sábado, 3 de marzo de 2012

El pensamiento único entre nosotros


El pensamiento único entre nosotros[1]

Edgar J. González Gaudiano[2]

El concepto de pensamiento único fue propuesto por Schopenhauer para designar al tipo de pensamiento que se sostiene a sí mismo. Más tarde Marcuse acuñó la noción de pensamiento unidimensional para cuestionar la ideología de la sociedad tecnológica avanzada. Con un significado similar al de Marcuse, pero regresando al adjetivo original de ‘único’, el concepto es reintroducido en 1995 por el periodista español Ignacio Ramonet en un editorial del suplemento Le Monde Diplomatique para denunciar críticamente el escenario ideológico que derivó de la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética.
A partir de ese momento surgieron pronunciamientos como el de Francis Fukuyama (1992) sobre el fin de la historia, según el cual la historia humana como lucha ideológica había concluido, dando paso a un mundo basado en la política y la economía (neoliberal) que se ha impuesto a las utopías tras el fin de la Guerra Fría.
Según Ramonet, el economicismo neoliberal se  ha erigido en el único pensamiento aceptable, monopolizando todos los foros académicos e intelectuales con la pretensión de universalizar los intereses del capital financiero internacional. Su uso se ha extendido como recurso retórico para descalificar las ideas del oponente ideológico, tanto por los discursos de la izquierda como de la derecha, aunque su sentido original sigue anclado en la crítica del pensamiento neoliberal y de los intereses del capital financiero internacional.
El pensamiento único en todo su esplendor es lo que hemos visto gravitando en torno de los que defienden el proyecto de la minera Caballo Blanco. Bajo el paupérrimo argumento de crear 350 empleos precarios por los años en que opere el proyecto y la falsa promesa de una inversión que vendrá a redinamizar la alicaída economía del estado, se nos pide que aceptemos como efectos colaterales un descomunal riesgo que incrementa exponencialmente la vulnerabilidad de la región, ante la proximidad de la explotación de la nucleoeléctrica Laguna Verde, así como la contaminación de agua, suelo y aire y la pérdida para siempre de un entorno bien conservado a pesar de todo.
Puedo entender sin compartirlas, las opiniones de los pobladores de los municipios implicados como resultado de la manipulación a la que se han visto sometidos con argumentos empresariales falaces y promesas sin sustento; incluso puede entender la postura de las autoridades de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales que sólo se disciplinan servilmente a las superiores instrucciones de los intereses económicos que administran este país desde la alternancia; pero no puedo entender cuáles pueden ser las motivaciones de los académicos que conociendo las serias implicaciones de corto, mediano y largo plazos que el proyecto tiene para nuestras vidas y las de los hijos de nuestros hijos irresponsablemente se alinean al mandato empresarial.
    La evidencia científica disponible, la grave situación ambiental que padecen numerosas comunidades  a lo largo y ancho de la geografía latinoamericana y la diáspora provocada, así como las recurrentes denuncias y protestas sociales que se han levantado y continúan levantándose, obliga a tomar previsiones precautorias pese a todo lo que nos digan o puedan decir los representantes del pensamiento único que se encuentran entre nosotros.



[1] Publicado en La Jornada Veracruz, el lunes 27 de febrero de 2012.
[2] Coordinador la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”

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