martes, 10 de julio de 2012

La gestión política del conflicto electoral


La gestión política del conflicto electoral[1]

Edgar J. González Gaudiano[2]

Desde la semana pasada he estado insistiendo en la necesidad de iniciar un proceso de gestión del conflicto electoral. Bajo las condiciones actuales es muy fácil que la situación se polarice por no saberla manejar. Durante la última semana no he visto avance alguno. Es obvio que la negación de lo ocurrido no contribuye a este proceso. Frases como “el PRI no ha comprado un solo voto”, frente a las numerosas evidencias en contrario resulta una torpe declaración que cierra toda posibilidad de negociación.

La gestión de conflictos se ha constituido como un campo de acción social cuyo propósito es aminorar los conflictos, contener su escalada y conducirlos hacia escenarios manejables en los que puedan encontrarse vías de solución. Aunque no pretende resolver las causas estructurales que generan las posiciones encontradas, una buena gestión implica transformar el conflicto; es decir, crea una nueva situación en la que el conflicto deja de estar fuera de control para poder ser manejado mediante la intervención institucional (procesos judiciales) o por dispositivos alternativos (negociación, mediación, arbitraje). No es poca cosa.

Es de suponer que ambas partes son conscientes de que no pueden vencer la disputa a costos aceptables; permitir que ocurra lo de hace seis años con su consecuente crisis social e institucional y dejar que el conflicto se radicalice en la actual situación de violencia en la que nos encontramos es no sólo peligroso, sino irresponsable. Es preciso evitar una mayor polarización o el socorrido recurso de dejar que el tema se desgaste, que se pudra, con ayuda de los medios, pues implica serios riesgos para ambos oponentes, el PRI y las fuerzas de izquierda, y finalmente para el país que está anhelando mayor madurez política de todas las partes implicadas.

Toda gestión de conflictos requiere abrir canales de comunicación entre las partes, verificar los hechos reclamados y promover el diálogo. Eso no implica cancelar los procesos de impugnación ante las autoridades correspondientes. Este proceso puede tener su propia trayectoria. Pero si simultáneamente ocurren acercamientos mediante un diálogo político en el que representantes de ambas partes profundicen en sus diferencias, esclarezcan sus puntos de enfrentamiento e identifiquen aspectos comunes, con una negociación que no pretenda subordinar una parte a la otra, puede ser muy positivo sin que de ello necesariamente surjan compromisos más allá de la actual coyuntura. Este diálogo puede implicar la participación no sólo de representantes de los partidos y gubernamentales, sino también de la mediación de ciudadanos aceptables por ambas partes, con voluntad de contribuir a resolver la disputa al menor costo político y social posible.

El problema es que nuestra cultura política no se presta a una gestión de conflictos. Parece que ha resultado más sencillo anular al otro, desacreditarlo, aferrarse a posturas irreductibles o “transar” en lo oscurito para perjudicar a un tercero, que resolver abiertamente las disputas buscando procesos reales de reconciliación. Ello nos ha conducido a tener un crecimiento económico estancado, iniciativas políticas necesarias que se obstruyen para evitar que el otro se lleve el mérito, un incremento de los niveles de pobreza y de violencia, un acelerado proceso de desgarramiento del tejido social y de deterioro de la calidad de vida y un alejamiento de la ciudadanía de la clase política dirigente, entre otros de muchos síntomas de descomposición nacional.  No es posible continuar así. Es muy peligroso y el costo que el país ha estado pagando por la falta de acuerdos fundamentales es demasiado alto.

Un nuevo comienzo puede empezar por dar señales claras de querer gestionar de otra manera los conflictos por los que atravesamos. ¿Será posible que nuestros dirigentes sean capaces de sentarse a hablar con madurez, responsabilidad y pensando más allá de sus agendas personales para avanzar hacia la construcción de una agenda política compartida para el país?

Quien dé el primer paso puede ser visto como el liderazgo que estamos esperando. Veremos si hay la capacidad, el compromiso, la disposición y la altura de miras que tanto se pregonaban durante las campañas.



[1] Publicado en La Jornada Veracruz, el martes 10 de julio de 2012, pág. 6.
[2] Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”. http//:edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx
 

2 comentarios:

  1. La gestión para resolver el conflicto electoral no es otra cosa que establecer un diálogo y una negociación, pero el IFE se empeña en cerrarse argumentando que la ley se lo impide y establece sus puntos de vista a rajatabla, por su parte AMLO se aferra en argumentar fraude sin considerar las cuestiones legales que tiene que cumplir para demostrarlo y la sociedad civil vive polarizada entre los apoyadores de EPN y los que cuestionan la legalidad del proceso. Yo creo que el punto de acuerdo debería ser que todos los actores se pusieran de acuerdo en modificar el marco legal para evitar que vuelva a suceder otra vez una contienda electoral completamente inequitativa.

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  2. Me parece muy interesante tu aporte aunque pienso que será difícil que cualquiera de los partidos políticos tenga la madurez que señalas para dar el primer paso. Me inclino a pensar que podría ser algún actor social el que sea punta de lanza para mediar el proceso, tal como nos dieron el ejemplo los estudiantes del movimiento 132 con relación al tema de la democratización de los medios. ¡felicidades!

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