresponsabilidad. Se repara lo más visible, sobre todo aquello que puede
afectar negativamente la imagen del país en el extranjero. Es la impunidad
rampante que caracteriza el cinismo de los tres órdenes del gobierno mexicano.
Los desastres no
son naturales sino construcciones sociales. Ni siquiera las amenazas producidas
por fenómenos hidrometeorológicos extremos son naturales, porque una situación potencial
de riesgo se convierte en amenaza para una población sólo si ésta es
vulnerable.
A nivel académico los enfoques de atención de este
tipo de problemas han cambiado mucho durante los últimos veinte años, pero los
gobiernos y sobre todo los organismos de protección civil no acaban de enterarse
de ello. Las acciones ya no se enfocan tanto en la situación del momento de ocurrencia
de un determinado desastre y la respuesta correspondiente (administración del
desastre), sino en las condiciones de riesgo que anteceden al desastre (gestión
del riesgo), los cuales insisto son de origen social. Un plan de protección
civil no puede limitarse a emitir avisos de alerta por radio y televisión
cuando el meteoro ya está encima de nuestras cabezas, ni a destapar
alcantarillas cuando ya están saturadas.
En otras palabras, ningún desastre como los que
recientemente sacudieron los dos litorales mexicanos puede suceder sin la
previa existencia de una situación de riesgo, la cual no sólo ocasiona el
desastre sino también la magnitud de sus daños. En consecuencia, el riesgo se ha
convertido en el leit motiv para
entender cómo se “construyen” los desastres, así como para identificar los
procesos sobre los que se debe intervenir anticipadamente para prevenir la
ocurrencia de un desastre, y para reducir sus impactos a su mínima expresión.
De esta manera ha quedado cada vez más evidente la
íntima relación entre el nivel de desarrollo y el riesgo de desastre: en la
medida en que el riesgo es un resultado de procesos sociales particulares, es
también producto directo o indirecto de los modelos de desarrollo impulsados en
cada sociedad. Los crecientes problemas de pobreza y desigualdad que enfrenta
la mayoría de la población de nuestro país tienen exactamente las mismas causas
que determinan la persistente construcción de riesgos de desastres. La pobreza,
la ineficiencia y la corrupción constituyen el epicentro de nuestra progresiva vulnerabilidad
de cada día y por si todo esto fuese poco ahí está el cambio climático.[3]
[1]
Publicado en La Jornada Veracruz, el lunes 23 de septiembre de 2013, p. 11.
[2]
Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, educación y Sustentabilidad
Ambiental del Desarrollo”. http://edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx
[3]
Véase Gellert de Pinto, G. I. (2012). El cambio de
paradigma: de la atención de desastres a la gestión del riesgo. En: Boletín Científico Sapiens Research, 2(1):
13-17.
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