¿Desarrollo sustentable o sostenible?[1]
Edgar J. González Gaudiano[2]
En 1987 apareció en idioma inglés el
reporte Nuestro Futuro Común, también
conocido como Informe Brundtland, el
cual popularizó el concepto que en ese texto se designó como sustainable development.
De
inmediato, se procedió a trasladar a otros idiomas este neologismo. La primera
mención en español que leí al respecto lo traducía como desarrollo sostenido;
el cual muy pronto fue desechado porque remitía a un proceso de crecimiento
económico mantenido en el tiempo, pero no aludía a los otros componentes de
equidad social y calidad ambiental, consustantivos del mismo.
Hubo
algunas reuniones entre representantes de países hispanohablantes para acordar
una traducción común, puesto que algunos lo entendían como sustentable y otros
como sostenible. Al final no hubo acuerdos y se dejó que cada país lo tradujera
como quisiera pero se considerarían sinónimos. De ese modo, México, Argentina y
Chile, entre otros, se decidieron por sustentable y así aparece contenido en la
normatividad nacional respectiva. Los otros países de América Latina y España
se inclinaron por sostenible. Brasil prefirió usar sustentable en su traducción
al portugués.
Recuerdo
al presidente Vicente Fox en un discurso haber dicho que el desarrollo de
México sería sostenible y sustentable. De hecho, puso al desarrollo sustentable
como columna vertebral de su Plan Nacional de Desarrollo y ya ven cómo nos fue.
A partir de eso, el desarrollo sustentable empezó a formar parte del discurso
político como un fin en sí mismo. Al igual de lo que ocurrió cuando apareció la
ecología, donde había ecotaxis por usar gasolina sin plomo o eco-hoteles por
poner lámparas solares en los jardines; ahora se dice que vamos en el camino de
la sustentabilidad aunque suele no tenerse siquiera una idea aproximada de sus
implicaciones.
El
día sábado pasado, durante su primer discurso a la nación, el presidente Peña
Nieto mencionó en diferentes partes de su intervención ambos conceptos:
sostenible y sustentable. En una posición pragmática tipo Den Xiaoping,
artífice del milagro económico chino, quien dijo “No importa que el gato sea
negro o blanco, con tal que cace ratones”, podríamos decir: No importa que sea
sostenible o sustentable mientras se impulse un desarrollo nacional con
crecimiento económico, con equidad social y con conservación de la calidad del
ambiente.
De
hecho, dos de los cinco ejes de gobierno anunciados el sábado pasado podríamos
decir que condensan este propósito: Lograr un México incluyente (equidad) y
Lograr un México próspero (crecimiento con aprovechamiento sustentable de los
recursos naturales). El problema es que hubo tal ausencia de menciones a la
política ambiental, que no sabemos si el tema de sustentabilidad es sólo un
elemento de modernización del discurso político, sin significado alguno o
cobrará expresión en políticas concretas consistentes con el mismo.
Por
lo pronto, ninguna de las primeras trece decisiones se refiere a lo ambiental y
la designación de un titular de Semarnat sin relación aparente con temas
ambientales, no anticipa buenos augurios, si bien Juan José Guerra ha sido
consejero del Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y
Medio Ambiente.
Yo
siempre he sido un optimista irredento y quiero pensar que esta etapa del país
que se ha iniciado va a ser para bien. Ya que esos doce años de gobiernos
panistas hicieron fracasar las esperanzas depositadas en la alternancia
democrática. Hoy tenemos mucho más desigualdad, unos pocos súper ricos y más
millones de pobres con hambre, como lo reconoció el sábado el nuevo presidente;
escasas oportunidades de salir adelante, más desempleo, más violencia social y
más degradación y agotamiento de la base material de todo proceso de
desarrollo: nuestros recursos naturales y ecosistemas. Concederé el beneficio
de la duda, pero sólo por un tiempo razonable. Me encantaría que la política y
los políticos me sorprendieran positivamente.
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