lunes, 13 de junio de 2011

Los liderazgos súbitos

Édgar González Gaudiano


Cuando se inició la serie de conflictos en los países del norte de África para echar a dictadores que se habían entronizado en el poder por décadas, muchos nos alegramos y constatamos que la realidad social es un fenómeno complejo que no admite predicciones lineales. Lo mismo sucedió cuando de improviso se disolvió la Unión Soviética y cayó el muro de Berlín, aunque eso no fue por un levantamiento popular sino porque ese sistema político económico era insostenible.
En el mismo sentido, ha surgido y va para largo el movimiento insurreccional en España, derivado del hartazgo de la población- no sólo la joven con un altísimo desempleo- ante unas elecciones que ofrecían más de lo mismo, con la misma élite política, en una alternancia entre dos grupos que no ha implicado mejores gobiernos y cambios de rumbo hacia el bien común. Los participantes de ese movimiento se han denominado los indignados y su proclama es ¡por una democracia real, ya! Nadie pudo haber pronosticado algo semejante, que ni siquiera contó con una buena cobertura mediática, sino todo lo contrario. Tampoco nadie pronosticó cómo un escenario social de pocos días pudo provocar la copiosa votación que dio la victoria a la derecha española y que fue un claro voto de castigo al gobierno de Rodríguez Zapatero.
Frente al desastre económico, político y social que padece nuestro país, estos acontecimientos no pueden menos que regocijarnos. Nuestros analistas políticos han insistido recurrentemente que no hay liderazgos alternativos visibles para un cambio en el estado de cosas. Pero las condiciones se están gestando para que ocurra algo similar a lo de África y España.
La nutrida convocatoria de Javier Sicilia frente al autismo de la presidencia y el hartazgo social está mostrando que la gente ya no se va a quedar en casa y callada por miedo. Cada vez es más evidente entre el ciudadano de a pie que si no hacemos algo nosotros mismos, todo se va a poner aún peor. La campaña electoral en el Estado de México confirma una vez más que los partidos y sus políticos no han aprendido nada y creen que es posible prolongar esta agonía.
La realidad veracruzana, por su parte, parece ajena al fenómeno del liderazgo súbito. Ni la deuda del gobierno del estado que puede llegar a los 30 mil millones de pesos hipotecando el futuro; ni el deterioro de las condiciones de vida principalmente en las zonas conurbadas donde la pobreza, el tráfico, la suciedad y el abandono hacen de las suyas; ni la clase política reflejada en un Instituto Electoral Veracruzano cuya dirigencia es el colmo de la desvergüenza; ni el deterioro ambiental que sufre el estado, sin duda uno de los mayores del país; ni la pobreza exacerbada por la crisis en el campo, la migración y el malvivir de muchos en las ciudades; ni los bajos niveles educativos y los deficientes servicios de salud, son motivos suficientes para una movilización ciudadana. La aceptación conformista o la resignación piadosa parecen regir la conducta social.
Pero esa calma chicha puede ser engañosa. En cualquier café, centro de trabajo o de diversión, el ruido de la inconformidad no es estrepitoso pero sí cada vez más persistente. Empieza a encontrar eco en la telaraña de la comunicación -la Internet y sobre todo en las redes sociales- y en los mensajes telefónicos que con velocidad desconocida pero no desdeñable informan –bien o mal- de aquello que la autoridad pretende ocultar: la violencia que cada vez más se va acentuando en la entidad y el deterioro de la calidad de vida. Agréguensele los desastres causados por el coctel de fenómenos naturales con malas decisiones y peor organización, que con seguridad iremos enfrentando en los próximos meses de lluvias y tendremos un caldo de cultivo muy propicio para cualquier cosa. La peor salida de los llamados con eufemismo “tomadores de decisiones” (clases dominantes, se les llamaba antes), será continuar con una actitud de falta de información y negación de lo inocultable. Esa actitud autista de las autoridades esperando que la inconformidad se pudra sólo con el tiempo, no conducirá sino a incrementar el proceso de deterioro social y la magnitud de la respuesta. Los enemigos de las instituciones han sido quienes no han sabido administrarlas y han dejada que pierdan credibilidad y su función social. En los momentos más inesperados acabarán por desgastarse los liderazgos institucionales para ser sustituidos súbitamente por otros liderazgos. La historia reciente está a la vista.

Publicado en el periódico La Jornada Veracruz, del lunes 13 de junio de 2011, p. 2.

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