lunes, 5 de septiembre de 2011

EL DECENIO DE NACIONES UNIDAS DE LA EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO SUSTENTABLE 2005-2014

EL DECENIO DE NACIONES UNIDAS DE LA EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO SUSTENTABLE 2005-2014[1]

Edgar González Gaudiano[2]

Una de las recomendaciones de la Cumbre de Desarrollo Sustentable (2002) de Johannesburgo, Sudáfrica y que en diciembre de ese año aceptó la Asamblea General de la ONU, fue el declarar los diez años comprendidos entre 2005 y 2014 como el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sustentable. Un esfuerzo por posicionar mejor a los procesos educativos en las políticas públicas vinculadas con la conservación del ambiente, la equidad social y el crecimiento económico mesurado y con justicia distributiva.

Ese propósito ya se había intentado conseguir con la Agenda 21 surgida de la Cumbre de Río en 1992 donde, como es sabido, el Capítulo 36 está dedicado a los temas de educación, capacitación y concientización pública, y la unesco fue designada por Naciones Unidas como la agencia responsable de su instrumentación. Sin embargo, desde los primeros años post-Río comenzó a observarse, en los hechos, una declinación del interés de la educación como un proceso necesario para contribuir al tránsito hacia la sustentabilidad, al grado de que la uicn en su Congreso Mundial para la Conservación, celebrado en Montreal en octubre de 1996, emitió la consigna de que “La educación era la prioridad olvidada de Río de Janeiro”. En este marco, la unesco había desarrollado una estrategia dirigida a reactivar el proceso de discusión, pero sustituyendo el concepto de educación ambiental (que ya no aparece en el texto del Capítulo 36 de la Agenda 21) por el de educación para un futuro sustentable. Propósito que suscitó reacciones de diverso tipo, a favor y en contra.

Así se llegó al II Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental (Tlaquepaque, Jal., junio 1997) y a la Conferencia de Tesalónica en diciembre de ese año, convocada por la unesco y el Gobierno Griego. En ambos eventos se produjo un amplio debate, que estuvo a punto de provocar un cisma entre los educadores. La unesco no respetó al acuerdo adoptado en Tesalónica de designar el campo como “educación ambiental para la sustentabilidad” y presentó ante la Comisión de Desarrollo Sustentable (cds) un Programa de Trabajo para la Instrumentación del Capítulo 36, aprobado por la cds en su octava sesión de 2000, que omite esta noción y que contiene el germen fundante de lo que finalmente se aprobó en Johannesburgo, Sudáfrica.

Asimismo, tuvieron lugar otras reuniones informales promovidas por el caucus de educación, como el foro sobre educación, ciencia y tecnología. De estos eventos paralelos surgieron varias declaraciones, suscritas por numerosos participantes, concernientes a buscar mayores apoyos para la educación, por ejemplo, del Fondo Mundial Ambiental (gef) o endosando la Carta de la Tierra.

La idea de declarar el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sustentable se relaciona también con el apoyo a las metas de la Declaración del Milenio y con el Plan de Acción de Dakar (Senegal) de Educación para Todos (2000), en cuanto a eliminar disparidades de género en la educación básica, ampliar las oportunidades de acceso, apoyar a la universidad pública, incrementar los apoyos financieros, encarar los efectos del vih/Sida desde la escuela, erradicar el analfabetismo, promover asociaciones, fortalecer la infraestructura escolar, fomentar el uso de tecnologías de la información, etc.

Un problema al que ya me he referido de todas estas declaraciones de Naciones Unidas es que sus alcances involucran en mayor medida a los países en desarrollo, como si ellos fueran los responsables de la crisis que se vive y como si sólo los pobres necesitaran educarse para la sustentabilidad.

Esto lo afirmo, porque tanto en la declaración del Decenio como en su Plan de Instrumentación promovido por la UNESCO no hay casi referencias a la necesidad de que los países desarrollados sean también reeducados en este mismo sentido, como si no lo requirieran urgentemente. Sólo en el inciso ‘d’ del párrafo 14 del Plan de Instrumentación relacionado con el cambio de patrones de producción y consumo se dice: “Elaborar programas de concienciación sobre la importancia de las modalidades sostenibles de producción y consumo, en particular entre los jóvenes y los sectores pertinentes en todos los países, especialmente en los países desarrollados mediante, entre otras cosas, la educación, la información pública y de los consumidores, la publicidad y otros conductos, teniendo en cuenta los valores culturales locales, nacionales y regionales.”

Como quiera, no creo que debamos esperar mucho de estos Decenios de Naciones Unidas, ni de las reuniones ‘Cumbre’, ahora que se aproxima la Cumbre Río + 20, la cual se propone conmemorar los veinte años de haberse realizado la Cumbre de Medio Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro, Brasil, en 1992. En mi opinión, es mucho más importante continuar dándole cauce a los programas emprendidos, fortaleciendo los procesos a cargo de nuestras instituciones y organizaciones, a la luz de nuestras necesidades educativas nacionales y regionales muy particulares. Después de veinte años de esfuerzos, la educación ambiental ha adquirido ya una amplia aceptación en nuestro país; lo que no significa que ya estén dadas todas las condiciones para su consolidación. Tener la oportunidad de educarse ambientalmente es un derecho de la población. Como bien lo señala, la Carta de Porto Alegre: “El Foro Mundial de Educación se presenta como realidad y posibilidad en la construcción de redes que incorporan personas, organizaciones y movimientos sociales y culturales locales, regionales, nacionales y mundiales que confirmen la educación pública para todos como derecho social inalienable, garantizada y financiada por el Estado, nunca reducida a la condición de mercancía y servicio, en la perspectiva de una sociedad solidaria, radicalmente democrática, equitativa y justa.”

Es por esto por lo que debemos luchar, con Decenio o sin él, porque la educación ambiental se inscriba como realidad y como posibilidad para contribuir en la construcción de esa sociedad solidaria, radicalmente democrática, equitativa y justa y si además es sustentable, mejor ¿no creen?













[1] Publicado en La Jornada Veracruz el lunes 6 de septiembre de 2011,  pág.6.
[2] Investigador Titular C del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana. www.edgargonzalezgaudiano.blogspot.com.

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