miércoles, 15 de diciembre de 2010

Inundaciones, coperacha y resiliencia

Édgar González Gaudiano
Adalberto Tejeda Martínez


El término resiliencia fue incorporado apenas en la edición de 2007 del diccionario de la Real Academia de la Lengua, que lo describe como la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. El concepto proviene de la ingeniería y de la biología, donde define la capacidad de un sistema a resistir y recuperarse ante una perturbación. Así, la resiliencia de amplios segmentos de la población que han sido afectados por las inundaciones, dependerá de los daños sufridos, de la oportunidad con que fueron alertados, de la atención recibida durante la contingencia y de las capacidades económicas y sociales que, ciertamente, no son muchas para la gran mayoría. En efecto, ante los altos índices de pobreza y bajos niveles educativos de las zonas rurales y marginadas de las urbes veracruzanas, una inundación tan extendida y prolongada, con tanta destrucción de bienes y propiedades, resulta devastadora. Es previsible que observemos en el corto y mediano plazos una acentuación de la pobreza y desigualdad social, una mayor fragilidad a las enfermedades y un incremento de la emigración y la desesperanza.
El origen de este desastre la imperante corrupción e impunidad de autoridades; la incompetencia de numerosos funcionarios designados por amiguismo o compromiso político y la conversión del servicio público en un plan de negocios personales; la red de complicidades entre gobierno y sector privado y el abandono de la búsqueda del bien común por quienes han sido elegidos para ello, abortando el proceso democrático.
En medio de la confusión de autoridad con manipulación y liderazgo con caudillismo, se ha convertido en usos y costumbres el respaldo de la ciudadanía. Desde el teletón y el redondeo vueltos folklore, hasta los cada vez más frecuentes episodios de situaciones límite provocados por fenómenos naturales resultantes de la falta de previsión, de alerta temprana, de sistemas colectivizados de protección civil, del desdén por el principio precautorio. Se ha institucionalizado la coperacha. La solidaridad ciudadana en momentos de la emergencia es un factor de unidad social, de elemental compasión, pero no puede convertirse en un modus operandi del sistema. Con cooperaciones voluntarias se pretende abatir el analfabetismo, atender a la niñez enferma y pobre, a los discapacitados, enfrentar pandemias, equipar escuelas y mil etcéteras y, además, soportar la reconstrucción provocada por fenómenos naturales.

El caudillismo –encarnado en la figura del gobernante en turno- en los momentos de desgracia se torna redentor de todos los males, pero fue laxo en impulsar políticas de prevención y de mejoramiento de las condiciones de vida de la población, que la harían más resiliente. La contaminación de la ayuda por los colores partidistas y las pugnas absurdas entre poderes de distinto signo partidario; el sometimiento del poder municipal al estatal cuando son de la misma estirpe, y el enfrentamiento absurdo cuando son de linajes contrarios; la creencia a pie juntillas en que una orden desde arriba arreglará el problema, son manifestaciones claras de ese síndrome dañino a toda sociedad que se pretenda democrática.
Como telón de fondo está el cambio climático, no como fenómeno sino como pretexto. Desde que se popularizó el cambio climático, se acabaron los culpables. Resulta fácil culpar a la naturaleza. No importa que los expertos duden en achacar las inundaciones u otra contingencia a este proceso atmosférico; las inmobiliarias irresponsables, la burocracia corrupta y la sociedad indolente tienen ahora la excusa del calentamiento planetario. No se trata de negar que el fenómeno ya se hace patente y que lo será más en las próximas décadas, pero eso no nos exime de la responsabilidad social y ambiental que tenemos todos. Es más, esa responsabilidad se magnifica y no se diluye ante los embates del cambio climático.
Achacarle todo al cambio climático, confiarse en la caridad y en el caudillo del momento, ignorar advertencias de científicos, cerrar los ojos el resto del año y hacer de cuenta que ya se superó la emergencia y sólo activarse frente a nuevas contingencias de inundaciones (o sequías, o terremotos, o incendios forestales, o pandemias, o colapsos financieros, o…), son rasgos propios de una sociedad y su gobierno que se niegan a aprender, que se resisten a ser resilientes.

2 comentarios:

  1. Coincido en que es muy cómodo achacarle todas las culpas al cambio climático, como si este fuera un ente ajeno a todos los seres humanos, como si fuera una maldad de la que todos podemos hablar mal. Cuando en realidad en el cambio climático todos estamos involucrados, hasta los que le echan las culpas, por supuesto unos con mayor responsabilidad que otros, pero todos afectados.
    Gloria Elena

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  2. No solo es cómodo sino falso e irresponsable. tanto el gobierno federal como el estatal han usado este argumento para evadir sus propias responsabilidades en los sucedido.

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