lunes, 23 de septiembre de 2013

Los desastres por fenómenos naturales: fatalidad o negligencia

Los desastres por fenómenos naturales: fatalidad o negligencia[1]

Edgar J. González Gaudiano[2]

Cada temporada de huracanes en el país observamos la misma historia. Numerosas comunidades son devastadas por lluvias torrenciales, derrumbes y crecientes súbitas de ríos, con destrucción de bienes y pérdida de vidas. Ello da inicio a una frenética actividad de las autoridades de los tres órdenes de gobierno para dar la imagen de preocupación, solidaridad con los afectados y compromiso nacional. Se hacen visitas a las regiones más afectadas y se promueven colectas apelando a la generosidad de los mexicanos. Los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, acompañan esa narrativa mostrando al presidente consolando ancianos, gobernadores con las botas entre el lodo y a los organismos del Estado rescatando sobrevivientes y repartiendo despensas.
                El discurso auto exculpatorio es incriminar a la naturaleza, frente a la cual nada se puede hacer. Es un fatalismo frente al desastre que funciona muy bien para eximir de responsabilidad a la autoridad por la omisión, ineficiencia e incluso corrupción de sus actos. Es como querer culpar a Dios de nuestras desgracias, con lo cual el lavado de manos de los distintos agentes involucrados es generalizado eludiendo de ese modo las obras defectuosas y mal planeadas, las carreteras con materiales de baja calidad, la autorización de unidades habitacionales en zonas de alto riesgo, el relleno de lagunas de regulación, la deforestación de cuencas altas y áreas de manglar, la destrucción de dunas y arrecifes, el azolvamiento de ríos y el desfogue a destiempo de embalses, etc. etc. Y pese a que muchos de estos factores causales conciernen a la autoridad ambiental, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales brilla por su ausencia. El secretario respectivo ni siquiera es invitado a las giras porque no se considera ámbito de su competencia. Tampoco hay declaraciones de su parte. Calladito se ve más bonito nadando de a muertito.
                Pasado el momento de emergencia y abandonados a su suerte los afectados por los fenómenos (hay comunidades afectadas por el huracán Karl y la tormenta tropical Matthew de 2010 que aún esperan la ayuda prometida), sin la cobertura histérica de los medios y la presión política para actuar, la autoridad continúa con su mismo modus operandi exacerbando las causas que ocasionarán la tragedia del próximo año. No hay responsables. Nadie es castigado. Nadie renuncia por su incumplimiento, ineficiencia o irresponsabilidad. Se repara lo más visible, sobre todo aquello que puede afectar negativamente la imagen del país en el extranjero. Es la impunidad rampante que caracteriza el cinismo de los tres órdenes del gobierno mexicano.
                Los desastres no son naturales sino construcciones sociales. Ni siquiera las amenazas producidas por fenómenos hidrometeorológicos extremos son naturales, porque una situación potencial de riesgo se convierte en amenaza para una población sólo si ésta es vulnerable.
A nivel académico los enfoques de atención de este tipo de problemas han cambiado mucho durante los últimos veinte años, pero los gobiernos y sobre todo los organismos de protección civil no acaban de enterarse de ello. Las acciones ya no se enfocan tanto en la situación del momento de ocurrencia de un determinado desastre y la respuesta correspondiente (administración del desastre), sino en las condiciones de riesgo que anteceden al desastre (gestión del riesgo), los cuales insisto son de origen social. Un plan de protección civil no puede limitarse a emitir avisos de alerta por radio y televisión cuando el meteoro ya está encima de nuestras cabezas, ni a destapar alcantarillas cuando ya están saturadas.
En otras palabras, ningún desastre como los que recientemente sacudieron los dos litorales mexicanos puede suceder sin la previa existencia de una situación de riesgo, la cual no sólo ocasiona el desastre sino también la magnitud de sus daños. En consecuencia, el riesgo se ha convertido en el leit motiv para entender cómo se “construyen” los desastres, así como para identificar los procesos sobre los que se debe intervenir anticipadamente para prevenir la ocurrencia de un desastre, y para reducir sus impactos a su mínima expresión.
De esta manera ha quedado cada vez más evidente la íntima relación entre el nivel de desarrollo y el riesgo de desastre: en la medida en que el riesgo es un resultado de procesos sociales particulares, es también producto directo o indirecto de los modelos de desarrollo impulsados en cada sociedad. Los crecientes problemas de pobreza y desigualdad que enfrenta la mayoría de la población de nuestro país tienen exactamente las mismas causas que determinan la persistente construcción de riesgos de desastres. La pobreza, la ineficiencia y la corrupción constituyen el epicentro de nuestra progresiva vulnerabilidad de cada día y por si todo esto fuese poco ahí está el cambio climático.[3]




[1] Publicado en La Jornada Veracruz, el lunes 23 de septiembre de 2013, p. 11.
[2] Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, educación y Sustentabilidad Ambiental del Desarrollo”. http://edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx

[3] Véase Gellert de Pinto, G. I. (2012). El cambio de paradigma: de la atención de desastres a la gestión del riesgo. En: Boletín Científico Sapiens Research, 2(1): 13-17.

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