¿De
qué se ríe Sr. Presidente?[1]
Edgar
J. González Gaudiano[2]
Felipe
Calderón se promovió durante su campaña para la presidencia no sólo como el
presidente del empleo, sino como el candidato que tenía las manos limpias. En
seis años esas promesas de campaña devinieron realidad, una falsa realidad.
Nunca en la historia de México había habido tantos desempleados, subempleados,
empleos tan precarios y sueldos tan miserables incluso para quienes tienen
estudios universitarios, sino que sus manos se encuentran manchadas por la
sangre de más de sesenta mil muertos, según cifras oficiales.
Calderón quien inició su mandato teniendo
que protestar entrando por la puerta de atrás del recinto del Congreso, sale
por la puerta de atrás de la historia, dejando al país enfrascado en una crisis
generalizada a nivel social, política, económica, institucional, alimentaria,
ambiental y demás. Hasta su propio partido se encuentra en crisis. En esta
entrega me referiré a la crisis ambiental, sobre todo por la producida por la
industria minera.
La tercera parte del
territorio nacional se encuentra concesionada a la explotación minera de
empresas mayoritariamente extranjeras que emplean procesos tecnológicos para la
extracción de los minerales que han sido prohibidos en muchos países por los
daños ecológicos y sociales a gran escala que producen. Más de 25 mil concesiones para proyectos
mineros que no dejarán beneficio económico alguno de largo plazo a las
comunidades ahí asentadas, pero sí una devastación que acentuará aún más su
baja calidad de vida.
En lo que va de este siglo, en plenos gobiernos panistas, se ha extraído
el doble de la cantidad de oro y la mitad de plata, de la producida en 300 años
de explotación colonial en la Nueva España. Investigadores de la Facultad de
Economía de la UNAM sostienen que este pico de explotación minera, que pasó de
una demanda de 100 millones de toneladas
en 1900 a 3,500 millones en este momento, coincide con una aserie de fenómenos
globales como el agotamiento de los recursos petroleros, la extinción de la
biodiversidad, el declive de las reservas de agua dulce, el incremento de la
acidez en los océanos, el aumento de la luminosidad nocturna y el cambio
climático. Todo esto aderezado con una crisis económica y financiera internacional
que mostró su fase más descarnada a partir de 2008 y que no tiene para cuando
mejorar.
Ello explica que el mundo viva
una "fiebre" por la escasez mundial del oro, que se ha convertido en
el único valor seguro de reserva para respaldar las monedas nacionales ante posibles
escenarios de depreciación global. En 2002, la onza de 31 gramos se cotizaba en
350 dólares y supera los mil 600 en 2012, lo que convierte al oro en un recurso
natural estratégico para la seguridad de muchos países.
El costo ambiental que tiene la
explotación de oro y otros metales preciosos, especialmente cuando se realiza a
cielo abierto, es colosal. No sólo porque se degrada considerablemente la
cubierta de suelo convirtiéndola en una superficie inerte, incapaz de sostener
vida, sino porque emplea enormes volúmenes de agua de fuentes superficiales y
subterráneas para el proceso de extracción.
El agua usada suele quedar
contaminada con cianuro y arsénico, dos venenos fatales de alta toxicidad, y
otros metales pesados también muy peligrosos como el plomo y el mercurio, lo
que afecta el suelo, la fauna, la flora, la producción agrícola y las
posibilidades de consumo para la gente.
El polvo y gases producidos, el
ruido y la vibración que genera la mina no son asuntos menores, porque se
traducen en serios problemas de salud a la población de las comunidades
aledañas, de tipo respiratorio y nervioso.
Las medidas de control,
remediación y restauración ecológica que pueden aplicarse en procesos
subterráneos de extracción, no funcionan para el páramo desolado que queda
después de un aprovechamiento a cielo abierto.
Si al escenario anterior se
agregan el incumplimiento de las normas, la descoordinación de las autoridades,
la corrupción, el cinismo y otras pequeñeces, entonces podemos ver con claridad
que las minas son verdaderas bombas de destrucción masiva, cuyos efectos
padecerán por mucho tiempo quienes habiten cerca de ellas y otros no tan cerca.
Eso es a lo que nos exponemos los
habitantes de Veracruz con la posible autorización de la mina Caballo Blanco.
La autorización ha sufrido varios contratiempos legales, pero la empresa sigue
trabajando y existe la justificada preocupación de que ahora que faltan menos
de cien días para entregar la estafeta, el Sr. Calderón pasando por alto a la
ley, a la ciencia y a la gente, salga con una autorización al vapor. Así
acostumbran los políticos salientes a hacer las cosas, por lo que hay que estar
muy alertas con esta amenaza.
Sin embargo y a pesar del
desastre que deja tras de sí, el Sr. Calderón anda muy ufano, sonriente y
hablando muy bien de sí mismo ─alabanza en boca propia es vituperio, reza el
proverbio─. ¡Qué largo y pesado se me ha hecho este sexenio!
[1] A
publicarse en La Jornada Veracruz, el lunes 27 de agosto de 2012.
[2]
Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad
Ambiental del Desarrollo”. http://edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx.
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