martes, 6 de enero de 2015

No podemos permitirlo

No podemos permitirlo[1]

Edgar J. González Gaudiano[2]

Después de casi un mes alejado del país por asuntos académicos primero y luego familiares, regreso a enfrentarme con la crítica situación que estamos viviendo. Intuía, como muchos, que era equivocada la apuesta del gobierno de la república de que con las fiestas de navidad y fin de año se desvanecería el malestar social existente.
He seguido desde la distancia la rala cobertura mediática de la protesta. El hecho mismo de continuar apareciendo en los medios es un signo evidente de su vigencia, puesto que la prensa en general ha jugado del mismo lado que el gobierno. Han sido las redes sociales y principalmente la prensa crítica electrónica las que han mantenido interés en el tema.
He reflexionado mucho sobre eso a lo largo de estas semanas. ¿Por qué lo del crimen atroz de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa ha sido tan excepcional? No lo fue el caso de los 49 niños que murieron y los 76 heridos en el sospechoso incendio de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, en 2009; ni la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, en 2010. Por poner sólo como ejemplo, otros dos incidentes terribles entre otros muchos, que han quedado en la abyecta impunidad.
Hemos asumido como explicación la metáfora de la gota que derramó el vaso. Pero, vamos, habrán de coincidir conmigo en que hay algo más. El asunto ha sido un hito fundamental y tiene que ver con nosotros como sociedad.
Este crimen de los estudiantes al fin nos devuelve una imagen espantosa de nosotros mismos, que no acabamos de comprender; que nos desconcierta. Una imagen de hasta dónde hemos llegado; hasta dónde hemos permitido que llegaran las cosas y el pánico que nos produce la imagen previsible si no intervenimos para cortar de raíz esta tendencia febril en la que se encuentran implicados el poder económico y el poder político en una alianza perversa que nos tiene engullidos. El crimen de Ayotzinapa ha obrado de espejo. ¿Qué lecciones hemos de aprender de lo que estamos viviendo? ¿Qué significados hemos de extraer? ¿Cómo evitaremos que ese crimen sea escondido bajo la alfombra y olvidado como tantos otros, para no alterar el estado de cosas imperante?
El gobierno de la república y los poderes legislativos y judicial dominados por el sistema de partidos no han entendido la peculiaridad del caso. Le han dado por tanto el mismo tratamiento de siempre. Declaraciones de que se actuará hasta las últimas consecuencias, caiga quién caiga. Que se aplicará todo el rigor de la ley. Anunciando algunas medidas que más tarde no se verán obligados a cumplir, etcétera. Apostando a que la crispación social del momento, como ha ocurrida antes, simplemente desaparezca; a que la turbulencia vuelva a decantarse y las cosas puedan seguir su curso usual. El país en el que no pasa nada, aunque estemos hundidos en la mierda.
Por eso a nadie le importa si los esposos Abarca son sentenciados o no. Pese a los erráticos esfuerzos que la PGR hace para que aceptemos una narrativa de los sucesos concentrando la responsabilidad principalmente en ellos, lo que nos preocupa es de otro orden de magnitud; no se trata de un cáncer localizado, sino de la metástasis en un cuerpo social gravemente enfermo.
No logro entender cabalmente el proceso que nos ha llevado a acumular tanta indiferencia por los demás, por nosotros mismos. Me aterra nuestro desapego por lo verdaderamente importante. Estamos inmunizados contra el sufrimiento ajeno. Anestesiados por la frivolidad. Es como pretender cambiar la realidad, cambiando de canal. Simplemente fingimos que no existe; que no nos afecta. ¿Que cosa tan terrible nos ha ocurrido para estar alienados a tal grado?
No puede ser que estemos tan mal que las instituciones del Estado mexicano estén impávidas ante los asuntos de la casa blanca y la casa de campo.
No puede ser que no exista capacidad de escrutinio público para enfrentar la podredumbre que se observa en el comportamiento de varios gobernadores, que están endeudando a sus estados para disponer de recursos para sus negocios ilícitos. Que continúen los Tlatlaya, los Ficrea, los miles de desaparecidos. Que se exonere, precisamente en este momento, a Raúl Salinas. Que admitamos vivir resignadamente con la violencia sistémica que nos agrede.
No puede ser que aceptemos sin más nuevas elecciones para renovar representantes y autoridades que son más de lo mismo. Que sigamos creyendo en promesas vacías; permitiendo la gestión del hambre para vendernos tan barato como una despensa.
No puede ser que volvamos a dejar pasar otra oportunidad para ser mejores como sociedad, eliminando los parásitos que se encuentran infestando los órganos de nuestra república.
¿Qué debemos hacer para lograr estos cambios trascendentes? Honestamente, no lo sé. Pero sí sé que quisiera ser parte de la urgente búsqueda colectiva de respuestas porque, a pesar de todo, sigo convencido del poder que habita en nosotros para cambiar las cosas.




[1] Publicado en La Jornada Veracruz, el lunes 5 de enero de 2015.
[2] Coordinador la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”. http://edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx

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