La
educación sobre el cambio climático en condiciones de extrema precariedad[1]
Edgar J. González
Gaudiano[2]
Uno
de los mayores beneficios que uno obtiene de participar en eventos académicos,
más allá de las conferencias y debates, es la posibilidad de establecer
contacto con la gente, de hacer acuerdos para trabajos conjuntos, consultar
dudas y planear actividades futuras.
Eso me ocurrió con abundancia durante el
III Foro Nacional de Educación Ambiental para la Sustentabilidad, que concluyó
el pasado martes 23 de octubre en el Puerto de Veracruz. En este espacio quiero
referirme a uno de esos encuentros que me conmovió profundamente.
Acababa de participar en un panel sobre
educación y cambio climático, en el que se presentaron reflexiones
teórico-metodológicas, enfoques y resultados de estudios en esta materia,
cuando me abordó una chica como de 28 años, quien me dijo que estaba muy
interesada en lo que yo había comentado. Me confesó que era maestra de
telesecundaria en una región indígena del estado de Veracruz y que quería
manejar el tema con sus estudiantes, pero que no sabía cómo. Sus palabras
fueron más o menos como sigue:
“Maestro, yo no puedo decirles a mis
alumnos que participen en el combate al cambio climático ahorrando energía
porque en sus casas no hay luz eléctrica; ni puedo decirles que ahorren agua,
porque para ellos el agua es un bien muy preciado, ya que tienen que acarrearla
en cubetas desde grandes distancias.”
“Tampoco puedo recomendarles que vigilen
sus hábitos de consumo, porque de por sí casi no consumen nada. Entonces ¿Qué
me sugiere maestro? ¿Cómo puedo trabajar este problema con mis alumnos?
Yo me quedé atónito. No me esperaba una
consulta de esta naturaleza. Me encontraba profundamente cansado por las tareas
derivadas de ser el presidente del comité organizador, pero entendí que no
podía darle una respuesta simplista y facilona. Después de unos instantes, sólo
atiné a decirle:
“Ponga énfasis en la adaptación y, sobre
todo, al riesgo y a la vulnerabilidad. Hágales ver a sus estudiantes que el
cambio climático viene a empeorar las cosas, sus ya de por sí precarias
condiciones de vida”.
Ella coincidió conmigo. Vi cómo se le
iluminaba el rostro y desplegaba una enorme sonrisa.
“Sí maestro, me dijo, puedo comentarles por
ejemplo el porqué ahora hay más ‘barrancadas’ de lodo y piedras y trabajar con
ellos cómo hemos de cuidarnos mejor. Muchas gracias por su consejo”.
Se dio la media vuelta y yo me quedé como
sembrado en el piso. Mis asistentes junto a la mesa de registro se habían dado
un poco de cuenta de lo ocurrido y alcancé a decirles: Esto tengo que
escribirlo en mi columna de La Jornada Veracruz.
He vuelto a pensar varias veces en este
episodio, para revisar si lo que le respondí era apropiado. Y pienso que sí.
Muchas de las recomendaciones que circulan en los medios y en los programas
educativos sobre el cambio climático, ponen énfasis en la mitigación; es decir,
en cómo disminuir con nuestras actividades cotidianas la emisión de gases de
efecto invernadero.
Pero si de nuestras actividades como países
o como población, no hay emisiones comparativamente tan grandes cuya
disminución pueda hacer diferencias significativas, pongamos el acento en
aquello que sí nos va a afectar con mucha fuerza: el incremento de la
vulnerabilidad y el riesgo, en la necesidad de trabajar más procesos sociales y
económicos dirigidos a adaptarnos a la presencia del fenómeno, puesto que es
algo que no va a ocurrir en el futuro, sino que ya está aquí y que ha llegado
para quedarse entre nosotros por mucho tiempo.
Empecemos a trabajar en la forma de cómo
fortalecer la resiliencia social, sobre todo de las comunidades más vulnerables
como las costeras, las que sufren de sequías extremas, las que se encuentran
ubicadas en los márgenes de ríos de respuesta rápida, por ejemplo. Para que las
comunidades adquieran capacidades para recuperarse más pronto y mejor de los
impactos que reciben cada vez más frecuentemente. No atenerse a la ayuda
gubernamental o de solidaridad social que suele no llegar a tiempo, ni en la
medida de las necesidades.
Dónde quieras que estés maestra: Muchas
gracias por la lección.
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