Edgar J.
González Gaudiano**
Al
reactivarse el interés público por la cobertura mediática de la Conferencia de
las Partes (COP21) a sobre el Cambio Climático que se celebra en París,
Francia, surgen de nuevo varias interrogantes a propósito de este fenómeno. Una
que nos interesa especialmente en esta ocación es la llamada dimensión social,
que se refiere a la perspectiva que las ciencias sociales y las humanidades
deben aportar para lograr una comprensión más completa de este fenómeno.
La dimensión
social ha cobrado fuerza durante los últimos años, al entenderse mejor el papel
que desempeña como complemento del conocimiento que han venido construyendo las
ciencias del clima. De ahí, el mayor espacio que ocupa en el más reciente
informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (2013-2014). En otras
palabras, el conocimiento que aporta la meteorología o la química atmosférica,
por ejemplo, se difumina si las políticas de respuesta no consideran también la
información acerca de cómo la población interpreta y valora el cambio
climático, y especialmente las implicaciones de éste en sus vidas.
Numerosos
estudios se han realizado para intentar identificar las claves de la percepción
y la representación social del fenómeno del cambio climático, a fin de poder
traducirlas en estrategias de comunicación y educación, así como en políticas
públicas que puedan inducir valores acordes a las circunstancias que vivimos, y
respuestas sociales consensadas más efectivas.
Se sabe, por
ejemplo, que la alfabetización científica sobre el cambio climático (en lo que
se han centrado la mayoría de los programas en los medios y de los materiales
educativos para las escuelas) es insuficiente para motivar transformaciones en
la actitud y el comportamiento individual y colectivo, tampoco para enfrentar
los riesgos y amenazas derivados. La ciencia del clima ha arrojado luz sobre el
problema, pero no ha influido en las decisiones de la vida cotidiana de las
personas, sobre todo, en aquellas con un estilo de vida centrado, cada vez más,
en el uso intensivo de combustibles fósiles.
Se sabe
también que una apropiada representación social del fenómeno, en tanto
conocimiento de sentido común que da sentido a la realidad, y orienta la acción
de los individuos, es fundamental para desplegar políticas que tengan
resonancia social e involucren a la población en su aplicación (P. Meira, Comunicar
el cambio climático, 2009).
Las
representaciones sociales son constructos cognitivos compartidos, que se han
basado en sustratos culturales específicos, por lo que existen diferencias
significativas en la función de factores tales como región, grupo social, edad,
género y experiencia de vida, entre otros. Factores que han de tomarse en
cuenta para diseñar programas dirigidos a grupos de población particulares.
Por ejemplo,
han sido empleados de manera muy efectiva en la mercadotecnia para inducir
preferencias en los patrones de consumo, entre los distintos segmentos de
población; o por asesores y estrategas políticos para formular campañas
electorales que orienten los votos a favor o en contra de candidaturas y
partidos. Poco se han usado, sin embargo, para hacer más efectivos los programas
educativos.
Sólo si el
cambio climático es reconocido como un factor real en la vida de las personas,
podrá suscitar la adhesión a programas que se pongan en marcha sobre medidas de
mitigación y de adaptación para aportar a la reducción de gases de efecto
invernadero, así como para reducir la creciente vulnerabilidad social que
conlleva el fenómeno (J. L. Lezama, La construcción social y política del medio
ambiente, 2004).
Eso que
parece tan simple es muy difícil de implementar.
El resultado
ha sido que la respuesta social al cambio climático sigue siendo muy voluble.
Quizá porque las medidas a adoptar van en sentido contrario a los satisfactores
que caracterizan actualmente nuestra época de hiperconsumo. Quizá porque, como
dice Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio (2012), sobre
el modelo racional de la toma de decisiones, las implicaciones del cambio
climático no se perciben como riesgos inminentes con una carga emocional que
nos obligue a actuar. Quizá porque hay muchas otras prioridades que ocupan
nuestra atención en la inmediatez de nuestras vidas. Quizá por el tono
apocalíptico que caracterizan a muchos de estos mensajes sobre el tema; tono al
que ya estamos inmunizados. Quizá por el escaso peso que le concedemos a
nuestras acciones individuales.
Lo cierto es
que varios autores, como George Marshall en su libro Ni se te ocurra pensar en
ello (2015), están planteando un cambio de narrativa que permita superar las
barreras psicológicas que no permiten darle una mayor importancia al problema
del cambio climático en nuestras vidas, debido a que lo pensamos como una
amenaza abstracta, invisible y lejana. Otros como Naomi Klein, en el libro Esto
lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (2015) señalan que el cambio
climático es la narrativa más poderosa contra el sistema económico y político
actual.
Ciertamente,
tenemos que imprimir un cambio en la manera de presentar y representar el
problema.
Personalmente
creo que seguir hablando de los escenarios que ocurrirán en 2050 o finales de
siglo, por no hacer algo en este momento, no ayuda a crear un sentido de
apremio. Por el contrario, constituye un aliciente para seguir postergando la
adopción de medidas radicales hasta que, como señala Anthony Giddens en su
estudio, La política del cambio climático (2011), sea demasiado tarde. De igual
manera, seguir pensando los problemas desconectados unos de otros por
importantes que sean, no ayuda a construir perspectivas enmarcadas en los
sistemas complejos que permitirían diseñar mejores respuestas.
A pesar de
las difíciles circunstancias que atravesamos en varias esferas de nuestras
vidas, el cambio climático es hoy el desafío mayor al que nos enfrentamos. Más
nos valdría que comenzáramos a asumirlo de ese modo aunque no se advierta que
la acción política vaya en esa dirección, menos cuando suenan tambores de
guerra.
*Publicado en
La Jornada Veracruz, el 4 de diciembre de 2015
http://www.jornadaveracruz.com.mx/el-cambio-climatico-y-la-gente/
**Coordinador
de la Cátedra UNESCO - Universidad Veracruzana “Ciudadanía, Educación y
Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”.