miércoles, 15 de diciembre de 2010

Glosa de la ayuda interesada

Adalberto Tejeda Martínez
Édgar González Gaudiano


Las inundaciones recientes en Veracruz y en otros estados han sacado a flote muchos rasgos de nuestra sociedad. La recurrente solidaridad de la clase media mexicana ha sido uno de los más evidentes, pero no el único. También afloró el oportunismo mercantil de algunas cadenas de supermercados: a la entrada colocaron botellas de agua, colchonetas y latas de atún que la población estaba adquiriendo para contribuir a mitigar las pérdidas de las comunidades en desgracia. Muchos otros aprovecharon para mejorar su imagen apresurándose a colocar grandes mantas anunciando que se constituían como centros de acopio. Es fácil confundirse con estas acciones si no nos preguntarnos ¿por qué no hubo descuentos especiales de esos artículos?, o ¿por qué no se anunció algún programa de esas tiendas y organizaciones en apoyo de los damnificados? A río desbordado ganancia de comerciantes. Recientemente la SEDESOL ha tenido que habilitar inspectores del comercio de enseres domésticos en la zona Veracruz-Boca del Río para vigilar que no se alteren los precios de productos que adquieren los damnificados con vales de esa dependencia.
También hemos visto el interés de los medios de comunicación en la cobertura del desastre, y cómo transitaban de las inundaciones en Veracruz y Tabasco a los derrumbes en Oaxaca y de ahí a esperar la nueva contingencia ambiental, porque al retirarse el agua ya no hay nota. Pero las miles de tragedias personales de quienes perdieron sus casas y sus negocios permanecerán ahí, cuando la solidaridad y la noticia se hayan desvanecido; cuando las autoridades anuncien que la emergencia ya ha sido superada; cuando acapare la atención en algo más que ocupe los titulares de los medios.
Las enormes necesidades de los damnificados continuarán por un largo tiempo, cuando los responsables por omisión y comisión ya hayan sido reemplazados por caras nuevas y sonrientes, que volverán a prometer que no se volverá a repetir, que no habrá impunidad caiga quien caiga; que se tomarán medidas drásticas para evitar que los problemas vuelvan a ocurrir. Se anunciarán programas e inversiones millonarias, pero no habrá consecuencia alguna, ni transparencia en los recursos asignados a la emergencia y la reconstrucción, ni rendición de cuentas de los responsables de obras defectuosas o permisos improcedentes e ilegales, ni investigación sobre irregularidades, ni sanciones. Se apostará al olvido y al encubrimiento como en otras tantas ocasiones, aplicando la solución ‘ecológica’ más socorrida: ¡echarle tierra al asunto! Un borrón y cuenta nueva.
Y se dará inicio a un nuevo culto de los personajes del momento y a otro ciclo de promesas infundadas, esperanzas frustradas y ambiciones desmedidas.
Una hipótesis que casi puede defenderse como teoría comprobada por la recurrencia de los desastres y el reiterado comportamiento de los funcionarios, es que a los gobernantes –sean del partido que sean- les convienen las emergencias, siempre y cuando no sean tantas ni tan intensas como ahora. Es la oportunidad para el lucimiento personal, la repartición de dádivas que acarrean votos, el acercamiento a los líderes locales, la imagen en los medios electrónicos, mejor aún si se trata de corresponsales extranjeros. Con un poco de sagacidad, hasta pueden presumir cierto conocimiento de los fenómenos naturales que dieron origen al desastre. Por unos días experimentan los sentimientos de sentirse salvadores del pueblo y estadistas.
En esas condiciones, los sistemas de alerta temprana, la preparación de la sociedad para encarar los desastres, la distribución de ayuda por vías institucionales sin la intervención de la mano del líder y su partido, son vistos como un desperdicio a la oportunidad política. Peor todavía, diseñar las políticas a partir de calificados consejos de expertos y de representantes de la sociedad civil; reconocer errores e imponer sanciones a los responsables de autorizar asentamientos en zonas de riesgo, o realizar la labor de ayuda con discreción respetando el dolor ajeno.
En suma, padecemos los síntomas de un subdesarrollo tropical que simula ser democrático pero se solaza en el populismo demagógico y el culto a la personalidad.

Milenio El Portal, 18 de octubre de 2010.

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