martes, 6 de julio de 2021

La sustentabilidad como política universitaria*

 Por Edgar Javier González Gaudiano**

En los últimos treinta años el concepto de sustentabilidad ha venido ocupando un espacio creciente en la vida económica, política y social. Sin embargo, se trata de una noción tan ambigua que prácticamente puede significar cualquier cosa.

El origen más conocido del concepto proviene del desarrollo sustentable, propuesto por el Informe Brundtland en 1987, pero ante el aluvión de críticas suscitado por éste, la sustentabilidad comenzó a deslindarse del desarrollo para derivar hacia un significado distinto.

En muy breve síntesis, las críticas al desarrollo sustentable o sostenible se orientaron principalmente a la asociación de dos nociones que se consideraban antagónicas (desarrollo y sustentabilidad) lo que generaba un oxímoron. Asimismo, porque el desarrollo sustentable fue rápidamente metabolizado por el statu quo, perdiendo con ello sus posibilidades de transformación socioambiental.

Tanto el desarrollo sustentable como la sustentabilidad han generado presión para incorporarse a los sistemas educativos. Más el primero por estar respaldado por las agencias multinacionales como la UNESCO, pero también por la ONU en su conjunto. Por ejemplo, ahí tienen a los 17 objetivos de desarrollo sustentable, una propuesta en la que cada objetivo es independiente de los otros e incluso antagónico; contrasten, por ejemplo, el objetivo 8 relativo al trabajo decente y el crecimiento económico con el 13 sobre la acción climática. Sí se logra el primero es imposible alcanzar el segundo.

Pero un problema para incorporar la sustentabilidad en el sistema educativo, específicamente en la educación superior, es que requiere de modificar en diversos grados los perfiles socioprofesionales, lo cual genera diversas resistencias al interior de las carreras.

De ahí que lo que generalmente ocurre es que los programas sobre sustentabilidad se limitan a modificar algunas áreas relacionadas con la gestión del campus (áreas verdes, suministro de energía y agua, separación de residuos, compras verdes, etc.), pero se dejan inalteradas las funciones sustantivas de docencia e investigación.

En otras ocasiones se crean centros o institutos, o nuevas carreras orientadas hacia estos fines, pero permanecen igual las llamadas opciones tradicionales que a lo sumo ofrecen alguna materia optativa sobre el tema.

¿Cómo es posible que en una universidad como la Veracruzana no existan opciones a nivel de licenciatura y posgrado en número suficiente para asumir un verdadero compromiso institucional con este problema tan serio? ¿Dónde están los abogados ambientales, por ejemplo?

La sustentabilidad en la educación implica un cambio paradigmático que si no se produce, todo queda en una propuesta retórica, en declaraciones de buenos propósitos que no se llevan a la práctica.

De eso están llenas muchas universidades que presumen ser verdes para venderse, pero se mueven en una ambivalencia en la que la mayoría de sus egresados no tienen ni idea de lo que es una manifestación de impacto ambiental, de un manejo de residuos peligrosos, un estudio de riesgo o un programa de ecociudadanía o de ecofeminismo.

En este momento de cambios institucionales en nuestra universidad, es una buena ocasión para que los aspirantes y candidatos se comprometan en este sentido, a menos que continuemos declarando ser verdes o de estar transitando hacia la sustentabilidad sin dar los pasos necesarios para hacerlo.

*Artículo publicado en La Jornada Veracruz el 06 de julio de 2021.

**Investigador del Instituto de Investigaciones Educativas de la Universidad Veracruzana y titular de la Cátedra Unesco “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario