lunes, 6 de febrero de 2012

El medio ambiente y el desarrollo: una ecuación sin resolver


El medio ambiente y el desarrollo: una ecuación sin resolver[1]
Edgar  J. González Gaudiano[2]
El concepto de desarrollo tuvo su origen en la biología y en la primera mitad del siglo XX se trasladó a la economía y la política con una virulencia insospechada. Después de la segunda guerra mundial aparecieron las primeras teorías del desarrollo como una especialidad de la ciencia económica para responder a la desigualdad económica y social entre las naciones y que asumieron como premisa que para desarrollarse había que seguir la trayectoria de los países desarrollados.
Según Gustavo Esteva, el 20 de enero de 1949 con el discurso de toma de posesión del presidente norteamericano Truman nació el subdesarrollo.  Truman señaló que había que emprender un audaz programa que permita que los beneficios del avance de la ciencia y del progreso industrial sirvan para la mejoría y el crecimiento del las áreas subdesarrolladas. Ese día, dos mil millones de personas se volvieron subdesarrolladas, dejando de ser lo que eran en toda su diversidad, convirtiéndose en un espejo invertido de la realidad de otros. Ese día nació también el mito de que desarrollarse es imitar un estilo de sociedad.
Los autores clásicos concibieron el crecimiento económico o progreso material como un continuo movimiento que evoluciona por etapas ascendentes de la economía hacia el estado estacionario (o techo productivo y demográfico de las naciones), para retomar de nuevo el círculo virtuoso en un constante proceso evolutivo. Esta idea es la que condujo al significado del concepto desarrollo, ya que en el lenguaje ordinario la noción de desarrollo describe un proceso mediante el cual se liberan las potencialidades de un objeto u organismo, hasta alcanzar el estado más elevado posible. Este fue el uso metafórico aplicado en biología para explicar el desarrollo o evolución de los organismos vivos, a través del cual éstos logran realizar su potencial genético, y que alcanzó reconocimiento científico a partir de las tesis evolucionistas de Darwin. Esa fue la idea que también se aplicó en el campo social para aludir a procesos graduales de cambio, así como para establecer correlaciones con la historia y potenciar las posibilidades plenas del sujeto humano, autor de su propio desarrollo, emancipado del designio divino.
De ese modo, crecimiento y desarrollo, en una perspectiva evolutiva, quedaron significativa y perennemente amalgamados. Por ende, las teorías de desarrollo se orientaron desde entonces a construir sus propias respuestas para responder a una misma pregunta ¿cómo alcanzar un desarrollo equiparable al de aquellos países que son capaces de satisfacer plenamente las necesidades de su población, elevando su nivel de vida mediante la creación de empleos y el aumento progresivo de los salarios? De ese modo también, el concepto de desarrollo, al actuar como punto nodal en el discurso político, se ha posicionado como el epicentro de las políticas económicas que han buscado imitar sin restricción alguna el arquetipo del desarrollo industrial de los países de noroccidente. Con ello, ese concepto ha tenido un empleo tan extendido que ha vaciado su contenido original convirtiéndose en un significante flotante en el discurso político convencional. Nadie estuvo en su momento en desacuerdo en encauzar esfuerzos hacia el desarrollo, igual que ahora existe poca oposición a la idea de la sustentabilidad.
Sin embargo, en esa perspectiva de desarrollo el ambiente fue reducido a un conjunto de recursos a ser explotados para fines económicos lo cual remite:
·         A una concepción de valor instrumental en la que el ambiente es útil sólo en la medida en que satisface necesidades humanas, sin considerar a los otros seres vivos, ni la integridad de los ecosistemas;
·         A una falsa idea de que no existen límites naturales al crecimiento económico.
·         A la equivocada percepción de que las contribuciones que la naturaleza hace a la economía humana son un don gratuito.

El problema es que los recursos naturales del mundo no alcanzan para que todos podamos vivir bajo las condiciones que implica ese desarrollo. Para constatarlo basta revisar los términos de acumulaciones y flujos donde uno de los mejores indicadores para hacerlo evidente es la huella ecológica. Si bien la huella agregada del mundo en desarrollo ha estado aumentando recientemente, la responsabilidad histórica del problema acumulativo de emisiones recae sobre el mundo desarrollado y el umbral de biocapacidad planetaria, es decir lo que el planeta puede aportar sin degradarse, se rebasó desde 1988.
Sin embargo, más allá de los factores ambientales, existen factores económico-políticos que obstruyen el que más países se vuelvan desarrollados. Quienes creen que siguiendo el camino de los países centrales pueden llegar a ser como ellos, es porque se han creído el mito del desarrollo. Efectivamente, como la Teoría de la Dependencia demostró para que haya desarrollo debe haber subdesarrollo; esto es, para que unos países gocen de una elevada renta y sus beneficios derivados, otros deben vivir en niveles bajos aportando sus recursos naturales, su fuerza de trabajo, su territorio, bajo reglas de intercambio impuestas por diversos medios, incluyendo la propia vía militar. 
La economía mundial ha crecido en casi 50 años (de 1960 a 2007) 173%, más rápido que la propia población mundial que lo ha hecho 118%. Pero la brecha entre el mundo rico y el pobre no ha menguado. Por ejemplo, el rescate económico en Estados Unidos es de $787,000 millones de dólares, cuando con sólo $30,000 millones (3.8%) se resolvería el problema del hambre en el mundo.
El tema no debe verse solamente en una perspectiva global. Nuestro país con más de 110 millones de habitantes ocupa el décimo cuarto lugar mundial por el tamaño de su economía, pero es uno de los países del mundo con más alta desigualdad. Obviamente, la pregunta frente a esta situación es si ¿Debemos seguir creciendo bajo estos términos de tan marcada inequidad social y con tan altos costos del patrimonio natural del país? ¿Quién se lleva los principales beneficios de ese crecimiento?
Toda esta discusión viene a cuento porque hay al menos dos grandes proyectos de en el estado que se inscriben en este dilema. La ampliación del Puerto de Veracruz y la explotación minera Caballo Blanco  han recibido un amplio repudio de parte de los ambientalistas. Son proyectos que merecen un cuidadoso análisis porque su establecimiento si bien podría generar empleos y crecimiento económico que le hace falta al estado, también puede provocar riesgos, mayor vulnerabilidad y pasivos ambientales que tendrán que ser asumidos por todos.
Ese fue el propósito de una convocatoria para celebrar el foro “Pros y contras de la Ampliación Portuaria en Veracruz, Veracruz”, los pasados días 3 y 4 de febrero gracias a la valiosa mediación de la Universidad Veracruzana. En el foro participaron representantes de todas las partes. Si bien hubo algunas disparatadas descalificaciones como que la ampliación del puerto pretende expropiar los tesoros de los galeones españoles hundidos y ofensivas banalizaciones como que los ambientalistas son aquellos que buscan parar la construcción de una carretera, sólo porque una hormiga roja cruza por ahí, la mayoría de las argumentaciones contribuyeron a construir una opinión mejor informada del problema, lo cual es un requisito sine qua non para la toma de las mejores decisiones.
Ese debe ser el camino. Realizar ejercicios abiertos, transparentes, de manifestación de ideas, de construcción de ciudadanía; en un clima de respeto y tolerancia como el que se observó en el foro. Se agradeció repetidamente por las partes implicadas la iniciativa de la Universidad Veracruzana y la disposición del rector el Dr. Raúl Arias, que permaneció durante todas las sesiones del foro.
Nadie quiere que en Veracruz persista el rezago social. Es inaceptable por injusto que un estado que tiene tantos recursos naturales, que ha dado tanto para la construcción de este país, permanezca en la situación en la que se encuentra. Ciertamente hacen falta inversiones, empleos, crecimiento, pero no a cualquier costo para las generaciones presentes y futuras de veracruzanos.    


[1] Publicado en La Jornada Veracruz el lunes 6 de febrero de 2012. P. 7.
[2] Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y sustentabilidad ambiental del desarrollo”.

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