miércoles, 11 de julio de 2018


Optimismo trágico en el cambio de régimen[1]

Edgar J. González Gaudiano[2]

Los resultados de la pasada contienda electoral en México fueron sorprendentes. Para unos por el resultado en sí, para otros por su contundencia. Hace seis años, cuando el PRI regresó al poder, algunos pensábamos que sería sumamente complicado volverlo a sacar. El fracaso de los dos sexenios panistas, la ausencia de un fuerte liderazgo antagónico y la cooptación del PAN y el PRD, que se adhirieron al Pacto por México, entre otros factores, nos hacía pensar lo peor. De ese modo, Peña Nieto logró posicionarse como el gran  transformador que movería a México de su atávico rezago.
Sin embargo, en menos de 50 meses, Andrés Manuel López Obrador, un persistente luchador social, registró un nuevo partido –MORENA-; hizo un recorrido que puede calificarse como épico por todo el país; construyó alianzas que respaldaron su liderazgo –algunas por cierto muy cuestionadas por muchos, entre los que me incluyo-; explotó en beneficio de su movimiento -como lo hiciera Hernán Cortés- las rivalidades y pugnas locales, logrando un triunfo que apenas estamos asimilando en toda su magnitud.
Los retos de su gobierno serán enormes. En primer lugar por la complejidad del momento que vivimos: una deuda que recorta significativamente los grados de libertad de la reorientación presupuestal; una delincuencia sin control en numerosos lugares de la geografía nacional; un descrédito generalizado de las instituciones del Estado en materia de justicia, capacidad y responsabilidad de operación, así como un entorno internacional poco favorable sobre todo con la hostilidad del gobierno de Estados Unidos, por mencionar sólo algunas de las áreas que considero más críticas.
En segundo lugar, los desafíos serán mayúsculos por las enormes expectativas de cambio que se despertaron en la sociedad, sobre todo entre los grupos y sectores que han vivido un proceso continuo de desposesión. Estas expectativas presionarán para que en plazo corto se vean resultados de esa “cuarta transformación de México” recuperando un maltrecho estado de derecho y justicia social, combatiendo efectivamente la corrupción y la impunidad, haciendo una reingeniería institucional, así como relanzando el potencial económico sin continuar dañando el ambiente, pueblos y ecosistemas debido al modelo extractivista que impulsaron los gobiernos neoliberales.
Se ve difícil desde todos los puntos de vista. Pero peor sería no intentarlo y para lograr los mejores resultados posibles tendremos que sumarnos sin mezquindades, pero atentos para alertar de desviaciones que reproduzcan las prácticas que conocemos bien, sobre todo ante la falta de contrapesos democráticos.
López Obrador tiene el beneficio de mi duda, pero soy cauto y estoy consciente de que la superación de los obstáculos será una batalla que habrá de librarse todos los días. En este sentido es que recupero la noción de optimismo trágico de Boaventura de Sousa Santos (2009), entendida como la aguda conciencia de las dificultades y las luchas por la emancipación que no sean fácilmente cooptables por la regulación social dominante, pero con la inquebrantable confianza en la capacidad humana para superar dificultades y crear horizontes potencialmente infinitos dentro de límites asumidos como insuperables.
No podemos ser pesimistas frente al escenario que se presenta ante nosotros, por incierto que parezca. Mucha gente ha recuperado la esperanza de cambio social. Ahora habrá que encauzarla en una acción política que ayude a definir mejor la trayectoria que empezaremos a recorrer en breve para alcanzar por lo que se ha luchado.
Espero con ansias el 50 aniversario del 2 de octubre en este soleado políticamente panorama nacional.  


[1] Publicado en La Jornada Veracruz, el miércoles 11 de julio de 2018.
[2] Investigador Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx

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