lunes, 21 de mayo de 2012


La comunicación de riesgos[1]

Edgar J. González Gaudiano[2]

Hace un par de semanas comenzó en Xalapa, bajo los auspicios de varios programas y dependencias de la Universidad Veracruzana, un seminario sobre comunicación de riesgos. Se realiza durante todo el mes de mayo en las instalaciones del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación y es impartido por el Dr. Jan Luis Gonzalo, de la Universidad Rovira i Virgili, sita en Tarragona, España.

El tema ha sido poco trabajado en México, pese a su importancia para explicar numerosos procesos y prácticas en el país, así como por su enorme potencial para fortalecer la participación ciudadana en asuntos que afectan su calidad de vida presente y futura.

Desde mediados de los años ochenta, diversos teóricos comenzando con Ulrich Beck comenzaron a desarrollar la idea de que estábamos viviendo una serie de cambios que no estaban siendo advertidos por las ciencias sociales, aunque afectaban fuertemente a la población. El desastre de la central nuclear de Chernóbil fue el detonante de un proceso creciente de conciencia mundial sobre los riesgos porque, de algún modo, constituía un límite simbólico a la arrogante modernidad y al optimismo ciego de las posibilidades de la ciencia y la tecnología. El ‘accidente’ de la planta de Fukushima el 11 de marzo de 2011, vino a contribuir a esta idea, en un momento en que nuevamente la energía nuclear estaba volviendo a ser considerada como una opción frente al declive de los hidrocarburos y la necesidad de reducir las huellas de carbono.

Pero la sociedad del riesgo no se refiere solamente a los problemas ambientales e industriales, es un concepto mucho más amplio que incluye fenómenos relacionados con la economía, la sociedad y la cultura. Es decir, la sociedad del riesgo está también asociada al problema de pauperización de grandes contingentes de población, a la precariedad del trabajo, a la pérdida de conquistas laborales y sociales, al abandono del Estado a la defensa del bien común (de las mayorías), a la aparición de poderes fácticos que desinforman y encubren un uso faccioso de los recursos de las naciones para satisfacer su codicioso apetito, entre muchos otros.

Por lo mismo, en un país como México en que en sólo cuatro años (según datos del INEGI a 2010) 12.2 millones de personas se han sumado a la pobreza y 48 millones se encuentran en pobreza alimentaria (INEGI, 2012), que han habido sesenta mil muertos según cifras oficiales en lo que va del sexenio a causa del crimen organizado, que el duopolio televisivo maquilla y oculta cifras e información en beneficio de un partido político y de sus propios intereses, que se desmantelan las industrias paraestatales, que se beneficia a una líder sindical a costa de la educación de millones de niños, que en cada temporada de lluvia se inundan cientos de comunidades mientras otras regiones padecen sequías de más de diez años, que se pretende instalar una mina a cielo abierto a tres kilómetros de distancia de la nucleoeléctrica de Laguna Verde, etc., etc., tenemos que decir que nos encontramos inmersos hasta la coronilla en la sociedad del riesgo. 

La comunicación de riesgos es entonces un campo estratégico para fortalecer la gobernanza, ese nuevo concepto que implica que la ciudadanía ha de participar en la gestión de los asuntos que afectan sus vidas, para mejorar la eficacia, calidad y buena orientación de la intervención del Estado y para construir nuevas relaciones de poder. No podemos seguir dejando solas a las autoridades, como antes, para que decidan qué hacen con nuestras vidas, porque existen grandes y serios riesgos que no debemos correr. Algunos ya los estamos padeciendo.

La comunicación del riesgo nos permite informarnos y adquirir conocimiento sobre un determinado tema (huracanes, terremotos, accidentes industriales, violencia social, adicciones, etc.); promover el manejo transparente y con rendición de cuentas de aquellas decisiones relacionadas con el tema en cuestión; prepararnos para saber manejar el riesgo correspondiente; participar y tomar medidas en las áreas y niveles que nos competen; saber cómo contribuir para que las autoridades hagan su parte y supervisar lo que hagan, entre otras.

La comunicación de riesgos es un asunto complejo por el hecho a comunicar y por las dificultades propias del proceso de comunicación en sí. El hecho a comunicar además de ser algo abstracto y distante, suele verse por mucha gente como improbable. Es el caso del cambio climático. Es más, hay quienes prefieren no enterarse de los riesgos que corren y ya enterados asumen ingenuamente que es algo que nunca va a ocurrirles a ellos. Es el caso de muchos fumadores. También están los que dejan en manos de dios lo que pueda ocurrirles, pero supongo que es mucho pedir.

En Xalapa teníamos agua en abundancia y se pensaba que nunca nos faltaría; permitimos que se desforestara la zona y se construyera donde no se debía, la desperdiciamos, la contaminamos y demás, incrementando con todo ello los riesgos y ahora sufrimos por la falta de agua. Nos sentamos con una mano sobre la otra esperando con devoción un milagro, o que alguien haga algo, o que el próximo gobierno sí funcione, etc. mientras los riesgos aumentan y nuestra calidad de vida disminuye. ¿Hasta cuándo? Así o más claro.





[1] Publicado en La Jornada Veracruz, el lunes 21 de mayo de 2012, pág. 7.
[2] Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx

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