viernes, 26 de octubre de 2012

Declaratoria sobre Educación Ambiental del III Foro Nacional de Educación Ambiental para la Sustentabilidad


Una declaratoria sobre la educación ambiental para la sustentabilidad[1]

Edgar J. González Gaudiano[2]

El 23 de octubre pasado concluyó el III Foro Nacional de Educación Ambiental celebrado en el Puerto de Veracruz. Durante su sesión de clausura se propuso respaldar una declaración, que fue leída a todos los presentes. Este fue el texto:

La educación ambiental ha sido una puerta abierta sin horarios, un imán para las voluntades de quienes se niegan a aceptar un mundo profundamente desgarrado y brutal. Personalidad inconclusa, rebeldía intermitente, pero movimiento fecundo, al presente es, predominantemente, una propuesta de pensamiento y acción con rumbo y rostro propios. La introspección crítica y el diálogo con lo externo le han permitido fincar nuevas estaturas y visualizar mejores rangos, pero sobre todo construir su piso, delimitar su topografía e imaginar sus horizontes.

Algún tiempo congelada en su propia auto-referencia y desorientada por una identidad confusa debida a sus disonancias íntimas, hoy la educación ambiental tiene capacidades para condensar su diálogo interno con el encuentro que sostiene con movimientos sociales y otras áreas del conocimiento, pues ha comprendido que no es posible ser una pieza suelta o un fragmento desprendido en la búsqueda de entender la misteriosa complejidad de la vida y, mucho menos, en la lucha frontal contra una realidad ardiente, en medio de un mundo en crisis de sentido, que se desangra ante tanta inequidad en vértigo.

Así, el nodo social y político al que se ha sumado la educación ambiental ha propiciado que ésta no sea sólo una propuesta didáctica para divulgar el estado actual de los ecosistemas, sino una plataforma pedagógica para explorar la condición humana en medio de una biosfera convertida en mercancía. La educación ambiental tiene su mirada puesta en la construcción de una pedagogía diferente, capaz de darle centralidad al todo planetario y a la Vida como valor supremo. Se asume como una arquitecta del futuro, no como concurrente del derrumbe ni placebo frente al desamparo, pues en su esencia está  reconstruir el horizonte ecológico y social, que es la mejor manera de sostenerse vivos. Bien sabemos que la educación que no es insurrecta sólo aspira a la didáctica.  

Pero, como educadores ambientales, el mantener la vista hacia adelante no nos exime de la indispensable evocación crítica al origen y al contexto en el que nacimos como tendencia educativa, pues es con nuestro pasado, cargado de claroscuros, con lo que abrazamos al futuro como lo que es: mixtura de alientos, patrimonio colectivo y  posibilidad de renacer. Nos hemos construido como educadores abriendo el futuro a la luz de nuestras raíces, por tal razón todo educador ambiental nuevo está obligado a revisar su ideario y el trayecto recorrido, pues éste, con todas sus limitaciones y tropiezos, es el producto social que nos da identidad; por fortuna, no necesitamos del típico borrón y cuenta nueva.

Sin embargo, debemos reconocer que no deja de invadirnos la fragilidad. Por largos momentos claudicamos al no levantar la vista para ver territorios más fértiles, sufrimos cíclicamente de escualidez anímica y de ingenuidad obesa, nos penetra la debilidad política, relegamos la urgente necesidad de elevar nuestra profesionalización, se nos diluye el núcleo de los problemas por encerrarnos en nuestras controversias, abanderamos un catastrofismo histérico, creemos que la retórica elegante de los congresos y los libros puede sustituir al compromiso activo con los movimientos sociales. Y todo ello termina hurtándonos la capacidad de convicción frente a los demás, con quienes queremos ensanchar la interpretación del mundo.

Con nuestro esfuerzo colectivo hemos logrado que la educación ambiental sea mucho más que nosotros mismos. Es memoria y futuro, lucha y concierto, certeza y posibilidad, creatividad y militancia, raíz y vuelo, espíritu y acción, resistencia y emancipación. Desfile destilado de ideas y de prácticas, nuestra corriente educativa no es un cascarón brillante sino un escudo, quizá modesto pero enérgico, para abrirle cauces al respeto por la biodiversidad, el clima, el agua, el aire, el patrimonio natural, lo cual es una manera práctica y concreta de defender a la Vida y a la sociedad, que son una sola entidad, mucho más importante que la salud financiera, la lozanía de las bolsas de valores y la fortaleza de los mercados.

Ni optimista o pesimista, ni flujo luminoso o parálisis opaca, ni enfermiza nostalgia o esperanza delirante; la educación ambiental es más bien una trayectoria que tercamente compartimos para tratar de comprender el sentido complejo, profundo y pleno de la Vida, lo que no da lugar a la amargura ni a la derrota anticipada.

Nuestra rebelión e inconformidad, como educadores y ciudadanos, no nace de la soberbia de quienes piensan en ganar, sino en el derecho que tenemos a los sueños y a la luz. Necesitamos del galope, pero también de la danza, para retornar a la fe universal de que el bien común, que debe incluir a todas las formas de vida, aún es alcanzable. Ello nos implica luchar por un cielo abierto que no sea humillado en cada mina; preferir el rostro de la frugalidad a la máscara de la acumulación mercantil; creer en la potencialidad de la fuerza colectiva, organizada, y no en la soledad humana como destino; optar por la festiva anarquía de los paisajes y no por la inerme monotonía de los campos cautivos de transgénicos; elegir la fuerza de los argumentos de la razón y de la ética y no la violencia que con cada paredón cierra un camino.

Tercos albañiles de la metamorfosis, los educadores ambientales tenemos en un puño una brújula con norte incierto que anuncia que el laberinto no tiene sólo una salida; y en el otro puño una crisálida que promete el libre vuelo de la Vida. Pero poco haremos solos si no contribuimos a generar, a través de procesos educativos, una ciudadanía despierta, con visibilidad política, capaz de ver los problemas vitales y de crear motivaciones y razones frescas para definir nuevas coordenadas. Ciudadanía capaz de rescatar sus demandas secuestradas, de convertirse en el epicentro de la renovación, de extender el árbol de la vida para que nos cobije a todos. La educación ambiental es una manera de entretejer las voces ciudadanas para convencernos juntos que en el corazón de lo que somos, en la sangre de nuestras profecías, está escrito que nada está condenado para siempre.

 



[1] Publicado en La Jornada Veracruz, el viernes 26 de octubre de 202, pág.7.
[2] Coordinador de la Cátedra UNESCO – UV “Ciudadanía, Educación y Sustentabilidad Ambiental del desarrollo”. http://edgargonzalezgaudiano.blogspot.mx

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